El dueño de este departamento quería refaccionar la cocina, pero iba a desentonar con los ambientes contiguos: con esta intervención, lograron refrescar todos los espacios.
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Empezó como un plan acotado, pero terminó extendiéndose para lucirse mucho mejor: Francisco, el dueño de este departamento del Bajo Belgrano convocó a la arquitecta Cielo Pipkin para refaccionar la cocina, que estaba desactualizada. Después de varias charlas y visitas a la propiedad, apareció el proyecto definitivo, con el que no solo transformaron la cocina, sino que –sin intervenciones estructurales– también renovaron el interiorismo del living-comedor.

Si sólo renovábamos la cocina, iba a desentonar demasiado con el living-comedor, ya que está todo integrado. ”
— Arq. Cielo Pipkin, a cargo del proyecto y la dirección de obra
Trabajo a fondo
La intervención en la cocina incluyó cambio de piso, nuevo equipamiento y revestimientos y el movimiento en los programas. El lavarropas, que estaba en la actual pared azul, pasó a estar escondido al lado del horno, en el bajomesada. El anafe y la bacha intercambiaron lugares: ahora, la pileta quedó en el rincón, más resguardada, y el secaplatos está en la esquina. Además, se anuló la conexión de gas para pasar todo a sistema eléctrico. Para iluminar este ambiente recurrieron a apliques de luz puntual (Huup) combinados con unas tiras debajo de la estantería y artefactos embutidos en el techo.

“La pared del fondo de la cocina resultaba desprolija desde el living. Por eso pusimos el foco del diseño ahí y apostamos por darle protagonismo con el mobiliario azul”.

“El antiguo divisor era estrecho, con sólo 40cm de profundidad y una subida de mampostería que molestaba. Se demolió ese muro para modificar el límite entre ambientes. El mueble actual tiene 60cm de profundidad, lo que permite tener cajones más profundos y mayor superficie de trabajo”, explica Pipkin. La cabecera de la barra es redondeada, copiando la terminación de la pared que tiene enfrente.
“Con la estantería metálica se aprovechó la altura: funciona como regulador entre ambientes, deja la vista abierta y permite ubicar macetas y objetos”.

Apuesta al color
Los tonos vibrantes fueron una decisión audaz: “Como a Francisco le gusta pintar, le propuse trabajar con el color. Hay mucho prejuicio sobre cómo puede percibirse, si terminan cansando (cosa que no creo en absoluto), pero él se animó”, cuenta la arquitecta. La consola y el vajillero son del mismo azul.

En el comedor, se fue la mesa rectangular para que llegara una redonda: “Le da una dinámica diferente al ambiente, facilita la circulación y tiene una dimensión adecuada al resto del equipamiento”, cuenta Pipkin. Otro cambio importante en este sector fue en el piso, que estaba muy desgastado; le quitaron el plastificado brillante, lo pulieron y protegieron con laca mate para dejar a la vista el tono y la textura originales de la madera.

Luz regulada y comodidad
Tres de las caras del espacio social son vidriadas, por lo que luz hay de sobra. Pero esa apertura también tenía una contra, la de quedar demasiado expuesto hacia los edificios vecinos. Para solucionarlo, instalaron paños de cortinas roller con black out color tiza (Gabriela Pérez Elizalde), que protegen la intimidad sin bloquear por completo los rayos del sol.

En el living se hizo síntesis: hay pocas cosas, pero con una razón. El sillón modular es generoso en medidas, suficiente para recostarse, sentarse a leer o incluso comer allí. “No pusimos mesa de centro, solo una chiquita de arrime. Como el sillón está formado por módulos independientes, si Francisco quiere comer ahí puede mover uno y apoyar una bandeja para tener una base más firme”.

La iluminación se planteó con diferentes instancias, para poder elegirla según la situación o el momento del día: en el centro del ambiente instalaron una bandeja que tiene luminarias escondidas –lo que genera una iluminación difusa– y también spots puntuales hacia el sofá y la consola; desde allí está sujetada la lámpara de la mesa del comedor. El recurso final para cerrar un trabajo brillante.
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