Aceptar lo que pasa y usar la creatividad ante el equilibrio roto
En estos días de angustia, de expectativa, de temores, es conveniente reflexionar sobre la situación en la que nos vemos inmersos al hablar de la cuarentena.
La cuarentena significa que nos vemos privados de todo contacto físico con el exterior de nuestra vivienda.
Los contactos con el exterior significan para nosotros intercambios con los demás, que son estímulos para pensar, sentir, hablar y actuar.
Pero, además, estar con los otros permite descargar, compartir y transitar en compañía todas las alternativas cotidianas, sean estas placenteras o dolorosas.
Nuestra mente está adaptada para funcionar con ese permanente intercambio con el ambiente y con los otros. Cuando esos intercambios desaparecen, ocurre el fenómeno de "deprivación". Lo que nos mantenía alerta, conectados y atentos no está más. Trabajo, recreación, deportes, viajes, amigos. Todo se anula. Se acabó.
Nos sentimos desorientados, confusos y la mente en ese momento produce una cantidad de pensamientos y sensaciones que aparecen entremezclados. Esa es la vivencia de confusión.
Pero a esta situación de que "ya no tenemos más lo que teníamos" se agrega la amenaza de la enfermedad, la pandemia, el virus.
Todos estos fenómenos se alternan minuto a minuto y día a día. La amenaza de enfermedad suscita distintas respuestas, desde la negación -"a mí esto no me va a pasar"- hasta una convicción catastrófica: "Esto me va a pasar a mí", que incluye el terror a la muerte.
Otros temores presentes incluyen el miedo a la falta de alimentos, de provisiones, de medicamentos, y, fuertemente, la falta de dinero, más aguda en aquellos que dependen de ingresos diarios.
Todos estos temores influyen fuertemente en nuestra conducta, que ahora se dirige básicamente a nuestros seres más cercanos y, eventualmente, a nuestros contactos virtuales. La necesidad de aliviar estos miedos y tensiones, aunque sea huyendo, es una de las causas inconscientes de muchas de las transgresiones a las reglas de la veda, convertida esta en una prisión que nos obliga a convivir con nuestros fantasmas.
En épocas normales, nuestras actividades cotidianas nos ayudan a mantener un cierto equilibrio. El amigo con quien hablar y sentirse escuchado, la actividad laboral, descargas físicas a través de deportes individuales y en equipo, distintos tipos de esparcimientos. Todas ayudan a mantener nuestro equilibrio interno, amenazado por la deprivación que significa la cuarentena, vivida como prohibición o corte.
En el intercambio cotidiano forzoso que implica la veda, aquellas tensiones no resueltas pueden acumularse y generar reacciones de mucha fuerza, a veces explosiva. La familia tenderá a utilizar los recursos que ha aprendido para estas lides, pero... ya no es posible fácilmente decir: "Bueno, te veo después" o "hasta luego", y cerrar la puerta, aunque a veces sea saludable, por lo menos, cerrar alguna puerta interna.
La necesidad de compartir y disminuir la ansiedad es la razón principal de la sobrecarga de las redes sociales y, a la vez, recurso para aquellos que enfrentan la cuarentena en soledad.
Con la ayuda de las redes y el trabajo online, la vivencia de soledad angustiante se atempera. Agreguemos que para aquellos que viven solos hay muchos de estos sentimientos que han aprendido a manejar.
Tenemos que tener presente que podemos volvernos "hipersensibles". Cuando esto ocurre, para decirlo con una metáfora, la piel del alma está herida y, al igual que una herida en la piel, cualquier roce dolerá más. Esto nos debe llevar a tratar de ponernos en la piel del otro y medir nuestras palabras para no lastimar lo que es tan sensible.
¿Hay maneras de revertir o aliviar todo esto? Si podemos definir y aceptar lo que nos pasa, nuestra mente, espontáneamente, comienza a buscar las soluciones.
Vemos cómo muchos recurren a la música, al humor (agente curativo fundamental) y al abrirse al otro, real o virtual, en busca de ese sentimiento de empatía que nos haga sentirnos parte de algo que nos contiene y nos conforma.
La mente, cuando se tranquiliza, comienza a funcionar creativamente, organizando actividades placenteras que despiertan interés y que tal vez nunca se nos hubieran ocurrido, sumergidos en la vertiginosa poliestimulación en la que vivimos.
Para muchos, "poner al día" lo que fue tantas veces postergado significa una gratificación del tipo de "misión cumplida".
También es cierto que para muchos otros la cuarentena significa un alivio de la exigencia cotidiana del trabajo y las obligaciones, por lo que es vivida como unas vacaciones inesperadas que producen placer, por lo menos al inicio.
En otros hogares, acostumbrados a la ayuda doméstica, cuando esta falta, se vivencia una sobrecarga de trabajo que puede incidir negativamente en el clima familiar.
Un factor preocupante por sus consecuencias es la sobreabundancia permanente de información, que, además de producir vivencias traumáticas, puede conducir al fenómeno de "aversión", por el que se rechaza lo que se ofrece. Así puede darse aquello de "no quiero saber nada más". O también el mecanismo de la banalización: "Bah... no es para tanto", o "están exagerando". Ambas son reacciones ante la excesiva carga de angustia que experimenta nuestra mente.
Quizá sea válido recordar finalmente aquella frase que se atribuye al rey Salomón y que lo guiaba en sus famosas y sabias sentencias: "Esto también pasará".
El autor es psicólogo clínico y especialista en adultos y familia
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