El lago que desapareció: la historia de los pescadores que perdieron todo y el documental de dos argentinos rumbo al Oscar
El colapso del Poopó transformó para siempre la vida de los pueblos; un retrato sobre resistencia y crisis climática
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Hace un año, el segundo lago más grande de Bolivia desapareció. Solo quedó una planicie tapizada de sal, cadáveres de peces y caracoles, y, desperdigados en lo que alguna vez fue costa, reducidos pueblos indígenas despojados de su oficio vital. Pescadores sin peces. Pescadores sin el agua que hasta hace menos de diez años nutría a un espejo gigantesco. Uno que les dio el histórico nombre de “qotzuñi”, que en aymara significa gente de lago.
La primera vez que Michael Salama escuchó sobre los qotzuñi y la desaparición del lago Poopó, en el altiplano boliviano, estaba en realidad en el desierto de Atacama, en Chile. A pesar de vivir en Estados Unidos, este aventurero angloargentino de 24 años conocía varios rincones de América Latina, un territorio que recorría con la principal razón de conocer –y luego mostrar– aquellos sitios donde los efectos del cambio climático son ineludiblemente evidentes e, incluso, extremos.
“El de Bolivia es uno de los ejemplos más claros del cambio climático y de problemas ambientales. Creo que si logramos entenderlos, podríamos volver a Estados Unidos y comprender mejor nuestros problemas, además de generar impacto allá. Es como decir: ‘Esto podría pasar acá’”, describió Salama.

Antes había impulsado proyectos en otros lugares, como El Chaltén y la zona de glaciares argentinos. Lo que nunca imaginó es que el documental sobre el lago boliviano y sus desdichados pescadores, que produjo junto con el videógrafo argentino Gastón Zilberman, podría ser nominado a los premios Oscar 2026. “Qotzuñi: people of the lake” ya recibió tres premios internacionales, como el Doc NYC 2024, y otros siete reconocimientos. Ahora compite en la categoría cortometraje documental por la estatuilla dorada que entrega la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos.
Todo se cocinó en un pequeño cuarto de hotel en Oruro después de la primera visita al lago. “Me acuerdo de que volvimos y empezamos con un brainstorming furioso para bajar toda la información que nos había caído del paseo con la primera comunidad. Sabíamos que queríamos reproducir imágenes exactas sobre el cambio en el lago”, describió Zilberman.
Fue en 2022, en Atacama, que Salama escuchó hablar de Teodoro Blanco, un abogado aymara que hasta hoy representa a varios de los pueblos uru de la zona, una de las 36 comunidades indígenas en Bolivia. Los qotzuñi eran algunos de ellos. Hasta hace pocos años eran pescadores y recolectores que pasaban su vida en el agua. “Vivían días enteros en totoras”, retrató Blanco, refiriéndose a aquellas balsas de juncos alargados que construían tanto aymaras como urus. Pero lo que era un espejo cuatro veces más grande que el Nahuel Huapi se fue recortando cada vez más hasta que, en 2024, quedó esa planicie de lodo y salitre. ¿Por qué pasó?
La pregunta recorrió la cabeza de Salama por varios días y lo impulsó después a comprar un boleto de avión. Planeó su viaje al sur de Bolivia para finales de 2023 y así conoció a Zilberman, que desde hace tiempo también está dedicado a retratar la crisis climática. “Había trabajado con algunas ONG, pero era la primera vez que decidía hacer algo por mi cuenta. A través de amigos me enteré del proyecto de Michael”, recordó Zilberman.
Los últimos de la cadena
Al menos desde 2006 se estudian las variaciones del lago Poopó en la ciencia. Un artículo publicado en Hydrological Sciences Journal en aquel año ya registraba sequías parciales en el pasado. Y es que, desde los 80 para acá, es visible en fotografías satelitales la pérdida de agua de este sitio.

Este lago era como un gran espejo que no tiene más de un metro de profundidad, pero que se extiende a tal punto que se distingue en imágenes satelitales. Su principal fuente de agua es el lago Titicaca, el más grande del país, y está conectado en especial por el río llamado Desaguadero.
La mayoría de los artículos publicados en aquella revista describen el fenómeno, aunque hay algunos –como uno de Harvard (2023) y otro de Princeton (2025)– que atribuyen la reducción de agua a una mezcla de factores. Hay numerosas menciones al aumento de la temperatura y también a la competencia por el recurso.

“La quinoa empieza a hacerse en cultivos muy extensos, devastando toda la cobertura vegetal que reduce la capacidad de absorción de agua. Además, hay una clara disminución de las cuencas que están alrededor”, coincidió Teodoro Blanco. Porque en aquel rincón del altiplano boliviano, donde hay agua se construyen represas, se despliegan cultivos y se edifican fábricas. Y el Desaguadero es el que más agua transporta.
Con el tiempo los canales y ríos se han saturado y el agua es cada vez más escasa. Blanco advirtió que esto tiene consecuencias visibles. “[Los arroyos] no se alimentan como antes. Particularmente el Desaguadero, que es parte del sistema del Titicaca, está más afectado y, finalmente, las actividades mineras que están alrededor arrastran mucha colmatación”, afirmó. Justo antes de la desembocadura del río en el Poopó se instalan varias minas de estaño que acopian agua para funcionar. Lo que expulsan, según describió Blanco, es agua mezclada con arenas y químicos.

El abogado señaló que aunque ahora no hay agua, desde hace mucho el lago estaba contaminado. Los qotzuñi viven allí, en la última etapa de la cadena del agua.
La gente de lago
El nombre del pueblo al que Salama y Zilberman llegaron primero fue Puñaca Tinta María, que está a casi 200 kilómetros de Oruro, muy cerca de lo que quedó del Poopó. De este sitio, que vio más de 80 familias crecer y formarse, hoy queda un puñado; la mayoría son mujeres, ancianos y niños. Como este, los otros dos pueblos qotzuñi han vivido migraciones extremas.
“En los tres pueblos hay más mujeres que hombres. Parece que, cuando el lago se secó, ellas empezaron a tener más relevancia”, señaló Zilberman. Explicó que la mayoría de los hombres jóvenes se marcharon a pueblos cercanos para dedicarse a la minería de estaño; se fueron a Oruro, La Paz o incluso a otros países como la Argentina. Las mujeres se quedaron para cuidar a los niños y a los mayores, y comenzaron a encontrar formas de subsistir.

“Son las mujeres las que hoy sostienen al pueblo desde adentro. Ellas son quienes fabrican artesanías. Es muy interesante cómo fueron tomando protagonismo a partir del secamiento del lago”, comentó Salama. Explicó también que la gente que se va comienza a olvidar las tradiciones uru; lo llaman una “aymarización” de la cultura porque dejan de hablar la lengua y abandonan las prácticas ancestrales. Pero en los pueblos que quedan intentan preservarlas.
En el colegio pintan murales de los animales que había o coleccionan especies disecadas que encuentran durante alguna expedición. “Mauricio, una de las personas que entrevistamos, fue alcalde de uno de los tres pueblos del lago. Fue a Chipaya a buscar docentes uru para preservar la lengua”, comentó Salama.

Los documentalistas explicaron que, más allá de los premios que ganaron, están impulsando proyectos de impacto local. “A partir de la difusión internacional del proyecto logramos recaudar los fondos para iniciar un plan de ayuda de tres etapas. La primera fue la compra de útiles escolares para el colegio de Puñaca Tinta María, al que asisten niños de varios pueblos. La segunda y la tercera tienen que ver con el financiamiento de los emprendimientos familiares que hay allá, como la fabricación de artesanías, la cosecha de sal y la recolección de plantas medicinales”, describió Zilberman.
“Las familias tienen mucha potencia y un montón de propuestas para adaptarse a este nuevo contexto. El lago no existe más, pero ellos están encontrando la forma de quedarse allí”, añadió.
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