"Bajar un cambio": Historias de los que dejaron la ciudad para vivir frente al mar
Ya sea para reencontrarse con un amor de la adolescencia, concretar un sueño de pareja de vivir frente al mar o simplemente bajarse de la vorágine de las grandes ciudades, la pandemia aceleró decisiones de familias que resolvieron instalarse en el partido de Pinamar y así convertirse en nuevos residentes de las ciudades balnearias. ¿Qué encontraron? Calidad de vida, según dicen.
LA NACION habló con algunos de lo que llegaron en los últimos tres años a Pinamar. Según datos oficiales, en los últimos 13 años, el partido de Pinamar fue el municipio de la provincia de Buenos Aires con el mayor crecimiento demográfico con un 84%. Esta tendencia se aceleró durante la cuarentena por el Covid-19.
Según los datos oficiales del partido, en los últimos años, el promedio de nuevos residentes era de 2000 a 2500 personas por año. Sin embargo, la cifra se duplicó durante el 2020 a raíz de la pandemia. Entre las variables para precisar la suba se tiene en cuenta la matrícula de los colegios y las universidades.
Esteban Saulino, de 40 años, está en pareja con Patricia Ruiz, de 39, desde hace casi una década. Se conocieron en noviembre y Pinamar marcó la relación casi desde el arranque.
"Yo venía hace 15 años a hacer temporada en Pinamar como promotora. Todas se querían volver menos yo. Nosotros estamos juntos hace nueve años y habíamos comenzado a salir en noviembre, pero yo tenía que venir de nuevo a Pinamar a trabajar en enero y febrero. Lo esperaba todo el año y no sabía cómo decirle a él. Le dije y se vino todos los fines de semana. No sé si por mí o por la playa", contó ella a LA NACION, desde la casa que comparten en Ostende.
Esteban agregó: "A partir del año siguiente de conocernos, comenzamos a alquilar una casa cuatro meses y nos veníamos juntos. Nosotros vivíamos en Palermo previo a la pandemia".
"Trabajo en Nutricia Bagó en la parte comercial y eso lo podía hacer todo por teléfono y con la computadora desde acá. Esto aceleró el proceso. Se combinó todo y nos pudimos quedar acá. Nos calzó justo. En mi trabajo lo tomaron bien. No tuvieron ningún problema. Yo trabajo desde acá y por alguna reunión puntual viajo a Buenos Aires. Estamos instalados acá desde diciembre de 2019", detalló Esteban.
¿Qué ganaron con el cambio? Ambos respondieron al unísono: "Mucha calidad de vida".
"Mucha salud, tiempo y hacer cosas que nos gustan. Mi pasión es el surf y la de Pato es el arte", dijo Esteban. Y agregó: "Uno vive corriendo la zanahoria en la Capital. Te cuesta frenar. Pero una vez que te animás a hacer el cambio, te sacás esos miedos, venís acá y te das cuenta de que podés, estás mejor que allá".
"Yo crecí mucho en mi trabajo -dijo Patricia-. Tuve más tiempo e inspiración. Respecto de los miedos que uno tiene de salir de la ciudad y pensar que no vas a poder trabajar, nos dimos cuenta de que no es así. También cambiamos los hábitos alimenticios. En la ciudad siempre era estar a las corridas. El café rápido y salir a trabajar. Acá tenemos la posibilidad de elegir qué comer y qué tomar".
"Tuvimos una revolución de conciencia. Aprendimos a saber qué comer. Nos preguntamos por qué siempre estábamos apurados allá. Comenzamos con el yoga y otras actividades más sanas".
"Nos sentimos más jóvenes y con más energía. No solo por respirar un aire más puro. Si no también disfrutar del mar todo el año. Incluso en invierno. Me di cuenta de que trabajaba todo el año para venir a disfrutar de eso unos días", contó Patricia. Y agregó: "Logramos equilibrar el trabajo y la calidad de vida. Acá pudimos encontrar ese equilibrio que allá no podíamos".
También sumaron una nueva integrante a la familia. "Ahora también tenemos una hija. La perra se llama Mora. Nos eligió. Fue apareciendo en la cuarentena y se terminó quedando con nosotros".
Amor adolescente
"El año pasado, el 19 de enero, por intermedio de una amiga me reencontré con un novio que había tenido a los 13 años", contó Marcela D' Ambrosio, de 47 años.
"La primera salida con él fue un flash. No tuve dudas de que era la persona de mi vida. La intensidad de lo que sentí fue muy fuerte. Lo que pasó en enero, previo a la pandemia, es que yo iba y venía cada 15 días. El 12 de marzo fue mi último viaje cuando ya quedé varada acá y no volví más".
A Marcela en Buenos Aires la esperaban sus tres hijos de entre 18 y 24 años. "Fue un proceso que resolvimos junto a mis hijos que vivían conmigo. Les expliqué que les había entregado 25 años de mi vida y que lo que sentía era tan fuerte que necesitaba que me acompañaran en esto. Pero que tenía que ser una decisión colectiva. Que no podía tomarla sin ellos", contó a LA NACION.
"Fue un sí rotundo de su parte y comenzamos a organizarnos. Mi ex se fue a vivir con ellos e hicimos una reorganización familiar. Yo sentí que no me podía perder esta oportunidad que me daba la vida. Era tan fuerte sentir que podía ir por mi vida otra vez. "Fue un proceso que duró muchos meses. Lo fui macerando".
"Fue una transformación. Me encantó tomar esta decisión. Tengo muchos momentos de pasarla mal porque recién me estoy acomodando. Aún no tengo estructura. Sé que es un desafío, pero que lo voy a pasar. Estoy armando un libro para contar mi experiencia y va a tener un capítulo que se va a llamar la valija amarilla. Esa valija amarilla es con la que yo me quedé varada acá en Pinamar y me permitió darme cuenta de que puedo vivir con solo una valija todo el año. Solté todo para cambiar el rumbo de mi vida".
Bella Peling y su pareja desembarcaron en Pinamar hace un par de años. La pandemia les permitió revalidar esa decisión y hasta traer a vivir con ellos a sus madres.
"Nos conocimos trabajando en un hotel en Capital. Al tiempo, nos fuimos a vivir a Londres cuatro años y, en 2017, nos planteamos volver a la Argentina, pero no a Buenos Aires. Al igual que Londres son ciudades maravillosas, pero vivís a mil. Queríamos una vida más tranquila. Pensábamos en vivir en el interior o Uruguay. Era esa fantasía de vivir al lado del mar".
"Él tiene un primo lejano acá y yo a mi socia que vive hace 10 años acá, y así fue dando forma la idea de venir a Pinamar que, además, estaba cerca de Capital".
"Acá se consigue calidad de vida. Fue bajar un cambio de la vida que veníamos llevando. Fue desconectarnos de un montón de cosas y conectarnos con otras. Tenemos un bebé que cumplió un año esta semana y que a la pandemia no la sufrió porque pudo estar conectada con el afuera y la naturaleza", recordó la madre primeriza.
"No es que no sentimos la pandemia. Estuvimos siete meses sin ver a nuestras familias. Pero acá podíamos salir a caminar por el bosque o ir a la playa", dijo.
¿A qué le llama calidad de vida? "Poder estar acá en la galería ahora charlando con ustedes. Hacer un asado hasta la medianoche y seguir charlando sin miedo a que nos pase nada. El conectar con la naturaleza. Ver a mi hijo gateando acá por el parque sin ningún riesgo. Salir al centro y no pensar que me van a robar el celular".
"El tema de la seguridad es muy clave y es una de las cosas por la que nos fuimos. Por ahí escuchás de que le pasó a alguien un hurto, pero nada que ver con allá", agregó.
Y concluyó: "La seguridad es parte de esa calidad de vida que te digo. Para mí bajar un cambio es ganar en calidad de vida. Vivís un poco alejado y desconectado de la realidad que vivís allá en Buenos Aires. Mi mamá se vino hace unos meses a quedarse acá y se desconectó. Hasta dicen que la ven más joven. Mi suegra también se vino unas semanas y sigue trabajando desde acá porque es psicóloga. Tengo unos tíos jubilados que también lo piensan".
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