José Antonio Urgell (1932-2018): un arquitecto que marca su sello en diferentes temáticas
Haber nacido en Casa Amatller, en Barcelona, dentro de una de las joyas arquitectónicas ideadas por Josep Puig i Cadafalch, en el Paseo de Gracia, y que han quedado a cubierto de los desatinos urbanísticos después de haber entrado en el patrimonio histórico de la ciudad, fue más que una coincidencia precoz en la vida de José Antonio Urgell. Fue una predestinación categórica, un prenuncio rotundo de la vocación que lo condujo a convertirse en la Argentina, a la que llegó a temprana edad con sus padres, en uno de los profesionales que dejarían en las obras el sello reconocible de una personalidad. Como lo lograron Mario Roberto Álvarez y Santiago Sánchez Elía.
Si Sánchez Elía, junto a Peralta Ramos y Agostini, concibió por pedido de LA NACION el edificio en que ella estuvo asentada entre 1969 y 2013 sobre tierras ganadas al río a la altura de la calle Bouchard, frente a la Plaza Roma, Urgell cumplió más tarde ese mismo encargo para levantar la planta gráfica "Ingeniero José Ferrari", en la que este diario se imprime desde 2000, en Barracas. Urgell siempre recordaría con satisfacción y agradecimiento haber trabajado al lado de un hombre de las calidades del ingeniero Ferrari, responsable de ese proyecto editorial en nombre de S.A. LA NACION.
El gran arquitecto fallecido el domingo en Buenos Aires había integrado primero un estudio con Juan Manuel Llauró y luego, con Enrique Fazio, colegas de primer rango. En su última etapa constituyó la firma que lleva, además del propio, los nombres de Augusto Penedo y de su hijo, José Martín Urgell.
Son tantas las obras en las cuales está presente la contribución creativa de José Antonio Urgell a edificaciones de diferenciadas temáticas a las cuales se lo comprometió a lo largo de su extensa trayectoria que es preferible ceñirse, más que a una enumeración exhaustiva, a aquellas que definen mejor el estilo del maestro. Entre otras, el Hospital de Orán, en Salta; la Terminal de Ómnibus de Luján; la ampliación del Aeropuerto Internacional de Ezeiza; el Archivo y Museo del Banco de la Provincia de Buenos Aires, y el templo judío Amijai, de Arribeños al 2000. O, como obra final, de 2014, la Capilla del Sagrado Corazón de la Universidad Católica Argentina, en Puerto Madero.
Urgell se había graduado en la Universidad de Buenos Aires, de la que fue profesor asociado en Diseño Arquitectónico. Sus pares lo ungieron en 1999 presidente del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo. Allí, como en toda su carrera, pudo percibirse la energía, a la que asoció singular talento, para manifestarse en defensa de una arquitectura que bien podría llamarse realista. O sea, una arquitectura que conjugara la estética y la originalidad con la voluntad de que esos pilares trascendieran de la pura abstracción y se potenciaran en una funcionalidad grata, y a la vez útil, a las necesidades específicas de clientes y de usuarios.
Desplegaba así en conversaciones incansables las condiciones de humanista del médico clínico, del abogado o del psicoanalista a fin de adentrarse como confidente en la personalidad de quienes apelaban a su condición de arquitecto y saber al fin de qué manera traducir en planos lo que sirviera con eficiencia a quienes estaba convocado a servir. La aptitud para captar lo que anida en cada alma figura, como se sabe, en otro mundo que el de las precisas matemáticas y los cálculos estructurales exactos.
Había continuado con sus tareas profesionales hasta hace un mes. Sus restos fueron inhumados en la Recoleta después de una misa de cuerpo presente, oficiada en la basílica de Nuestra Señora del Pilar. Había nacido el 11 de abril de 1932.
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