"Acá viven el presente": Es holandés, se enamoró de la Argentina y ayuda a la gente inspirado en su abuelo
Benjamín Zeehandelaar va a cumplir 98 años este sábado. Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, vivía en Ámsterdam, una de las ciudades tomadas por los alemanes. Caminaba por las calles con la Estrella de David bordada sobre su pecho y corría el riesgo de ser enviado a un campo de concentración.
A los 19 años, estaba en contacto con un grupo de la resistencia, que le ofreció refugiarse en un altillo de una casa de campo de una familia protestante. Una familia humilde, solidaria y valiente, que tomó una decisión arriesgada: si los descubrían, todos iban a morir. Su padre, en un primer momento, se lo prohibió. "No hagas nada de lo que no indican los nazis, porque puede ser aún más peligroso", le decía. Sin embargo, tomó la decisión que transformó su vida para siempre: se escapó y se refugió en Markelo con una familia que desconocía. No le quedó ni su identidad.
Al año, sus padres y su pequeña hermana fueron enviados a Sobibor, un campo de concentración en Polonia. Nunca salieron.
Solo un día Ben salió a la calle, a trotar por las praderas, entre el 13 de agosto de 1942 hasta fines de mayo de 1945. Casi tres años y medio de terror, angustia y esperanza. "Más allá de las condiciones de la vida, en momento de guerra y, también, en momento de pandemia, uno tiene la posibilidad de elegir. No importan las condiciones, uno es libre de su destino. Por más que un padre te dice ‘no hagas eso, que puede ser peor’, hay que tomar las riendas de la vida aún en las peores circunstancias", reflexiona su nieto, que se llama igual que su abuelo, es holandés de nacimiento y argentino por adopción.
"Nunca hay que permitir que otro te diga cómo debés vivir tu vida. Solo uno sabe cuál es el deseo interno. Nunca es tarde para reinventarse, hay que aprender a adaptarse, es la única manera de poder avanzar. Hay que estar alerta a las posibilidades nuevas, en lugar de aferrarse a lo que ya pasó", cuenta Ben, el nieto, que ayuda a la gente a reconstruirse durante la pandemia, inspirado en la conmovedora historia de su abuelo.
Creció en Nijverdal, de apenas 30.000 habitantes, un pueblo que se encuentra en el este de Holanda. Sus padres permanecen allí; su abuelo, también. Se crió en un ambiente natural, rodeado de bosques y naturaleza. Tiene 45 años y hace 14 que vive en nuestro país. Por mandato familiar, se recibió de administrador de empresas. Trabajaba en un banco, pero a los cinco años sufrió de estrés y se replanteó toda su vida.
Desde joven, sintió una irresistible tentación por Brasil. En Holanda, es habitual que al cumplir con las obligaciones estudiantiles, los jóvenes capturen una mochila, guarden lo justo y necesario, ahorren unos euros para la subsistencia y se pasen una temporada en un país exótico y lejano. En el vecino gigante, descubrió qué era ser feliz. Allí conoció a Helena, una joven de Mercedes que lo invitó a descubrir Buenos Aires. La historia de amor fue breve, aunque apenas pisó nuestra ciudad, se enamoró perdidamente. De nuestras calles, de nuestras costumbres.
"Esa hermosa mezcla de lo latino y de lo europeo. Me sentí en casa desde el primer momento. En Holanda era un extraño, porque mis amigos me decían ´Benjamín, el abrazador’. Era un tipo raro, porque el holandés es simpático, pero muy poco físico. Era conocido porque quería abrazar a mis seres queridos y solo en Buenos Aires sentí que estaba en mi lugar, aquí todo es corporal en los vínculos", se entusiasma.
Aprendió el portugués en seis meses y el español, en un puñado de semanas. Habla otros tres idiomas: holandés, alemán e inglés. En algunos rincones de Holanda es común que durante un mes, según la estación, las nubes y la lluvia sean parte exclusiva del recorrido. Ben mira al cielo: el sol suele brillar.
"Amo el invierno"
"Es la gloria. Amo el invierno, porque el solcito, el cielo azul, es un regalo todos los días. Y me gusta cómo viven el presente. La situación económica y política suele ser incierta, por eso el argentino vive el presente. Un holandés es ahorrista, siempre piensa en el futuro, no vive el hoy. Acá, cuando un grupo de amigos se junta para hacer un asado, se compra medio kilo de carne por persona, allá se comparte medio kilo de carne para diez personas", se entretiene con el juego de las diferencias.
No espía nuestro lado más oscuro, nuestras miserias. Tampoco se encoge con la cuarentena, más allá de que en Holanda nunca hubo un candado a la libertad. "Los argentinos no se apoyan en la cabeza, viven con el corazón. Lo que pasa, pasa hoy. Es la emoción del momento", advierte. Se enamoró del vino, la sobremesa y de los abrazos, interrumpido hoy, vaya a saber hasta cuándo. En Holanda, afirma, "la vida es más solitaria".
A los 26 años, la explosión negativa que atravesó su cuerpo cambió el inevitable porvenir. Ahora, es coaching ontológico, una disciplina que ayuda al bienestar de los demás. Se dedica a acompañar a los que anhelan recuperar las riendas de su vida. "Muchas veces, hay personas que se encuentran en trabajos o en vínculos en los que no quieren estar. Siguen aferrados a algo que ya cumplió su ciclo. Es que cuesta mucho soltar lo que ya no quieren más. Se trata de reinventarse. Que dejen de estar estancados en la vida. Como coach me dedico a eso: a que vuelvan a tener la libertad de elección", explica.
En la pandemia, su trabajo creció de modo sustancial. Su programa, El Arte de Fluir, que se desarrolla por Zoom, pasó de tener diez interesados a contar con 300. Es un proceso de movimiento y dinámica personal, que abarca terapias y danzas. Esta propuesta seduce a colombianos, panameños, brasileños y hasta a una argentina que vive hace 15 años en Singapur. Es una propuesta terapéutica: un modo de descubrir otro modo de libertad, sobre todo ahora, cuando el encierro atormenta a buena parte de nuestra sociedad. Y aquí es cuando se explora la conexión con la inspiradora, desgarradora historia de su abuelo.
El nieto escribió un libro dedicado a ese drama, Recuerdos de Benjamín. Cuando salió del encierro del estrés, antes de aferrarse a nuestro país, mantuvo largas charlas que reflejó en esas páginas. "Encerrado, siempre soñó con la libertad", recuerda el holandés, perdido en un rincón de Vicente López.
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