Conocé qué es La Casa de Ronald McDonald
A través de sus 9 programas la fundación colaboró con más de 135.000 niños y familias en Argentina. Esta iniciativa se sostiene gracias a la venta del Big Mac durante el McDía Feliz
En el barrio porteño de Almagro, más precisamente en la calle Perón entre Medrano y Acuña de Figueroa, hay un lugar que bien vale la pena conocer, porque allí se resume como en muy pocos lugares la esencia misma de la vida, esa que tiene tanto de dolor y dificultades como de esperanza y felicidad. Es la Casa de Ronald McDonald de Buenos Aires, una antigua construcción completamente remozada, de ambientes amplios, siempre limpia y ordenada y llena de gente con un corazón enorme. Allí se alojan 30 familias que atraviesan el duro momento de tener a alguno de sus hijos o hijas con una patología de alta complejidad que requiere tratamiento permanente. Derivadas desde el Hospital Italiano, ubicado a apenas dos cuadras, tienen la posibilidad de estar alojadas bien cerca del centro médico, como para aliviarles por lo menos el siempre engorroso traslado. Y lo más importante: estar acompañadas.
La casa de Almagro es solo uno de los nueve programas que tiene la Asociación Argentina de Ayuda a la Infancia La Casa de Ronald McDonald en nuestro país. Fue inaugurada en 1998, cinco años después de que la Asociación fuera creada como un capitulo local de Ronald McDonald House Charities y se dedicara en principio a cooperar con diferentes hospitales pediátricos de la ciudad de Buenos Aires. Con el tiempo llegarían más casas (Mendoza, Córdoba y Bahía Blanca), tres Salas Familiares (dos en el Hospital Garrahan y la otra en el Hospital de Niños Santísima Trinidad de Córdoba), la Unidad Pediátrica Móvil y la Unidad de Promoción de Hábitos Saludables. A estos emprendimientos se les sumará, a partir de diciembre, una nueva Sala Familiar en el Hospital de Niños Sor Ludovica de La Plata.
Familias unidas
Apenas se ingresa a la Casa de Ronald McDonald de Almagro se tiene el primer contacto con las familias allí alojadas: en una prolija pizarra está la foto de cada una de ellas. Cuando alguna deja el hogar, ya sea por el fin del tratamiento o bien porque transcurrido un año se debe dejar lugar a otra familia (aunque luego de tres meses se puede reingresar), alguno de los 90 voluntarios que trabajan en la Casa se encarga de reemplazarla. Al lado de las imágenes, un calendario informa cuáles son las distintas actividades que se esperan para la semana. Y es que además de garantizarles la continuidad de la escolaridad a los niños y niñas con docentes domiciliarios, la Casa también es un espacio de recreación y distracción. Talleres, juegos terapéuticos y visitas especiales hacen la estadía mucho más agradable.
Pasada la recepción, una escalera lleva hacia las habitaciones. Cada familia tiene la propia y comparte el baño con otra. En el primer piso está la biblioteca, la sala donde los chicos reciben las clases y el lavadero. En la planta baja, un amplísimo comedor rodea un espacio con juegos para que los papás y las mamás puedan ver a sus niños mientras comen o charlan. Tanto en la cocina como en la heladera, unas etiquetas indican cuál es el espacio y los comestibles de cada grupo familiar. Y al fondo, en un jardín con tobogán y parrilla, los chicos pueden jugar cuando el clima acompaña. “Esta Casa funciona como la casa de cualquiera: las familias tienen una habitación, arman su comida y tenemos escuela domiciliaria para que el niño enfermo y sus hermanos no pierdan la escolaridad. Intentamos mantener todo tipo de rutinas tendientes a que la familia tenga una distracción que vaya más allá de la rutina del tratamiento”, cuenta la directora ejecutiva Guillermina Lazzaro.
Las familias que pasan por la Casa no tienen más que palabras de agradecimiento para el lugar, su personal y los voluntarios. Es el caso de Andrea, la mamá de Barbie, una inquieta nena de casi dos años a la que apenas nació tuvieron que sacarle casi todo el intestino. Llegada desde San Miguel de Tucumán junto a su marido Gabriel y su otro hijo Lorenzo (la mayor quedó con la abuela materna), Andrea se emociona al hablar del lugar que la cobija. “Acá te contienen. Cuando llegás creés que sos la única, que tu caso es el peor del mundo y después te das cuenta que no. Entre las mamás nos ayudamos mucho”, dice. Lo mismo siente Soledad, mamá de Santiago, Fabricio y Gastón. Ella vino desde Corrientes porque Santiago está en emergencia nacional esperando un trasplante de intestino. “Uno acá aprende a valorar al que tiene al lado y a estar más unidos”, cuenta soñando con ese momento en que la llamen para avisarle que está el órgano. Cuentan en la Casa que cuando eso ocurre, aunque sean las tres o las cuatro de la madrugada, la familia no va sola al Hospital: la acompañan otros papás y otras mamás.
Cada Big Mac cuenta
Más allá de las historias personales y de la Casa de Almagro, la tarea que hace la Asociación es gigantesca. “A nivel global la Casa de Ronald McDonald abraza y cobija a 5 millones de familias por año. El año pasado, con todos nuestros programas, acompañamos a 18 mil familias, que lograron ahorrar unos 67 millones de pesos. Y nosotros lo hicimos solo con 24 millones”, grafica Guillermina. Y ahora se suma la nueva Sala Familiar del Hospital de Niños de La Plata, que forma parte de un plan estratégico que busca seguir ampliando los programas de acá al 2020.
Además del compromiso y la dedicación de todo el personal involucrado de alguna u otra manera en la Asociación, semejante obra sería imposible sin la ayuda de todos. Y es que gran parte de la financiación de la Casa de Ronald McDonald sale del McDía Feliz, el evento que cada año organiza McDonald´s y por el cual todo lo recaudado por la venta del Big Mac va para que la Asociación haga funcionar sus programas. Por eso, el próximo viernes 10 de noviembre cada Big Mac cuenta para que seguir manteniendo a las familias cerca en un momento muy difícil de sus vida.
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