Facundo Montenegro se crió en Morón y lleva veinte años radicado en San Luis, donde desarrolla su arte. Reconocido en Brasil y Estados Unidos, además brinda talleres de cuchillería.
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“Es la segunda herramienta que inventó el hombre. Está en nuestro ADN”, sentencia Facundo Montenegro para definir el fenómeno que puede generarse alrededor de un cuchillo. Reconocido por su arte en Brasil y Estados Unidos, tiene su taller en Merlo, al este de la provincia de San Luis, donde confecciona piezas que pueden volar a manos de un actor de Hollywood, de un jeque árabe o de grandes coleccionistas anónimos.
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“Crecí soñando con piratas y personajes como El Zorro. Soy del 75. Siempre tuve una mente fantasiosa”, adelanta el cuchillero que se crió en la localidad de Morón, no tenía ningún artesano en la familia, pero ya a los 16 iba a plazas donde las artesanías copaban la parada. “Tenés que hacer cuchillos. Hay un mundo de esto y vos no lo conocés”, le dijo un día un hombre que sabía del tema. Entonces Facundo aprendió a hacer cuchillos como hobby: el mandato era estudiar.
Buscar la suerte
Contador y estudiante de Economía, trabajaba en un banco cuando la crisis que explotó en 2001 lo dejó sin empleo. Entonces un amigo le dijo “vamos a Merlo”, y él, que tenía 26 años, estaba sin pareja, ni hijos, se mudó a las sierras para probar suerte. Con el dinero de la indemnización del banco puso un bar. Le fue pésimo, pero conoció a su actual esposa –separada y madre de dos niños–. Luego consiguió trabajo en un hotel que le dio una primera clave para desarrollar su oficio. Como parte de las recomendaciones que hacía desde la recepción, mandaba a los pasajeros a ver a un artesano en tablas de madera. Notó que las vendía. ¿La clave? “Eran top. Muy refinadas”, dice. Así supo que si hacía algo muy bueno, se vendería.
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“Me voy a laburar al hotel de noche, y hago cuchillos de día. Como para ver qué pasa”, le dijo a su esposa. Ella no solo lo apoyó, sino que además lo alentó. Por eso Facundo considera que son socios. Así retomó el oficio de hacer cuchillos, que por entonces eran de asado. Los vendía en su casa del Bosque Los Nogales. “De pronto noté que muchos cazadores vienen a Merlo. Entonces, cuando la temporada había terminado y los turistas se habían ido, le ofrecí mis cuchillos a un grupo que había venido a cazar palomas negras. Un tal Cooper me compró todos. Lo googleé más tarde y era dueño de una mina de cobre”, rememora Facundo. ¿Cómo siguió? Se anotó los cronogramas de caza para venderles cada vez que vinieran, y se puso a estudiar inglés –lo hace hasta nuestros días–. Así, con dos años en Merlo, por fin podía vivir de hacer cuchillos.
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El paso siguiente fue mostrarse en ferias internacionales de cuchillería. La primera fue en Buenos Aires en 2009. Siguió por San Pablo, Brasil. Y en 2014 voló a Estados Unidos. “En algunas no vendí nada, pero después de esta última no paré. Entré en un circuito que hay que alimentar”, asegura Facundo, que de tanto viajar al país vecino habla muy bien portugués.
Entonces relata que estaba sentado en una feria junto a Rodrigo Sfreddo, su mentor y gran amigo brasileño, cuando un posible comprador se acercó buscándolo. “Vengo en representación de Axel Rose”, le dijo para luego llevarse una de sus piezas. Otra vuelta le vendió un cuchillo a Sylvester Stallone, a través de un dealer. Además, uno de sus clientes habituales es un jeque árabe que tiene negocios millonarios en Argentina. Mientras que aquí tiene tres grandes compradores, que no menciona para preservnatro.
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“Son coleccionistas. Pagan por la firma de una pieza que, en este punto, es arte. No es un diamante lo que le aporta valor, sino el nombre del cuchillero que hizo esa obra única e irrepetible”, reflexiona Facundo con una humildad que no se preocupa por impostar. “Los cuchillos generan toda una fantasía. Claro que se pueden usar, porque cortan, pero los eligen para exponer. El año pasado una daga se vendió por 120 mil dólares”, señala el cuchillero sobre un mundo que en nuestro país aun no representa el mercado del arte que representa en Brasil o Estados Unidos.
Pasión de coleccionistas
Con ganas de compartir su oficio, Facundo muestra cómo empieza el proceso de hacer un cuchillo. Entonces prende un horno que lanza llama, lleva una pieza de acero al calor, y luego de sacarlo usa un martillo para darle forma. Cuenta que su especialidad es el damasco, “un acero con dibujitos” que me muestra, y que no solo le dio premios en Brasil, sino que además le permitió hacerse un nombre por lo novedoso. “Es mezcla de acero blanco con acero negro. Lo difícil es que quede como quiero”, señala sobre el proceso que incluye lijar a mano. Agrega que hace unos años ya que además les agrega detalles en oro de 24 quilates, siempre con el desafío de que “queden elegantes, porque el oro puede ser muy vulgar”. Lo usa para darle un toque sobre relieve esculpido –overlay–, y que su nombre va incrustado –inlay–. Explica que JS es una certificación valiosa: Journeyman Smith. Y que los mangos de sus cuchillos son de ébano. Lo dice mientras muestra una pieza terminada, que vale 3.000 dólares.
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“Puedo tardar veinte días en hacer un cuchillo, con doce horas de trabajo por día. Uno de los desafíos es que las líneas queden armónicas. Puedo hacer una linda empuñadura, pero si cuando lo armo, no va, ¡no va! Mucho de mi trabajo tiene que ver con múltiples errores, y algunos aciertos. No queda otra que ser perseverante”, apunta el cuchillero que ya no hace más cuchillos de asado, “simplemente porque ya hice muchos”, y que es uno de los tres o cuatro argentinos que se dedican a este arte.
Desde las sierras
Arraigado en Merlo, sobre la ciudad puntana define: “Tiene todo. El tiempo es tuyo. No hay inseguridad, ni nadie te trata mal”. Aquí vive con su esposa, en una casa contigua al taller. Su nieta es una de sus grandes satisfacciones cuando no está metido en el mundo del acero, el fuego y las lijas. “Doy talleres para cuchilleros. A mis alumnos les digo que además de incorporar la técnica, tenemos que estudiar idiomas y vestir bien. Hay que invertir para salir a buscar la suerte. Hasta poder vivir de esto, hay que tener otro trabajo”, apunta Montenegro.
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“A veces no duermo, literal, porque tengo que terminar un cuchillo que no sale y que me sigue dando vueltas en la cabeza”, cuenta el artesano que se define cuchillero y es generoso con su saber. “¡Qué nervios cuando mandás un cuchillo y tarda en llegar el feedback! Uno lo necesita. Es que los hago con el alma. Siempre digo que no hay que escatimar. A los cuchillos hay que ponerles todo, porque tarde o temprano, llega el rédito”.
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Datos útiles:
Facundo Montenegro. IG: @montenegroknives. FB: /FacundoMontenegroKnives
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