El almacén de principios de siglo XX que cambió de manos y estilos durante décadas hasta que tres generaciones de una familia lo convirtieron en un bar notable
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Los amplios ventanales de Hipopótamo ofrecen una vista inmejorable de Parque Lezama. El parque algo ha cambiado desde que el local abrió sus puertas, en 1909, como almacén y despacho de bebidas. En más de un siglo de historia, la esquina de Brasil y Defensa, en pleno barrio de San Telmo, también cambió. Fue La Estrella del Sur, El Bar de Rubén, el Bar Saturno (“espantoso”, agregan quienes lo conocieron), con planetas colgando en el salón y sillas cromadas... hasta que a principio de los ‘80 adquirió su nombre actual y su fisonomía de “bar notable”.
Notable también ha sido su concurrencia: Tita Merello, Ernesto Sabato, Osvaldo Soriano y Francis Ford Coppola, entre otros. Pero lo que nunca ha cambiado es su espíritu de café de barrio, de esos que abren sus puertas de corrido todo el día y que tienen como principales habitués a los vecinos. Su historia más reciente –la de sus últimas cuatro décadas– atraviesa a tres generaciones de una misma familia: los Durán.

“Este bar fue la cuna de mi papá, fue donde empezó a laburar y de ahí no paró de crecer. Quería mantener la historia del bar, su impronta familiar”, cuenta Santiago Durán, de 23 años, actual gerente de Hipopótamo. Hace meses, junto a su padre, Pablo Durán, reabrió el local tras una larga reforma.
Padre e hijo, en charla con La Nación, reviven los 116 años de esta esquina clásica de San Telmo.

–¿Cómo nace este bar?
Pablo: –Abre en 1909 y al principio era un almacén. La mayoría de los cafés fueron antes un almacén con despacho de bebidas. En un principio no tenía nombre, era “el almacén de” el nombre del gallego que lo tenía. Después se llamó La Estrella del Sur, y así funcionó mucho tiempo. Cambia cuando, a fines de los 50 o principios de los 60, viene la familia Juiz. Agarran el almacén que tenía una partecita chiquita de bar y al poco tiempo lo hacen todo bar. Ahí empieza a llamarse el Bar de Rubén, que era uno de los hijos de la familia. Ellos lo tienen unos cuantos años; lo trabajaba toda la familia, como era antes.
–¿Funcionaba bien en esa época? ¿Tenía convocatoria?
–Sí, no dejaba de ser un boliche de barrio, como lo es hoy, pero funcionaba bien porque el parque siempre generaba movimiento, inclusive más que ahora. Antes la gente iba más al parque, porque no había tantas opciones de salidas como hay hoy.
–¿Cuándo empieza a cambiar su formato?
–Los Juiz venden el negocio y ahí lo compra una sociedad de varios gallegos que le ponen de nombre Saturno y le hacen una reforma bastante fea. Una reforma que en su momento quiso ser moderna pero la verdad es que era espantosa.

–¿Por qué?
–Por llamarse Saturno le habían puesto en las columnas y en la pared un montón de planetarios. Además, le pusieron fórmica en la barra, unas sillas cromadas con cuerina verde... Toda una reforma muy de fines de los 70, de cuando empezaban a aparecer los snacks bar. Fue algo que marcó una época. Pero la verdad es que era muy feo.
–¿Y cuál era la propuesta de comida de Saturno?
–Antes los bares no tenían muchas propuestas de comida. Hacían dos pavadas: sándwiches, tostados... Los Juiz lo habían hecho bastante famoso con el vermut; además, la gallega cocinaba algunas cositas, como caracoles, que en esa época era un plato que se comía mucho. No tengo muy claro que ofrecía Saturno, pero era un bar que empezó a venirse abajo hasta que en el 82 lo compramos con mi viejo, Julio Durán.
–¿Tu familia venía de la gastronomía?
– No, fue el primer negocio gastronómico de papá. Él era gallego, pero se había dedicado siempre al reparto de productos lácteos. Le gustaba mucho la gastronomía, pero era imposible tener un bar y trabajarlo solo, y él había tenido una mala experiencia con una sociedad. Para cuando lo compramos, yo ya tenía 19 años, había terminado el colegio secundario... Así que cuando aparece esta oportunidad, no lo dudó.

–¿Fue tu primera experiencia laboral?
–No, yo ya venía trabajando. Como parte de su reparto de productos lácteos, mi viejo tenía un depósito con venta al público, como un almacén. Cuando tenía 12 o 13 años, mi viejo nos llevaba de vacaciones a Mar de Ajó y él se volvía a seguir laburando. Yo me aburría y me volvía con mi viejo, y me quedaba atendiendo el negocio. Pero no le decíamos nada a mi mamá, porque si no nos mataba.
–¿Cuando compran Saturno qué cambio le hacen?
– Cuando vinimos acá no teníamos un mango. Por eso al principio abrimos prácticamente como era Saturno. Solo se le cambió el nombre.
–¿Por qué Hipopótamo?
–Nombre horrible, viste. Siempre me pareció feo, desde el primer momento. Surge porque cuando abrimos mi tía nos presta unos mangos y dice “pónganle Hippopotamus”, porque era la época de la discoteca. Así se llamó al principio. Después Julio le puso El Hipopótamo, y finalmente dejamos Hipopótamo solo. Cambiamos el nombre, al poco tiempo mi hermano (que también se llama Julio) termina el secundario y se viene trabajar acá, y de a poco empezamos a conseguir sillas de bar... Pero prácticamente todas las reformas grandes se hacen cuando papá ya estaba enfermo.

–¿Qué hacían los tres en el bar?
–Los tres estábamos en el salón. Empezamos a sacar los saturnos espantosos y los colores, la barra de fórmica verde, las sillas con cuerina verde... Nos costó. De a poco lo fuimos haciendo. Al tiempo mi viejo se enferma y se muere, y nos quedamos con mi hermano. Trabajamos muchos años juntos, hasta el 2000. Pero al mismo tiempo habíamos encarado varios emprendimientos, como el café Margot. En el 2000, de común acuerdo, yo me quedé con Margot y mi hermano, que vivía acá enfrente, se quedó con Hipopótamo.
–¿Y por qué volvés a Hipopótamo?
–La culpa la tiene él, que te lo cuente –dice y señala a su hijo, Santiago.
Impronta familiar
“Cuando nos enteramos de que mi tío estaba queriendo vender el Hipopótamo, mi papá no estaba interesado –recuerda Santiago–. Este bar fue la cuna de mi papá, fue donde empezó a laburar y de ahí no paró de crecer. Siempre admiré eso de él, cómo fue su crecimiento y su trayectoria. Por eso quería mantener la historia del bar, su impronta familiar. Para él, el Hipopótamo cumplió una etapa, pero para mí no. Así que empecé a insistirle e insistirle”.
–¿Qué recuerdos tenías vos de Hipopótamo?
–Muy pocos, porque había venido cada tanto. Siempre pasaba y sabía que el Hipopótamo era de mi tío y que era el bar donde empezó mi papá. Yo empecé a los 19 a laburar en gastronomía con él, a querer aprender. Me gusta mucho la idea de que el Hipopótamo siga. Quiero que sea el primer bar si tengo un hijo, quiero que quede en la familia. Y de tanto insistir lo convencí.
–¿Con qué se encontraron cuando lo compraron?
Pablo: –Era el bar que habíamos dejado. En su momento, Julio le había mejorado varias cosas. Pero en los últimos años ya estaba con otro proyecto, se había ido a vivir a Entre Ríos y lo manejaba a la distancia. Lo cerramos para hacer algunas reformas, pero fue mucho más tiempo de lo que pensamos, y se le hizo un montón de cosas.

–¿Cuánto tiempo estuvo cerrado?
– Como un año... Hicimos la escalera, la reforma de la cocina; arriba, donde había una piecita que usábamos de oficina, hicimos la sala de jamones, en la que ahora los maduramos unos 8 a 10 meses, y el producto que sale es distinto. También hicimos un aislamiento acústico, porque un domingo vine y no se podía hablar del ruido. Ahora cambió un montón. Pasa que son boliches viejos y, parece mentira, arreglarlos lleva tiempo. No es que tirás y viene cualquiera: es recuperar.
–Algo muy artesanal...
–Vamos buscando las distintas cosas: el mármol, la madera, la boiserie... La boiserie que pusimos era de un bar que se llamaba Café de la Esquina, que estaba en avenida del Libertador y cerró en la pandemia. Yo la había comprado y la había guardado, y cuando volví al Hipopótamo la traje. En su momento, con mi hermano, cambiamos la barra que era espantosa. La que está hoy es la del Café Literario, que estaba en French y Azcuénaga, la compramos con mi hermano cuando cerró. Ahora lo que nos falta terminar es el sótano.
–¿Qué van a hacer?
Santiago: –Era un depósito, pero ahora va a quedar solo una parte de depósito y el resto va a ser un salón, para cuando no haya lugar arriba, o si un grupo quiere bajar y estar más tranquilo. Incluso podemos hacer algún evento cultural...
–¿Qué hay que pedir si uno viene al Hipopótamo?
Santiago: –La milanesas, las picadas...
Pablo: –...la sidra tirada, que es de Río Negro, también la cerveza y el vermut que los hacemos nosotros en Avellaneda.









