Enero de 1913. La Argentina del primer Centenario se muestra como una potencia pujante con élites dirigentes que disfrutan las mieles de un régimen que está a punto de expirar.
Transcurría el epílogo de la Belle Époque europea y Mar del Plata todavía era una fiesta solo reservada para una clase pudiente que había elegido un nuevo destino de vacaciones más allá de las quintas de San Isidro.
Encandilados por el brillo de una sociedad endogámica que hacía gala de sus excentricidades, comerciantes de todo el mundo arribaban al antiguo Cabo Corrientes buscando reconocimiento y fortuna.
Así fue como llegó al partido de General Pueyrredón el inmigrante español Francisco Medina. Tenía 37 años y había dejado en Las Palmas de Gran Canaria a dos hijas menores al cuidado de sus hermanos, y a una mujer en el cementerio.
Su temprana viudez y una idea genial lo impulsaron a cruzar el Atlántico y viajar casi diez mil kilómetros al sur, para rehacer su vida y traer a una de sus hijas una vez que hallara el éxito.
Paco Medina llegó a Mar del Plata a mediados de 1912 sin otra compañía que la de una carga muy particular: una docena de camellos de una sola joroba.
Los había importado de Marruecos vía Canarias para comenzar una prueba piloto en el sudeste bonaerense.
Perseguía un fin revolucionario, el joven Medina. Por algo solía presentarse como "innovador".
Su propósito era cambiar de raíz la producción del campo argentino, empezando por la agricultura de las afueras marplatenses.
El emprendedor canario, ávido conocedor de las virtudes de los dromedarios por haber crecido en una isla frente al continente africano, pretendía reemplazar al caballo por el camello en las tareas rurales y lograr un boom productivo nunca antes visto.
Un hallazgo histórico
"Pero los camellos no se adaptaron al trabajo en el campo y entonces tuvo que ponerse a pensar qué hacer con ellos", cuenta a LA NACION Mirta Álvarez Medina, la nieta del hombre que debió reinventarse una y otra vez hasta que se convirtió en un empresario exitoso.
Hace unos años, Mirta y su hermana María Magdalena Álvarez Medina hallaron un cajón lleno de papeles, entre los que se encontraban el carnet de identidad del abuelo Paco y una serie de fotografías inéditas que tienen más de cien años.
En el documento, el abuelo fijaba como residencia el epicentro de la alta sociedad marplatense: General Paz y Playa Bristol. Profesión: comerciante.
Sus nietas tenían presentes algunas anécdotas del abuelo canario que se había dedicado a la hotelería, pero las fotos les recordaron viejos relatos de la infancia. Camellos, jinetes y cuidadores posaban en la playa. Estaban sobre la orilla del mar. Detrás podían verse algunos edificios emblemáticos como el Club Mar del Plata.
Mirta y María Magdalena decidieron donar el material completo al Museo Histórico Municipal Roberto Barili de Mar del Plata para preservar la memoria del abuelo Paco y tejer la historia de sus emprendimientos innovadores.
Cree en Dios, pero amarra tus camellos
La adaptación del camello africano al trabajo del campo argentino fue un fracaso total, aun cuando en la teoría parecía tener cierta lógica; incluso contaba con el visto bueno del Ministerio de Agricultura del gobierno de Roque Sáenz Peña, quien hacía pocos meses había entrado en la historia por impulsar la reforma electoral con la ley del sufragio secreto y obligatorio.
Se suponía que los camellos podrían aventajar a los caballos en las tareas de carga y a los bueyes criollos como animales de tracción.
Los cálculos no era errados. Un dromedario puede cargar casi media tonelada y su potencia equivale a la de dos bueyes juntos; además, vive un promedio de 40 años, diez años más que un caballo y el doble que un buey.
Y, sobre todo, se descontaba que su adaptación a la geografía nacional sería positiva ya que, en tiempos precolombinos, animales sudamericanos originarios como la llama, la vicuña, la alpaca y el guanaco también son parte de la gran familia de los camélidos.
Sin embargo, la rusticidad de su andar no despertaba la simpatía de los jinetes criollos que intentaron montarlos, y el mal genio de los animales a la hora de tirar un arado hicieron que la idea de emplearlo en el campo fuera abandonada rápidamente.
¿Qué hacer ahora con los camellos?, se preguntaba Francisco Medina.
Turf playero
El 19 de enero de 1913 fue unos de los días más importantes en los casi cuarenta años de historia de la joven Mar del Plata, tras su fundación a cargo de Patricio Peralta Ramos.
Aquél domingo de verano se preveía inaugurar la Rambla Bristol, el extraordinario paseo costero construido gracias al impulso de los selectos miembros del Club Mar del Plata.
El balneario estaba en plena ebullición. Se comenzaba a construir el puerto de ultramar, faltaba poco para inaugurar el primer muelle y la ciudad estaba tapizada con edificios de estilo clásico academicista inspirados en la Europa decimonónica.
Aquél domingo de enero se iban a congregar los exponentes más influyentes de la época. A los carruajes se les sumarían los primeros automóviles en serie y una multitud que llegaría en tren desde Buenos Aires (durante el verano de 1913 arribaron 32.573 pasajeros desde Constitución, de acuerdo con la investigación de Santos Suárez Menéndez en "Historia de Mar del Plata").
Y entre tantas personalidades, la recorrida por las obras de la Rambla Bristol sería presidida por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Don Ezequiel de la Serna, que moriría el 15 de marzo, solo dos meses después del evento.
Francisco Medina sabía que ese día tenía que ser protagonista y rápidamente pensó que era el momento justo para anunciarle a los afamados visitantes que podían contar con una nueva atracción.
La idea era tan genial y alocada como la anterior. Ahora los veraneantes podrían recorrer largas distancias y pasear con sus hijos en camello por la playa, igual que en las costas del caribe africano.
Para eso, primero debía solicitar el permiso con el que realizar los paseos y, una vez obtenido el visto bueno, realizar un evento que impactara positivamente en la promoción de su nuevo emprendimiento.
Por entonces mujeres y varones visitaban la playa completamente vestidos, y quienes osaban mojarse era considerados temerarios. La costumbre de darse un baño de sol vendría dos años después, para el verano de 1915.
De manera que un paseo en camello por las playas marplatenses era una idea genial que ningún turista de élite podía perderse.
Cuando obtuvo el permiso, Paco organizó una carrera de camellos en la playa el mismo día en el que se inauguró la Rambla Bristol.
Su jinetes se presentaron vestidos de beduinos con turbantes y sus caras pintadas de negro para agregarle mayor impacto al espectáculo.
Incluso se cree que hubo quienes levantaron apuestas a orillas del mar.
La carrera fue un éxito y los diarios locales la retrataron como uno de los acontecimientos más divertidos que sucedieron durante la inauguración de la Rambla Bristol.
El jinete ganador, Josué Quesada, obtuvo una medalla de oro y la entrada definitiva a la fama literaria entre los círculos femeninos de la época con la publicación de una veintena de novelas semanales, siendo quizá "La costurerita que dio el mal paso" de 1919 su mayor exponente.
Reinventarse, una y otra vez
Durante ese primer verano, el negocio de los paseos por la playa a bordo de camellos resultó redituable; pero a Paco Medina no le renovaron el permiso para seguir haciéndolo en la Bristol por considerar que la actividad resultaba antihigiénica.
Los camellos hacían sus necesidades en el mismo lugar donde las personas y sus familias reposaban y a esto se sumaba un olor muy fuerte durante los días de calor.
Además, mientras Paco mudaba su emprendimiento hacia las playas del sur, los camellos no solo no se reproducían, sino que se iban muriendo.
Y a esto se sumaba el temperamento de los animales, al punto que debían pasear con bozal ya que solían morder violentamente a turistas y camelleros desprevenidos.
"Mi abuela siempre contaba que una vez un camello le arrancó a un cuidador que lo había maltratado, los cuatro dedos de una mano, de un solo tarascón", rememora Mirta Álvarez Medina.Así fue como Paco Medina debió diversificar su negocio una vez más. Con el dinero que había logrado ahorrar y la venta de algunos camellos, puso un Tambo Modelo y canchas de tenis en el Paseo General Paz, que inauguró en 1921.
Por entonces Paco ya era un personaje conocido en la sociedad marplatense y el negocio no tardó en prosperar. Señoritas y señoritos de la época debían sacar turno para jugar tenis, haciéndolo completamente vestidos de blanco y, una vez terminado el partido, solían reunirse a beber leche fresca al pie de la vaca.
Se cree que también de aquí nace la expresión "gil de lechería".
El negocio fue tan redituable que se sostuvo hasta 1935 y le permitió a Medina convertirse en un empresario hotelero exitoso, primero con el Hotel Pueyrredón de Alberti y Tucumán, y luego con el Metropol, ubicado en la calle Falucho 2056.
La última atracción del golf
Francisco Medina murió en Mar del Plata en 1947, a los 72 años. En su expresión podía notarse la alegría de haber podido formar una nueva familia con la que crió a su hija Matilde Dora Medina, y con la satisfacción de haber repatriado a su otra hija, fruto de su primer matrimonio, María Antonia Medina, que lo esperó en las Islas Canarias hasta los 18 años.
Quienes lo conocieron dicen que Paco era muy amigo de sus amigos, un emprendedor que disfrutaba la buena vida y un fanático del dulce de batata, aun cuando sus últimos años padeció diabetes.
Su piel de canario curtida por el sol del Atlántico le otorgaba un aspecto bon vivant que solía resaltar con sus trajes blancos.
Jamás bebía alcohol y, salvo el de relacionarse con mujeres de la alta sociedad, no se le conocieron otros vicios.
Sobre el final de los camellos, poco se sabe. Salvo el destino de aquél dromedario justiciero que le arrebató cuatro dedos de un tarascón a su cuidador. Cuentan que terminó sus días arrastrando carretillas de arena de un link a otro en el Golf Club de Mar del Plata y que cuando murió fue enterrado sin mucha ceremonia en una de sus lomadas.