
Aquel sueño de tener un vagón como casa propia
Un hombre lo compró y hasta construyó un andén antiguo
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PILAR.- Por las tardes, una cortina de eucaliptos le arrima algo de sombra como para darle un último resuello después de haber andado tantos años corriendo por la pampa. Tiempos en los que soportó todos los soles, aunque también sus maderas supieron de lluvias y de heladas.
Ya tiene 110 años y, cuando el final parecía presentarse en un futuro de chatarra y fundición, de leña y fuego, un empecinado amante de los ferrocarriles detuvo la cremación.
Y por ese hombre, Roberto Thomas, el coche O-210, que fuera parte del histórico Ferrocarril Sud (FCS), sigue en la vía, sobre los durmientes y el riel.
Y aunque sus ruedas ya no giren, sus bogies están intactos, sosteniendo la estructura que fuera otro de los lujos de nuestros trenes, desandando los caminos de la patria.
Y aquí, en Pilar, una zona en la que el campo se fue alejando para dar lugar a los countries, los jardines y las espléndidas casas, ese hombre logró el sueño de poder vivir en un vagón y de construir al lado del viejo coche su propia estación.
Una herencia familiar
Es que el tren era parte de un pasado familiar: su abuelo, el galés Charles Robinson, había llegado a Bahía Blanca como jefe ingeniero del FCS para hacerse cargo de la construcción de Puerto Galván y de las terminales. El no llegó a conocerlo, pero sí el vagón.
Y el padre de Thomas, Arturo Robinson, también dejó en su hijo la pasión por los trenes al darle una infancia de locomotoras de juguete. Juguetes que ahora, al cumplir él los 57 años, se convirtieron en algo más que una maqueta de tamaño real: es una verdadera casa ferroviaria.
Así, hace dos años, Roberto "Bobby" Thomas comenzó a concretar lo que siempre quiso. Leyó el aviso de un remate de bienes ferroviarios y fue a visitar el material rodante que había en la estación Gorsh, de Las Flores.
Allí encontró al viejo O-210, un coche oficial de camarotes, comedor y cocina en el que, rápidamente, hizo ver adentro la imagen de su abuelo.
El vagón había sido desenganchado allí, pues sus zapatas de freno se habían resistido a seguir hasta Buenos Aires como quien se resiste a la muerte. Pero el día de la subasta llegó, implacable, y el lote salió a la venta para encontrarse con alguien que quería que su historia continuara. Thomas lo compró por la base y el martillo cayó con su oferta.
Una historia, una milonga
En una pasaje de la "Milonga del vagón", que el mismo Thomas escribió, recuerda aquellos días: "Al remate apareció/un medio gringo, nervioso/que apreciaba con buen ojo/lo que allí se exhibió,/siendo claro que otro no vio/lo que el gringo allí veía/cuando el rematador decía, lo que parecía una afrenta;/ en el estado en que se encuentra/vendo un vagón viejo en la vía."
Después, y arriba de un camión, el coche llegaba a Pilar y comenzó la reconstrucción de la estructura, listón por listón.
Y allí, con ladrillos, e inspirado en las estructuras de la línea Bahía Blanca al Noroeste, al estilo de la de Puerto Galván, Thomas le arrimó una estación.
Hoy, con el 80 por ciento de la obra terminada, el coche O-210 ya se luce en los jardines de Pilar: "Lo compró con emoción/y lo llevó a otro paraje,/para recuperar su linaje/en una nueva estación./Le metió a la construcción/respetando su pura raza/y a más de un año que pasa /quién lo iba a imaginar,/que el gringo lo iba a usar/para hacerse una casa."
La remodelación está a poco de su fin, con el viejo camarote, el baño, la cocina y el comedor que alguna vez le dieron forma de coche oficial, transportando a la gente que trabajaba en el FCS. Otras cosas le dan relieve a la casa vagón y estación. Por ejemplo, un antiguo y pesado cartel de hierro que indica: "Es prohibido transitar por las vías".
Vestigios del pasado
Las réplicas de las columnas inglesas que sostienen el alero-andén de la casa, un farol señalizador de querosén, los portapaquetes originales de bronce de un coche de la BAP (Buenos Aires al Pacífico), la chapa identificatoria del vagón y un farol linterna de principio de siglo ya se prestan a enriquecer lo que es la casa ferroviaria de Pilar.
Y del vagón salen historias: como que llegó en 1891, cuando era presidente Carlos Pellegrini, y que en ese año, el 5 de mayo, se produjo el primer feriado bancario en la Argentina y un censo informaba que los inmigrantes llegados a estas tierras ya sumaban cuatro millones.
Thomas dice que cuando se queda solo junto al vagón se llena de reflexiones. "Si hasta pareciera que me hablara y me dijera "para que se den una idea, soy anterior al Ford T, al Zeppelin, al cine, a la radio, al avión, al Titanic, a los neumáticos... Le gané en mucho tiempo a la penicilina, a las fotos color y a las grabaciones magnetofónicas. Hubo gente dentro de mí antes de que los hombres llegaran a la Antártida y al Polo Norte. Soy contemporáneo del jazz en New Orleans, y por aquel entonces escuchaba los estrenos de los valses vieneses de Strauss, mientras París inauguraba la Torre Eiffel"."
Y así, el coche O-210 lo llena de historias: "Esto tiene un cierre familiar, porque yo no conocí a mi abuelo, pero también una continuidad hacia el futuro, con mis hijos y los nietos que vendrán".
Y se despide con la última estrofa de su milonga: "La china su toque aportó,/de buen gusto y distinción./Resucitaba el vagón/ya su aspecto mejoró/y así fue que se observó/que lo que el abuelo había visto,/el nieto vería listo/lo que fuera su ilusión, /su estación y su vagón, tal como los soñó."
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