El crimen de Lola Chomnalez: la vida nómade del homicida que cayó ocho años después por su rastro de ADN
Una semana antes de la detención, Leonardo David Sena, de 39 años, se instaló en el Chuy con su pareja y cuatro niños
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A fines de diciembre de 2014, cuando se produjo el crimen de Lola Chomnalez, Leonardo David Sena deambulaba por Rocha buscando alguna changa para sobrevivir. Habían quedado atrás los buenos momentos con sus padres adoptivos –integrantes de una colectividad religiosa–, las reuniones en el Club La Aguada, de La Paloma, y los partidos de fútbol con la camiseta de esa institución. Pero a partir de los 19 años su carácter cambió.
En 2003, Sena fue procesado por lesiones personales. Seis años más tarde, en 2009, llegó a los delitos mayores. Se ocultó en la oscuridad de una casa ubicada a unos dos kilómetros de su propio hogar, esperó a que el novio de una joven que vivía allí se despidiera de ella, y cuando supo que podía actuar sin ser visto la sorprendió, la arrastró con todas sus fuerzas hasta un descampado y la violó. Fue procesado y encarcelado por ese crimen sexual.
Una vez que recuperó la libertad, Sena deambuló por Castillos, Aguas Dulces y Valizas, hasta que atacó y asesinó a Lola Chomnalez el 28 de diciembre de 2014 en un claro entre la vegetación de la costa en Barra de Valizas. Durante siete años y medio se mantuvo fuera del radar de la Justicia, que hasta ese momento tenía detenido a Ángel Eduardo Moreira Martínez, alias “El Cachila”. Pero a mediados de 2022 la genetista Natalia Sandberg llegó a un resultado revelador con una novedosa técnica de pesquisa y logró hacer coincidir el ADN del rastro hallado en la mochila de la adolescente argentina con la cadena de ácido desoxirribonucleico de Sena.
El 20 de mayo de ese año, el nómade cayó en la red de la Justicia, que lo arrestó en el Chuy, en la frontera entre Uruguay y Brasil. Y ya no salió más. Ayer lo condenaron a 27 años y seis meses de prisión por el femicidio.
La vida de Sena
Poco antes de eso, Sena había conocido a “Miranda”, madre de cinco hijos que vivía en el departamento de Soriano, cerca del río Uruguay. Después de chatear durante un mes, ella se instaló en Castillos con Leonardo. Fue con sus hijos de 13, 11, 9 y 5 años. El quinto chico se quedó con su padre. El viernes 13, una semana antes de su detención, Sena acordó el alquiler de una casa de madera, de dos plantas, ubicada en el barrio “La Pista” de la ciudad del Chuy.
La familia carecía de camas, frazadas y otros enseres domésticos. Esa noche durmieron en el piso, muertos de frío por el viento que ingresaba. Al otro día, “Jorge” –los nombres reales se preservan para proteger la intimidad de la mujer y de los menores, totalmente inocentes en esta sórdida trama– salió de una casa cercana. Se presentó y les entregó algunas frazadas para taparse.
El domingo 15 de mayo de 2022, Sena y Miranda se fueron a Castillos. Dejaron solos a los niños. Al ver que no tenían alimentos, Jorge les alcanzó algo al mediodía y al anochecer. Al regresar, Sena dijo a los vecinos que era docente de construcción, oficial panadero y experto en taekwondo. Su físico es muy menudo, como el de un jockey. Miranda contó en el barrio que trabajaba en un hogar de ancianos en Castillos.
Jorge, el vecino, estaba cansado de regresar a su casa de madrugada de la panadería donde trabaja. Le molestaba tener un horario cortado. Como Sena le había dicho que sabía de panadería, lo presentó al dueño del local. Ofició allí algunas noches como ayudante panadero, pero abandonó esa changa para pasar a trabajar en otra panadería más céntrica.
Entonces se enteró de que un comerciante quería contratar un albañil para que le revocara una pared. Sena se presentó ante él diciendo que era un especialista. El comerciante lo llevó hasta su casa. Sena miró el trabajo y dio un presupuesto: 40 mil pesos uruguayos, casi 900 mil pesos argentinos, al cambio de hoy.
Al día siguiente Sena se presentó en el lugar y llevó a su vecino Jorge como peón de obra. Armaron tres fajas de cemento, pero abandonaron el trabajo cuando comenzó a llover. Sena le pidió al comerciante un adelanto de 5000 pesos. A los pocos días le pidió otros 10.000 para comprar herramientas, pero ya no volvió.
Con aquel adelanto, Sena alquiló un Chevrolet color perla y se compró una campera “Santa Bárbara” en el Chuy; quería lucir bien, pero se la robaron después de romperle el vidrio del auto. Entonces le escribió al comerciante que lo había contratado para revocarle el local y le pidió otros 5000 pesos. Pero el cliente se negó se negó, recriminándole que le había “colgado” el trabajo. Sena le respondió por WhatsApp: “Cuando más te precisé, no estuviste”.
”Él entró en mi casa. Yo tengo niñas chicas. Cuando vi su foto en el Facebook me quise morir. La saqué barata. Era un hombre peligroso”, diría días después la pareja del comerciante a El País.
El 16 de mayo, Miranda entró muy nerviosa en el Liceo Nº 2 del Chuy. Quería que inscribieran a su hijo de 13 años. Relató a docentes del establecimiento que recién se había mudado y que tenía la casa vacía. Le regalaron cuchetas, frazadas, platos y otros artículos de uso doméstico esenciales.
Desde su casa, Jorge veía llegar los fletes con las donaciones. Caminó unos metros y se encontró con Sena en la puerta de su cabaña. Le pidió las frazadas que le había prestado y le dijo: “No me pagaste el jornal cuando fuimos a la casa del comerciante”. Sena dijo que no había recibido dinero.
Jorge también tiene hijas adolescentes. Un poco antes de la detención de Sena, una de ellas le dijo: “Papá, Leonardo nos mira por la ventana de la cocina”. Y él le respondió: “Querrá comida”. ”Ahora sé que es un psicópata. Por suerte lo alejé de mi casa”, expresó a El País.
La detención por el crimen de Lola
El jueves 19 de mayo, un equipo de la Policía de Investigaciones de Rocha llegó hasta su casa indagando sobre la rotura de un vidrio de un Chevrolet. A Jorge le extrañó y se lo dijo a los policías. Estos no le dieron información alguna. Al otro día, viernes 20, vio a varios patrulleros y a la Policía Científica frente a la casa de madera. “Esto es algo serio”, se dijo.
Al día siguiente, se encontró con Miranda en la calle. “Se llevaron a Leonardo. Es por un asunto de drogas. Lo confundieron con el hermano”, le dijo ella. Pero Jorge ya sabía todo y replicó: “No fue por drogas. Es por la muerte de la chiquilina argentina”.
La mujer y sus hijos fueron llevados a un refugio. A los chicos les hicieron análisis forenses. A 140 kilómetros de allí, y media cuadra del Club La Aguada, de La Paloma, la madre adoptiva de Leonardo Sena, en esos días de locura, atendía a los periodistas, pero rehusaba hacer cualquier comentario sobre la situación de su hijo. “Es que estamos viviendo un momento terrible”, se justificó. Lo mismo debe experimentar, seguramente, por estas horas.
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