
Horror en Florencio Varela. El pozo en el que arrojaron los restos de Lara, Brenda y Morena fue hecho horas antes del crimen
Así lo reveló el ministro de Seguridad bonaerense tras el relevamiento de la vivienda situada en el barrio Vatteone, donde las jóvenes fueron torturadas, asesinadas y descuartizadas
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Un cascarón de ladrillos viejos, mamposterías derruidas y mugre, mucha mugre. Motas de yuyos que asoman entre trozos de cortezas de árboles y signos de quemas, una silla blanca, un camión volcador de juguete y hasta un cochecito de bebé. Entre medio de todo eso aparecieron las bolsas de consorcio negras con los cuerpos descuartizados de Morena Verri, Brenda del Castillo y Lara Gutiérrez, torturadas hasta lo indecible antes de ser asesinadas y desmembradas, en una acción inhumana e inconcebible que fue filmada y transmitida a través de la web a un grupo de dealers que debían, con eso, recibir el claro mensaje de que al jefe narco no se le roba ni se lo desafía.
El fondo de esa casa situada en Río Jáchal y Chañar, en el barrio Villa Vatteone, de Florencio Varela, fue el lugar en el que los cuerpos de las tres chicas –dos de 20 y una de 15 años– fueron enterrados. Según reveló el ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso, el pozo era profundo y fue hecho el viernes a la mañana, lo que denota que el triple crimen fue premeditado.

A esa vivienda llegaron el viernes pasado a la noche, desde una esquina a un par de cuadras de la rotonda de La Tablada, en La Matanza. Ellas no sabían que eran llevadas, bajo un falso pretexto, a una emboscada, a una ratonera en la que las masacrarían por venganza, para dar un mensaje, acusadas de robarle una fuerte suma en dólares y un importante alijo de cocaína a Pequeño Julio, un peruano de una nueva generación de narcos capaces de desplegar una violencia de sadismo sin límites.
Los cuerpos fueron hallados entre la noche del martes y el miércoles. Para entonces, ya había cuatro detenidos, entre ellos, la dueña de la que ahora es calificada como “la casa del terror”. A dos de ellos los arrestaron cuando, por orden de aquella, limpiaban una casa imposible de limpiar, a juzgar por las imágenes que se conocieron en las últimas horas.
En ese lugar infecto las tres jóvenes –que ejercían como alternadoras en bares de la zona de Flores y Floresta, en la Capital– fueron torturadas antes de ser asesinadas por sicarios de una banda de narcotraficantes peruanos que tienen su base principal en el complejo habitacional Zavaleta, entroncado con la villa 21-24 en el barrio porteño de Barracas. Esa banda ejerce su poder desde ese intrincado enclave del sur de la Ciudad, y expande sus tentáculos hacia el primer cordón del conurbano.
Las autopsias arrojaron datos demoledores: a Lara, de 15 años, le amputaron los cinco dedos de la mano izquierda y una oreja antes de cortarle el cuello. Sobre ella, los asesinos aplicaron la mayor saña. Quizás porque a ella la señalaban como la principal responsable del engaño al jefe narco, concretado en un departamento de la zona de Caballito.
A Brenda le asestaron varios puntazos en el cuello para torturarla, le pegaron en la cara y la mataron con un tremendo golpe que le aplastó el macizo facial. Después de matarla, los asesinos le abrieron el abdomen.
A Morena también le dieron una paliza y la desfiguraron, antes de quebrarle el cuello para matarla.
El ensañamiento contra las tres chicas es indescriptible y, evidentemente, se enfocó en destrozarles todo rastro de su belleza joven.
La saña, el descuartizamiento, el uso de los cuerpos como lienzo donde escribir el mensaje, es una escalofriante práctica de larga data en países donde el narcotráfico eclosionó antes, como Colombia, Perú y, fundamentalmente, México. Hace años que la brutalidad extrema está inscripta en el “código” de crueldad de los narcos locales.
Por ahora, el tal Pequeño Julio sigue libre. Hay 12 detenidos, ocho de los cuales formarían parte de la banda narco de la villa Zavaleta. Mientras, las familias y los allegados de Brenda y Morena, cuyas vidas fueron segadas alevosamente, se preparan para velarlas desde las 14 en una cochería de San Justo. Se espera que allí, entre escenas de dolor, hay un fuerte reclamo de justicia.
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