ADN del Crimen: los secretos guardados en el expediente del odontólogo asesino
Ricardo Alberto Barreda planeó durante dos años los asesinatos de su esposa, sus dos hijas y de su suegra. Metódico, un año antes de concretar el mayor femicidio de la historia criminal argentina, el odontólogo compró los cartuchos para la escopeta de dos caños. Unos días antes del cometer su faena asesina, probó el arma para ratificar que funcionaba correctamente.
Estos elementos, casi desconocidos hasta hoy, probaron que Barreda -que falleció el 25 de mayo pasado-, no era un psicótico que asesinó a cuatro mujeres porque sufría de "delirio de la reivindicación", como expusieron sus abogados defensores durante el juicio oral, con el objetivo de que lo declaren inimputable.
"Desde hace dos años se me había puesto en la cabeza que era un problema entre ellas y yo. Después de la operación, cuando pude caminar fui a la armería Cosoli y compré una caja de cartuchos para la escopeta que guardaba debajo de la escalera", declaró Barreda en su segunda indagatoria, el 15 de mayo de 1993.
Durante la investigación de los cuatro asesinatos ocurridos el 15 noviembre de 1992, en la casa de la calle 48 al 800, en La Plata, se determinó que esa parte del relato de Barreda era cierta. Hubo otras versiones que el odontólogo incluyó en sus indagatorias que eran falsas y que tuvieron como objetivo colocarlo como un delirante inimputable.
"Esa idea de matar que se inició durante del post operatorio, se fue acrecentando con el tiempo. Hasta que se me hizo una cosa inexorable e inevitable. Es decir, una forma de hacer justicia. No sabía en qué momento iba a hacerlo, pero tenía que hacerlo", relató Barreda ante el juez.
Unos días antes probé si la escopeta funcionaba. Fui al camino a Punta Lara, comprobé que andaba bien contra un tronco
La operación a la que se refería el odontólogo en su declaración fue una intervención quirúrgica en la vesícula. La recuperación se concretó enel petit hotel que compartía con su familia. Durante ese post operatorio se habría producido un episodio que acrecentó la furia asesina de Barreda.
Una batalla entre peritos
Debido a que Barreda confesó su responsabilidad en la masacre, a partir de lo que expresó en tres declaraciones indagatorias, el juicio oral constituyó una batalla entre peritos psiquiatras y psicólogos para determinar si el acusado debía ser condenado a prisión perpetua o se establecía que era inimputable y se lo internaba en un instituto neuropsiquiátrico.
"No hay en el acusado alteración morbosa de las facultades mentales que le haya impedido comprender la criminalidad de sus acciones", expresó el fiscal Héctor Vogliolo en su alegato.
El representante del Ministerio Público consideró que Barreda actuó sobre seguro, eligió concretar su tarea criminal un domingo cuando estuvieran todas las víctimas juntas en la casa y pidió que el odontólogo sea condenado a prisión perpetua.
El 14 de agosto de 1995, el tribunal integrado por los jueces María Cecilia Rosenstock, Eduardo Hortel y Pedro Luis Soria, condenó a Barreda a prisión perpetua por los homicidios agravados por el vínculo de su esposa, Gladys Mc Donald; su suegra, Elena Arreche y sus hijas, Adriana y Cecilia.
No fue un veredicto unánime. Para la jueza Rosenstock, el odontólogo era inimputable. "He llegado a la íntima convicción de que Barreda actuó sin posibilidad de comprensión de la criminalidad del acto y de dirigir sus acciones por hallarse afectado de una psicosis delirante sistematizada y crónica, bajo la forma de delirio de reivindicación", consignó la magistrada, al fundar su voto.
Mario Luis Coriolano, quien actualmente se desempeña como defensor general ante la Cámara de Casación Penal bonaerense, fue el secretario del juzgado de Instrucción que tuvo a su cargo la investigación de la masacre y cumplió la misma función en el tribunal que juzgó al odontólogo.
Durante el proceso contra Barreda, al menos ocho peritos psicólogos y psiquiatras se internaron en la mente del acusado para tratar de determinar cómo el apático odontólogo que vivía en el señorial petit hotel de calle 48, se convirtió en un criminal sangriento, capaz de matar a sangre fría a cuatro mujeres indefensas.
Manuel Capurro y Jorge Bertini, fueron los peritos oficiales; Miguel Maldonado y Eduardo Maltz expusieron sus conclusiones por parte de la defensa; Jorge Folino y Julio César Brolese, entrevistaron a Barreda, también como peritos de la acusación. En tanto que Enio Linares y Javier Cabello, expusieron sus argumentos por parte de los abogados que representaban a los familiares de las víctimas.
Con matices y fundamentos particulares, Capurro, Maldonado y Maltz, coincidieron en que Barreda era inimputable. Capurro instaló la presunción de que Barreda había sufrido un "corto circuito" en su mente. "Barreda es un maníaco lúcido. De haberse producido esta manía transitoria en el momento del hecho, es factible que no siendo el imputado un delirante paranoico, al amparo de esas situaciones, que se han denominado actos de corto circuito, pudo haberse producido un desborde conductual que llevó al imputado a un impresionante hecho de desmedida agresividad. Sin entorpecimiento completo de la conciencia, al punto tal que, como maníaco lúcido, hoy recuerda con bastante precisión todo lo sucedido", explicó ante los jueces el prestigioso psiquiatra.
En cambio, los peritos, Folino, Brolese, Linares, Cabello y Bertini sostuvieron con distintos fundamentos que Barreda era un neurótico o, en su defecto, un psicópata, que podía comprender la criminalidad de sus actos.
Además, de las conclusiones de los peritos, el juez Hortel tuvo en cuenta al afirmar que Barreda era imputable, las declaraciones de testigos que indicaron que "Barreda era una persona normal y no observaron un trato despectivo de las mujeres de la casa hacia el odontólogo".
La coartada que no funcionó
Mientras que una amiga de Gladys, la esposa de Barreda, declaró que en el juicio que el imputado tenía una doble vida y que se relacionaba en forma paralela con otras mujeres a las que no ocultaba. Mercedes Guastavino fue una de las amantes de Barreda. Fue la mujer a la que el odontólogo pasó a buscar después de cometer la masacre. Barreda la llevó a un hotel alojamiento en el Camino General Belgrano, cerca de City Bell. Allí, le confesó a su amante: "Me mandé una cagada".
Luego de ese encuentro íntimo, Barreda regresó a la escena del múltiple homicidio y llamó a la policía para denunciar que habían entrado a robar en su casa y había encontrado unos cadáveres. Así, intentó armar una coartada.
Pero, al revisar la escena de la masacre, al subcomisario Ángel Nicolás Petti le llamó la atención la frase de Barreda cuando se refirió a "los cuerpos", demostrando una total falta de empatía hacia las cuatro integrantes de su familia. Otro elemento que aparecía fuera de lugar surgió, cuando el oficial inspeccionó la habitación de Barreda. No había nada fuera de lugar. Todo el desorden se había registrado en las piezas de las víctimas.
Cuando el policía llevó a Barreda a la comisaría, el odontólogo, en lo que se convertiría en un adelanto de su confesión le dijo: "Estaba harto del odio, la indiferencia y el desamor".
Barreda intentó justificar la masacre en el supuesto maltrato que sufría de parte de las víctimas.
"Le dije a mi mujer que iba a quitar las telarañas de la puerta de entrada. Entonces ella me respondió: ‘mejor que vayas a hacer eso. Andá a limpiar, porque los trabajos de conchita son los que mejor te quedan’. Entonces fui a buscar la escalera y encontré la escopeta. La tomé y comencé a disparar", recordó el odontólogo.
Ningún testigo declaró haber escuchado a alguna de las víctimas llamar al acusado de esa forma. Nunca se pudo saber si el relato de odontólogo era cierto o fue un delirio. Barreda asesinó a las cuatro mujeres.
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