La expansión de las áreas urbanas hacia lugares con baja dotación de servicios es un problema social; cuáles son las zonas con mayor riesgo y qué medidas habría que tomar
El modo en que crecen las ciudades es una de las razones de la perpetuación de la pobreza, según un estudio de la Universidad Torcuato Di Tella –UTDT– sobre el crecimiento de las áreas urbanas en la Argentina.
A pesar de que el nivel de pobreza afecta a más del 32 por ciento de los habitantes del país, la política pública no tiene en cuenta una de las causas de su persistencia: el ritmo y el modo en que crecen las ciudades en la Argentina. ¿Cómo lo hacen? Se expanden hacia la periferia, en áreas con baja dotación de servicios y bienes públicos, a un ritmo que triplica el crecimiento poblacional –algunas de ellas habrán duplicado su tamaño en 10 años– todos factores que explican y perpetúan los niveles de pobreza del país.
Red de agua potable, asfalto, recolección de residuos, iluminación y transporte público, son factores que, si están ausentes en el crecimiento urbano, restringen las oportunidades laborales y las posibilidades de movilidad social. “Es urgente que las políticas públicas se ocupen de este crecimiento”, explica Cynthia Goytia, directora del Centro de Investigación de Política Urbana y Vivienda (Cipuv) de la UTDT, profesora de economía urbana aplicada e investigadora en políticas de suelo, Y agrega: “La pobreza no implica sólo política de desarrollo social: es también un tema urbano muy importante. No tener servicios afecta la productividad. Tener una mala vivienda afecta el desempeño escolar y provoca deserción: a largo plazo perpetúa y genera pobreza. Para el Estado es más costoso ordenar un barrio que creció irregularmente que dar lotes con servicios en áreas bien integradas”.
Según el Atlas de Crecimiento Urbano, elaborado por Cipuv, a diferencia de lo que sucede en los países desarrollados, entre 2001 y 2010, la tasa de crecimiento territorial de los 31 aglomerados urbanos de la Argentina fue del 3,5 por ciento anual, triplicando el índice de crecimiento poblacional anual que es de 1,2 por ciento. Algunas ciudades presentan una tasa de crecimiento territorial aún más elevada, como Catamarca con 6,97 por ciento, Jujuy, que se desarrolla a un ritmo de 6,12 por ciento, 100 veces más que Londres o el Amba –el área metropolitana de Buenos Aires localizada en la ciudad y parte de la provincia – que crece 33 veces más que Oslo. “Catamarca, Jujuy, La Rioja, San Juan, Comodoro Rivadavia y Rawson duplicarán su tamaño en sólo diez años, mientras que 13 de los 31 aglomerados urbanos duplicarán su tamaño en veinte años. Por ejemplo, Bahía Blanca, Formosa, Mendoza, Neuquén y Santa Fe, entre otros”, alerta Goytia.
Para la especialista, la falta de consideración de estos datos por parte de la política pública es grave: a este ritmo de crecimiento y de este modo –con poca densidad demográfica–, “no hay manera en que la inversión en servicios públicos asegure a estos habitantes un nivel de vida aceptable”, dice. Según la experta, la expansión de muy baja densidad de muchas ciudades argentinas es problemática por varios factores, como el costo de proveer infraestructura. La mayoría de ellas crece con un importante déficit de servicios, cloacas, red de agua potable y transporte público, todas variables que afectan la producción y la calidad de vida de los habitantes. “Esto perpetúa la condición de pobreza de los hogares que se localizan en las áreas más deficitarias y más distantes de los centros urbanos”, explica Goytia. El Atlas de Crecimiento Urbano permite ver mediante imágenes satelitales cómo crece cada uno de los municipios del país. Por ejemplo, según los datos registrados en 1990, 2000 y 2010 ciudades como La Plata o Rosario crecieron en áreas inundables o sin infraestructura.
¿Las soluciones? Planificar el crecimiento urbano con una visión integral sería lo óptimo para mejorar institucionalmente la gestión urbana, tanto a nivel provincial como municipal y metropolitano. “Es central para nuestras ciudades”, dice la especialista.
El crecimiento discontinuo de las urbes implica un esfuerzo público costoso para crear la infraestructura necesaria. “No hay recursos para financiar el desarrollo y nos encontramos con un importante déficit de servicios y de infraestructura”, explica Goytia. En la medida en que la densidad es baja el costo de la infraestructura es mucho mayor. Por caso, no es conveniente instalar una red de transporte público para atender a una muy baja densidad poblacional; pero esos habitantes igual necesitan del traslado en su vida diaria. ¿Qué pasa con esa población –que se extiende horizontalmente, creando núcleos irregulares, sin una adecuada cobertura de servicios públicos– y el mercado laboral? Por ejemplo, si alguien vive en el barrio de Cuartel Quinto, en Moreno y viaja una hora en transporte público, puede acceder a 15.000 empleos; en cambio, si vive en la Villa 31 tiene acceso a 3 millones de empleos, sin costo de traslado y tiempo de viaje. “Las mejores oportunidades de empleo, educación y salud, entre otros servicios se encuentran alejadas de las nuevas ciudades de baja densidad”, explica la investigadora. Estas condiciones de localización de la vivienda social o de la población de escasos recursos puede generar incentivos para que aumente la población en las villas en la ciudad de Buenos Aires. Un fenómeno que podría explicar el crecimiento de la Villa 31 que creció de 29.000 hogares a más de 40.000 en la última década.
Lo que vale el suelo
Cipuv registra los lotes en venta y los cruza con datos como acceso a puestos de trabajo, transporte público, densidad poblacional, cobertura de servicios básicos, necesidades básicas insatisfechas, entre otras variables.
El costo del suelo, más económico en laszonas periféricas, explica el desarrollo de las ciudades, que lo hacen de modo horizontal y discontinuo en vez de densificarse. “El sector privado desarrolla suelo en áreas periféricas porque hay una ganancia muy importante en el cambio de uso del suelo”, explica Goytia. Mientras tanto, los sectores de bajos recursos ocupan suelo en los suburbios de más baja calidad porque es lo único a lo que pueden acceder dado su nivel de ingresos. “La vivienda social también siguió la misma lógica, razón por la cual las ciudades se extendieron de esa manera”, dice la especialista. Por eso, es importante que ahora la política de vivienda social financie hogares sólo en áreas con buena cobertura de transporte, infraestructura y acceso a las oportunidades laborales y educativas que brinda la ciudad.
Parte del problema es que primero se construye y luego se analiza de qué manera se alcanza la infraestructura. Pero es imposible afrontar el costo en términos de PBI para estas tasas de crecimiento anual. “No se va a poder llegar con infraestructura a abastecer el crecimiento que tuvieron las ciudades; por eso es importante planificar el crecimiento o controlarlo”, explica Goytia y alude a la necesidad de generar beneficios fiscales o incentivos normativos para lograr ordenar el desarrollo urbano. Si se puede mejorar el acceso de los hogares más pobres a mejores locaciones significaría un incremento importante en su calidad de vida; por aprovechar economías de aglomeración, que genera innovación y mayor productividad.
Otra solución radica en hacer política preventiva. Generar acceso a lotes con servicios y a vivienda social con programas con la capacidad de revertir el único mecanismo de los hogares de menores ingresos para poder acceder a una vivienda. Al día de hoy, la manera mas usual es a través de la densificación de las villas o de la ocupación del suelo.