La médica especialista en neurociencias aplicadas al deporte compartió, en un mano a mano con José del Río, el método con el que trabaja la mente de deportistas de elite
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“La mente también se entrena para ganar, no son solo los músculos”, fue el mensaje que compartió Sandra Rossi, especialista en Neurociencias aplicada al Deporte, en un mano a mano con José del Río, director de Contenidos de LA NACION en el marco de la novena edición del Premio Women Corporate Directors (WCD), una iniciativa que organizan en forma conjunta LA NACION y KPMG. La médica desglosó las claves de su enfoque en el panel “Cómo entrenar la mente para un mejor rendimiento”.

Sandra Rossi, es reconocida por su trabajo pionero. Desde 2014, integra el cuerpo técnico del Club Atlético River Plate, donde lidera un área crucial: “la mente detrás del juego”. En este rol, desarrolló una metodología que aborda el entrenamiento de habilidades mentales esenciales como la concentración, la toma de decisiones bajo presión y la gestión emocional. Su visión revolucionaria postula que el cerebro debe ser concebido como una herramienta tan tangible y entrenable como los músculos, un concepto que también explora en su libro “Mente de Alto Rendimiento”, donde integra el rendimiento de la mente y del cuerpo para maximizar el potencial no solo de deportistas, sino de cualquier persona en diversos ámbitos de la vida.
Sus primeros pasos en una especialidad “poco difundida”
El camino hacia la neurociencia deportiva fue inesperado y estuvo marcado por una búsqueda personal: ”Empecé en medicina del deporte, yo tenía otra especialidad que no me gustaba y dije: bueno, acá tengo que cambiar porque, si Dios quiere que viva muchos años, no quiero vivir haciendo algo que no me guste“, contó la especialista. Fue el deporte, una pasión desde su niñez, “era de las nenas que juegan con los varones”, el que la condujo a una nueva vocación.
Su formación la llevó al Hospital Ramos Mejía, en aquel momento el único hospital municipal con un servicio de medicina del deporte. Allí, relató, encontró una especialidad “poco difundida”, ubicada en un “primer subsuelo por escalera, en una oficina muy pequeña” donde atendían “a los bailarines del Teatro Colón y algunos otros deportistas de alto rendimiento”.
“Nuestro desafío era que si había algún lesionado, teníamos que bajar en sillita de oro al deportista hasta abajo. Fíjate vos la incongruencia y lo poco difundido que estaba en ese momento la medicina del deporte como especialidad, la poca relevancia que se le daba”, recordó.
“¿Qué aprendiste del Colón?”, le preguntó Del Río al llevarla a uno de los entornos más exigentes donde trabajó: el Teatro Colón.
Rossi contó que fue su primer acercamiento con lo que es el alto rendimiento, y describió el lugar como un espacio de “disciplinas extremadamente complejas donde la performance es casi siempre en un estado de incomodidad”. Los bailarines, muchos de ellos adolescentes, vivían bajo presiones extremas: “Familias que presionan mucho, chicas que tienen que tener un cuerpo sin un gramo de más”, recordó.
Uno de los hitos sanitarios y culturales que lograron Rossi y su colega fue eliminar las balanzas de las salas de entrenamiento. Hasta ese momento, las bailarinas eran pesadas antes de cada sesión, y “si pesaban un gramo de más las corrían”.
El problema no era solo la práctica, sino la ignorancia fisiológica: “El músculo pesa más que la grasa. A veces estaban más entrenadas, no con más grasa. Había una incomprensión absoluta”. Ese episodio la llevó a mostrar una lección fundamental: la ciencia debe estar al servicio del bienestar, y, sobre todo, “debe humanizar el alto rendimiento”.
Del teatro al vestuario: una mujer abriendo camino en el fútbol masculino
Rossi se convirtió en la primera mujer en un cuerpo técnico de fútbol profesional masculino. Ante la pregunta de José Del Río sobre si alguna vez imaginó ese destino, la respuesta fue inmediata: “Ni en mis sueños. La realidad supera a la ficción. En mi caso fue así”.
Sin embargo, el ingreso no fue sencillo. “La primera vez que entré al vestuario, yo recontra inocente, fue una incomodidad tremenda porque yo me metí en el lugar de ellos”, recordó. Ese momento fue una “primera aproximación” a la dificultad del desafío, y tuvo que empezar a diseñar estrategias para entrar sin irrumpir. “Ellos me ayudaron un montón. Estoy tan agradecida. Lejos de complicármela, me facilitaron todo”, contó.
Del Río destacó que Rossi no solo rompió el techo de cristal: “Rompiste las paredes”.
Sobre esto, la especialista comparó el proceso con abrirse paso en una selva: “Vas primero sacando las ramas grandes y pasando, yendo y viniendo hasta que el camino empieza a tener su forma”. La visibilidad de ese camino, argumentó, es crucial en un contexto actual donde “estamos hablando de estadísticas que no se mueven, de mujeres líderes y que el objetivo es moverlas”. Para ella, “mostrar su camino” es importante. “Yo creo que por ahí a mí me interesaba cómo mostrar, y por eso es un poquito el foco del libro, contar un poco la historia, porque creo que en algún punto es facilitador para los que vienen detrás”.
Pero, para la médica, abrir camino tuvo sus costos: “No había baño de mujeres. Tardé tres años en tenerlo. Tenía que cruzar pasillos, no tenía laboratorio propio, trabajaba arriba de una mesa”. Aún así, “cuando uno aprende a poner el foco en la posibilidad y no en la dificultad, el cerebro te acompaña”.
La técnica detrás del penal de Montiel
Uno de los momentos más icónicos de la charla y del deporte argentino en su totalidad, fue el penal que pateó Gonzalo Montiel en la final del Mundial de Fútbol en Qatar. “Vos te metés en el cerebro de Montiel.... ¿Qué pasa ahí adentro?”, le preguntó Del Río.
Para Rossi, ese momento, tan emocional para el país, es también un laboratorio neurocientífico. “Antes de patear, Montiel toma aire y lo larga. Parece una pavada, pero tiene un efecto milagroso en el cerebro”, aclaró y explicó el mecanismo detrás de esto: “Cuando tomás aire por la nariz, estimulás un grupito de neuronas en el bulbo olfatorio. Es como si se despertaran y mandaran una flecha al área de tus emociones con la única misión de calmar”.
Lo que parece un gesto automático es, en realidad, un regulador del estrés. “Una cosa es patear muerto de miedo y otra es tener miedo, pero con el área de pensamiento más libre. Eso cambia todo”. Pero, la médica contó que lo más interesante es que Montiel no lo aprendió en Qatar. “Lo hacía desde chico. Cuando entendió el beneficio, lo entrenó”.
Este ejemplo subraya la importancia del entrenamiento consciente de la mente, similar al entrenamiento físico: “Exactamente igual que cuando vos vas a un gimnasio y levantás pesas. Cuando trabajás con parámetros de la mente, como por ejemplo, aprender a calmarlo en el cerebro, también se fortalecen estructuras que hacen que te sostengan más porque están más fuertes por la práctica”.
Cuando Del Río le pidió que definiera neuroplasticidad, Rossi fue clara: “Es la capacidad que tiene el cerebro de modificarse a sí mismo. Pero ojo: se modifica para bien y para mal. La frase destrozó mitos. La plasticidad no es solo crecimiento; es también deterioro. “Hoy tenemos grandes problemas de atención porque estamos sometidos a interrupciones constantes. Los videos duran menos porque cada vez soportamos menos tiempo de foco”.
Federer y la mentalidad del campeón
El panel profundizó en el papel del foco, la concentración y la disciplina, a partir de la relación entre el éxito y la derrota en un discurso que dio el tenista Roger Federer. José del Río lo presentó como “el signo de un campeón. La señal de un campeón”.
“Creo que eso es lo que marca la diferencia a los altos rendimientos, a los mejores, a los que destacan, de los que son buenísimos. No te imaginás la cantidad de deportistas con un talento increíble que no pudieron soportar esta exigencia. Ahí está la clave del que puede llegar”, reafirmó Rossi.
¿Y por qué no lo soportamos? Rossi explicó que la “película completa” del alto rendimiento es mucho más que el “recorte del diario”. La “punta del iceberg” esconde una base de “disciplina, de bancarse la derrota”. Se trata de “perdiste, no sé, no fuiste preciso con un penal y tenés la próxima posibilidad en el segundo que se reinicia el partido de revertir esa situación”. Es una “batalla todo el tiempo”.
La conversación abordó también el impacto de las redes sociales, un “tema de época”. Rossi rememoró cómo antes, el “aspiracional de un jugador era llegar a Europa”, y el de las familias era “que haga una carrera”. Hoy, esta cultura migra hacia “una asociación de lo que es el éxito con la cantidad de seguidores, con la ropa que te pudiste comprar, con mostrarte feliz más allá de lo que estés sintiendo, el tema de mostrarse por ahí un poco más vulnerable no está bien visto”. Esta tendencia nos “aleja de la humanidad que fue diseñada para nosotros” y nos lleva a confundir el éxito. “Te estoy hablando de muy pocos años. un jugador de fútbol de hace 10 años no tiene nada que ver con un jugador de fútbol de hoy”, subrayó.
Para ella, los deportistas que lograrán alcanzar el verdadero alto rendimiento serán aquellos “que puedan trabajar fuertemente en esto, en postergar una recompensa, que no haya recompensas inmediatas, que toleren la frustración, que entiendan que el alto rendimiento tiene mucho de perder. Tiene casi la misma proporción de perder que de ganar”. La clave es “que lo pueda aceptar, que lo pueda abrazar, que lo pueda entender”.
Rossi explicó por qué los atletas de elite tienen un cerebro diferente en algunas áreas: “Los deportistas de alto rendimiento tienen un área del cerebro que comanda la fuerza de voluntad más grande que el resto de la población”.
No es genética. Es entrenamiento. “Tienen que ir sin ganas. Si te levantás a las seis con frío y tenés que hacer abdominales, nadie tiene ganas. Yo estaría rezando que llueva”, ironizó. Pero la repetición genera estructura cerebral: “Hacerlo sin ganas fortalece el área de la fuerza de voluntad”.
Distinguió estos valores de aquellos que “consideren que a lo mejor, porque pasaron de reserva a primera, hicieron un gol y sus seguidores de Instagram pasaron de 100 mil a 4 millones, que es lo que sucede, que también es muy difícil para esa mente poder entender esto”.
El éxito, según la médica, debe ir más allá de las métricas superficiales. Debe vincularse con “ese desafío de ser mejores profesionales, mejores jugadores, mejores personas, entender mejor que el equipo necesita de uno, no solo de cómo funcionan esas piernas, no solo de esa técnica, sino por ahí de sostener un compañero, de ser amable con el utilero que le está calzando la ropa. Eso es alto rendimiento también”.
Potrero vs. entrenamiento de elite
Rossi no enfrentó únicamente desafíos en el Colón o en River. Su carrera entera se movió entre dos mundos: el potrero y los entrenamientos de elite. Con una mirada nostálgica, lamentó cómo el fútbol moderno, con su “todo súper tecnológico” y sus “campos de entrenamiento” perfectos en lugares como Estados Unidos o Alemania, dejó de lado la esencia de un tipo de formación que, a su juicio, era insuperable.
“En un punto me da pena, porque el potrero es el mejor entrenamiento de neurociencia que puede haber”, afirmó y explicó que la cancha de barrio, con su “imprevisibilidad”, su “luz mala”, y la necesidad de “recordar quién es tu compañero” al no llevar una camiseta distintiva, forja habilidades cognitivas y de toma de decisiones superiores. “Tendríamos que ver la forma de meter un poquito de ese potrero que nos identifica en el fútbol sudamericano”, sugirió. Para Rossi, “el potrero es el mejor entrenamiento de neurociencia”.
El cerebro, dijo, se potencia cuando conviven ambos ecosistemas: la improvisación del potrero y la excelencia técnica de la elite.
La conversación concluyó con una anécdota de vestuario que une todo lo que relató en el panel: el día que Enzo Pérez atajó.
“Uy, tremendo”, exclamó Rossi, recordando un momento que “fue como lo más difícil que nos tocó vivir como equipo”. El contexto era la pandemia de Covid-19, con testeos cada 48 horas y la “tragedia” de ver a los jugadores dar positivo.
“En un momento nosotros miramos la cantidad de positivos que había y decíamos, no llegamos a 11”, relató. En medio de la incertidumbre, con “los positivos iban para un sector, los negativos para el otro”, el equipo se encontraba diezmado. Solo quedaban “10 que eran negativos y uno más que también dio negativo pero estaba lesionado, tenía un desgarrado el isquiotibial, o sea que no podía correr. Ese desgarrado era Enzo Pérez, que en ese momento era la estrella del equipo”.
Fue en ese punto de máxima dificultad donde la figura de Marcelo Gallardo, el director técnico de River Plate, mostró su ADN de líder. “Marcelo juntó a todos y les habló como si fueran la Selección Argentina, los mejores jugadores que tenía”, a pesar de tener “chicos de reserva que no habían disputado en primera”. Con “mucha tranquilidad dijo que ese era el equipo que tenían y que alguien tenía que atajar”. Y fue entonces que “levantó la manito Enzo Pérez y dijo: ‘Marcelo, atajo yo’”.
Rossi rememoró el momento con una emoción como si fuese hoy: “En un momento tan difícil, donde él era la estrella (Enzo Pérez), poder exponerse a que le hicieran 18 goles. Pero, entendió que lo que se necesitaba era un arquero, porque nuestros cuatro arqueros eran positivos de COVID. Alguien tenía que atajar. Él no iba a poder correr y se fue al arco”.
Ese suceso va a quedar en la memoria de la especialista como uno de los momentos más hermosos que vivió en su historia. Fue una demostración de cómo “de un momento que fue difícil, de máximo miedo, en el que éramos peligrosos unos para otros, un grupo de gente, liderados por un gran líder, se juntó, se expuso y encima se ganó el partido”.
La anécdota se enriqueció con un detalle del vestuario antes de salir a la cancha. “Cuando los chicos salen al campo de juego, pasan por el túnel y lo vi a Enzo Pérez con la camiseta de Armani. En ese momento, uno de los defensores lo abraza y le dice que se quede tranquilo que él lo iba a defender con la vida. Ahí dije: este es un equipo de alto rendimiento”, concluyó.
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