"Era un día de lluvia, igual al de hoy", dice Ariel, de 18 años, sobre aquella tarde cuando tenía 16 y escribió su primera poesía desde una celda del Centro Penal Juvenil San Martín. Son las 11 de la mañana en la Residencia Socioeducativa de Libertad Restringida Alma Fuerte en Parque Chacabuco, ciudad de Buenos Aires, lugar al que llegó por su buena conducta. Acá, el mundo más allá de los muros se refleja en el cemento mojado de la cancha de básquet que ocupa todo el patio central. El cielo, los árboles y algunas casas del barrio aparecen sobre el suelo, como un espejismo de todo aquello que perdió cuando "la confusión de un enojo", lo puso de este lado del paredón.
Aunque se encuentra institucionalizado por un delito grave, Ariel está lejos del primer centro penal juvenil donde estuvo alojado. Él se convirtió, dicen, en un ejemplo de lucha por reinsertarse a la vida civil. Escribió un libro de poesía que tituló El azar ama el arte, y lo presentó en la Feria del libro del año pasado. A raíz de esta publicación recibió la visita del jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta .
En la Argentina la edad de imputabilidad es de 16 años, es decir, que los menores de esa edad no pueden ser juzgados. Sin embargo, los adolescentes de entre 16 y 18 tampoco atraviesan el mismo sistema judicial que un adulto: solo son condenables aquellos que cometan un delito con penas mayores a dos años de prisión, y recién a partir de la mayoría de edad empezarían a cumplir su condena en una cárcel común. Hasta ese momento, deberán estar en institutos especializados.
Ariel entra a una oficina administrativa de la residencia. Lleva puesto un jean azul y una campera negra. Tiene ojos negros, rasgados. Se sienta y empieza a contar su historia: "Llegue a los ocho años de Paraguay y me costó mucho adaptarme. Vivía en Barracas. Era muy pibe, en casa no recibía mucha atención y fui agarrando por donde podía. Fui acumulando bronca, enojo, tenía pensamientos tristes y no sabía ni con quién, ni cómo, ni cuándo hablarlo. No sabía cómo expresar que algunas cosas que hacían mis amigos me desagradaban. Entonces a mi cerebro lo hice a un lado y dije voy para allá, y a donde fui no estuvo bueno".
Él es uno de los 228 adolescente de entre 16 y 18 años que están privados de su libertad en los centros de responsabilidad penal juvenil de la Ciudad. En 2016, el Estado Nacional transfirió estos centros y los puso bajo el mando del gobierno porteño, que asumió la gestión de los programas y dispositivos de atención directa a adolescentes que hayan infringido la ley penal.
"Nosotros tratamos de organizar un abordaje diferente, con el objetivo de trabajar con el adolescente la capacidad de ejercer derechos, respetar los de los otros y asumir responsabilidades que le permitan llevar adelante un proyecto de vida y una real inserción social. Los jóvenes asisten a talleres culturales y de arte, además de los de oficios, y tenemos equipos especializados para acompañarlos y orientarlos", explica Karina Leguizamon, presidenta del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad. En 2018 la tasa de reincidencia fue del 41.3%, mientras que en 2019, hasta la fecha, es del 22.19%.
"La primera noche en el San Martín me sentía fuera de mi. Estaba lejos de casa, lejos de todo. Tenía miedo, los pibes no te reciben bien cuando ingresas. Me decían cosas, me golpeaban la reja y antes de que me cambien de sector me decían que allá me iban a hacer esto o lo otro. Yo no sabía qué me iba a pasar", cuenta Ariel con voz calma.
Nosotros tratamos de organizar un abordaje diferente, con el objetivo de trabajar con el adolescente la capacidad de ejercer derechos, respetar los de los otros y asumir responsabilidades
"Yo estaba mucho en la calle, en una esquina, pero después iba a casa con mi familia, iba a la Iglesia a cantar. Entrar al centro penal fue ir de blanco a negro. Pero bueno, por lo menos acá aprendí que esto no es lo que quiero", agregó.
El libro que publicó habla de un mundo al que solo puede acceder a través del recuerdo, o de las fantasías que brotan a partir del deseo. Se pregunta por su familia, o escribe sobre mujeres que le hacen acordar a una novia que tuvo. En uno de sus poemas, se lamenta al darse cuenta que desde la celda del Agote, otro centro penal en el que estuvo alojado, se le hacía imposible ver la luna. Dice que se sintió "ciego" por no haber podido mirar a donde él hubiera querido. Las estrofas muestran la angustia de un adolescente que a los 17 años le dijeron que podía pasar 25 en la cárcel. "Pensando llegué a un sueño, y en el sueño estaba mi felicidad y mi libertad", escribió.
Fue Natalia, una profesora de literatura, la que le acercó su primer cuaderno para escribir. Sin embargo, él mantuvo el hábito de la escritura en secreto hasta que publicó su libro: "No le decía a nadie que escribía. A los pibes no nos enseñan a ser sentimentales, o que podemos transmitir nuestras emociones. Mi mamá cuando me visitaba lloraba, mi hermana de 16 años estaba embarazada, todo era muy pesado. La escritura fue un gran desahogo, fue lindo poder escribir lo que siento".
También pudo compartir la experiencia de la escritura con sus compañeros, para que ellos, al igual que él, puedan canalizar el sinsentido del encierro a través de los textos: "Cuando estaba en el San Martín, un amigo vio que yo escribía y me preguntó si lo podía leer. Primero le causó gracia pero después agarró un cuaderno y se puso a hacer lo mismo. Empezamos a compartir nuestros textos y, a veces, él me preguntaba si los suyos estaban bien escritos", dice Ariel entre risas.
No le decía a nadie que escribía. A los pibes no nos enseñan a ser sentimentales o que podemos transmitir nuestras emociones
En la residencia, pasa sus noches en una habitación que comparte junto a otros dos adolescentes. Las tres camas están separadas por armarios donde cada uno guarda sus cosas. Entre las suyas, ropa, zapatillas y muchos libros envueltos en una bolsa de plástico para que no se dañen. Su favorito: El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, un sobreviviente del Holocausto judío que relató sus vivencias en los campos de concentración nazi y que, despojado de todo, le encontró un sentido profundo a la vida y logró sobreponerse a las dificultades.
Belén Datwiler, su profesora de serigrafía en el centro San Martín, dice que "es un pibe con mucho vuelo propio". Recuerda cuando lo encontró leyendo Sobre lo espiritual en el arte, un libro del artista ruso Vassily Kandinsky: "Este es un libro que tiene su complejidad. Se notaba que él tenía una búsqueda más allá de estar pasando el tiempo en un instituto, muchos hacen los talleres a desgano, Él sabía que iba a estar mucho tiempo encerrado y pudo revertir un poco eso a través del arte".
Hoy Ariel alcanzó un régimen mixto, en donde tiene salidas para ir al colegio, o hacer deporte. Esto forma parte del proceso de desinstitucionalización que está transitando, aunque los fines de semana debe volver al Centro de Régimen Cerrado Manuel Belgrano, que aloja a mayores de 18 años.
Lo que hasta hace poco tiempo solo pudo concebir en un sueño, ahora podría concretarse: Ariel ya está en el plazo para pedir su libertad condicional y el Consejo está trabajando para lograr su externación, que luego deberá ser aprobada por los jueces. "Estoy terminando el secundario, también me gustaría conseguir un trabajo para tener mi capital y más adelante, tal vez, estudiar psicología", concluye.
Ya pasado el mediodía, en la residencia Alma Fuerte es la hora del almuerzo. Afuera sigue lloviendo, igual que aquella tarde en la que se propuso escribir lo que sentía. El mundo del otro lado del muro, hasta el momento, sigue siendo una imagen difusa que se proyecta en el cemento mojado del patio central.
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