Gustavo pide ayuda: ¿qué se hace con un bocón?
Gustavo sabe mucho sobre Fernando. Conoce sus gustos musicales, el barrio donde vive, que su novia se llama Martina y que en sus últimas vacaciones viajó por la Patagonia. También está al tanto de qué colectivo toma para llegar hasta el trabajo, que su auto es un Gol Trend modelo 2016 y que es hincha de Independiente. Gustavo sabe qué piensa Fernando sobre política, y supone a qué candidato votó en las últimas elecciones presidenciales.
Gustavo sabe mucho sobre Fernando a pesar de que nunca mantuvieron una conversación.
Fernando, por su parte, elige qué música escuchar mientras trabaja, cuenta historias sobre lo que hizo el día anterior (sin importar si tienen remate o no) y habla de Martina como un verdadero hombre enamorado. Con ella viajó al sur e hizo todos los circuitos turísticos que debía hacer. Fernando es fierrero y habla con orgullo de cada modificación que le hace a su Gol Trend y festeja cada triunfo de Independiente. Exhibe de manera casi patológica sus opiniones políticas, con las que alguna vez -alguna, muy aislada- recibe algo de rebote. También tiene una muletilla para terminar cada llamado telefónico: “te aviso para que sepas”.
La privacidad es todo un tema cuando se pasa tanto tiempo en la oficina. En ella conviven aquellos que jamás se atreverían a hacer un llamado personal, o a ventilar cuestiones privadas; junto a los que hacen de su vida un show, de manera voluntaria o accidental. Aquello que Federico “le avisa para que sepa” a cada uno de sus interlocutores, termina siendo un aviso para todos. Y entre esos todos hay personas que realizan tareas mecánicas y repetitivas, pero también están los que necesitan concentrarse en medio del barullo generalizado.
Gustavo está cansado de saber tanto de la vida de Fernando. Quisiera no volver a escucharlo, pero están a apenas tres metros de distancia, y Fernando tiene un vozarrón que en volumen normal serviría para que un pescador no tenga nada de pique en su compañía. Para colmo Gustavo necesita concentrarse, porque sus tareas no son repetitivas ni mecanizadas ni dependen de un sistema. Cuando Gustavo pone toda su energía en prestar atención en lo que hace -y en ocasiones lo consigue- aparece Fernando, con su trabajo automatizado que deja lugar para su Gol, Martina, sus canciones, el Macri gato y el Cristina debería estar presa.
Lo dicho: Gustavo está cansado y ya no tiene paciencia, pero no está dispuesto a elevar esta cuestión a un superior. Lo considera una botoneada, y él es muchas cosas, menos un botón. Tampoco considera que pueda encarar a Fernando para decirle todo lo que le molesta, primero porque no lo conoce y no sabe cómo puede reaccionar; y segundo... porque no lo conoce y no sabe cómo puede reaccionar. Para Gustavo sería una mala carta de presentación plantarse frente a alguien que no conoce para pedirle que baje la voz, que se calle sus opiniones políticas, que afloje un poco con el entusiasmo con Independiente y para explicarle que para la música existen los auriculares.
Gustavo la está pasando mal, y lo único que se le ocurre es escribir a The Office para que alguien le sugiera qué hacer con un tipo como Fernando, que toma a su espacio de trabajo como una extensión de su casa quizás de una manera demasiado literal. ¿Qué se hace con un bocón? ¿Alguna sugerencia?
Si querés que El asistente cuente alguna de las historias que suceden en tu oficina escribí a TheOffice@lanacion.com.ar con los datos que te pedimos acá.
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