La licenciada en letras que le devuelve la vida a bares que son verdaderas joyas de barrio fuera del radar
Martina Alfuso es la creadora de “Bar de Viejes”, un proyecto cultural y una comunidad que nació en 2018 en Instagram y tiene su fuerte en la organización de ciclos
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“No quiero ser influencer, no me interesa generar likes, los bares son mi refugio”, confiesa Martina Alfuso, creadora de “Bar de Viejes”, un proyecto cultural y una comunidad que nació en 2018 en Instagram, pero que tiene un anclaje muy fuerte en la realidad, a través de sus ciclos “Bar Abierto”, llena locales olvidados –verdaderas joyas– de barrio que están fuera del radar de las modas. “Es un acto de resistencia urbana: conversar y reivindicar el ocio”, dice Alfuso.
“En lo que se repite nace lo nuevo y la sorpresa”, cuenta. Su trabajo es intuitivo y de altruismo emocional: armar una bitácora de bares donde aún laten los corazones y se cruzan las miradas. “Es un aliento por recobrar un mundo en desuso”, dice Alfuso, que es licenciada en Letras. Dedica su vida a habitar estos rincones que sostienen un modo de vida en cámara lenta. Señala portales en el arrabal, huérfanos de modernidad.
Lleva mapeado más de 1000 bares de la ciudad y de la provincia de Buenos Aires, de Santa Fe, de Córdoba, de Misiones, de Río de Janeiro, de Montevideo y de Mar del Plata. Su proyecto fue declarado de interés cultural por la Legislatura porteño. Además de reseñar en su cuenta de Instagram y en su sitio web (tiene un mapa de los bares), cada quince días escribe “Voy al Bar”, un boletín que tiene más de 2500 suscriptores. En él cuenta historias de estos territorios, capsulas de humanidad donde viven la literatura, el amor, la política y el arte.
La comunidad es muy activa y acepta el juego de Alfuso: unir lo analógico con lo tecnológico, la vejez con la juventud. “Tradición y vanguardia”, resume. “En los bares está la síntesis del mundo”, agrega y esa composición establece un parámetro popular: promueve el aperitivo como facilitador de la magia, la conversación en mesas confidentes, el copetín como una poética señal gastronómica. El “Bar Abierto” se hace una vez por mes, allí se materializa la obsesión de Alfuso: “Poblar los bares de cotidianeidad”
En cada uno de ellos concurren entre 150 y más de 200 personas que hacen realidad lo que se comunica en la red social. Allí solo se oficializa una consiga: día, hora y lugar. Los encuentros vuelven la vida a viejas esquinas que sostienen los sentimientos de una ciudad herida, en orfandad de liturgias que alienten lo afectivo.
“Los bares son la infancia de una humanidad en extinción”, observa Alfuso. Desde 2021 ha realizado 21 de estos encuentros y el próximo es el 19 de octubre en un bar icónico: el “Florida Garden”, situado en Florida y Paraguay, punto de encuentros de artistas. Homenajeará a Federico Manuel Peralta Ramos con la exhibición del film El Coso, dirigido por Néstor Frenkel. Siempre son con entrada libre y gratuita.
“Me gusta trabajar el concepto de misterio”, afirma Alfuso. Durante los primeros años nadie sabía quién estaba detrás de “Bar de Viejes”. Se suponía que era un grupo de amigos, jamás se dudó que se trataba de un hombre. Eligió el anonimato y en las entrevistas radiales distorsionaba su voz. “Los bares capturan el misterio y el descubrimiento”, asegura. Espacios añorados por una minoría que los tiene como escudos para protegerse del ruido y del dolor.
Juntarse en un bar
Su idea creció hasta convertirse en un hábito para sus seguidores, uno feliz: juntarse en un bar para hacer algo sencillo, entregarse a la azarosa oportunidad de la sorpresa y el diálogo. “Los bares no solo están habitados de fantasmas, sino de mucha vida”, dice Alfuso. Su búsqueda es metódica, pasa al menos ocho horas por día en ellos, su trabajo es serio y comprometido. Desde 2010 lo hace así. “Los bares me adoptan”, aclara.
Comenzó en “El Motivo”, de Villa Pueyrredón y en esa búsqueda voraz por hallar la magia y las voces del pasado para recomponerlas en el presente, empezó a escribir las historias que oía, conversaciones y el registro de su paso diario por el bar.
Un trabajo la hizo viajar en tren y en esos recorridos fue anotando en una libreta los bares que le interesaban, aquellos donde encontraba una señal. En muchos fue parando. “Nadie sabía bien qué hacía una mujer joven y sola tantas horas en un bar”, confiesa Alfuso. En 2010 le costó la aceptación, pero desbloqueó niveles hasta que comenzaron a tratarla como un par.
En su mesa sobraban los libros, su notebook, libreta de notas y de estas contemplaciones nació su “proyecto analógico: poblar de gente los bares”.
Comenzó llamándolo “Bar de Viejos” y en 2019 lo modificó por “Viejes”. ¿Cuáles son esos bares? “Son bares singulares y demodés”, afirma Alfuso y cita a Enrique Symns: “El bar es el bosque que le queda a la ciudad” A corazón abierto la metrópolis ofrece estos puertos amables en los barrios, muchos de ellos curtidos ya en las décadas del siglo XX y del actual, otros en un trance entre ser espacios clásicos y residuales de un mundo que se pierde.
“Es el brazo armado”, dice Alfuso, decidida y metafórica, para referirse a sus ciclos de bares abiertos. El crecimiento de participantes fue creciendo exponencialmente. Rápidamente las mesas se ocupan, también las veredas. Los hilos del destino se entrelazan. “En los bares las personas nos encontramos para construir un mundo sin resultados. Parece tonto, pero hoy en este mundo del algoritmo es revolucionario”, sostiene Alfuso.
Escritores, artistas, poetas, cine, fotografía, y proyectos comunitarios: todas estas expresiones solitarias conviven en los bares abiertos y se hacen un todo. “Es una obra colectiva fuera del algoritmo”, asume Alfuso. El éxito de su proyecto radica aquí. El publico que concentra esta comunidad de “viejes” acepta ser parte de una bella comunión impredecible. “El algoritmo probablemente no te vinculará con la persona que tenés al lado en un bar”, argumenta Alfuso.
Templos paganos, bohemia barrial
La solución ante esto nace por generación espontánea y por el misterio de estos templos paganos de la bohemia barrial. “Existe en el bar un algoritmo más humano, una lógica más democrática”, estima Alfuso. Los bares cuentan historias, allí la vida transcurre, se forman nuevos pactos. “Soy una médium”, confiesa sentada en la mesa del bar “Miami” de Congreso. Al lado, una mujer piensa una palabra para completar su crucigrama. Intercambian una receta de tiramisú.
“Con los mensajes de texto, los emojis, los tuits, las reacciones, nos fuimos corriendo de la voz y del volumen de las cosas. En el bar sigue pasando algo que ya no pasa mucho: conversamos”, reflexiona Alfuso. Detenidos en un tiempo donde aún se ven televisores a tubo, calcomanías de promociones para hablar más tiempo cuando existían los teléfonos públicos, y en las mesas los diarios del día anuncian las noticias de ayer. En los bares de “viejes” el papel es la pantalla más vista.
“Fue uno de los mejores eventos que tuvimos en el bar”, cuenta César Moreno Tomás, dueño de El Progreso de Barracas. Allí se hizo un “Bar Abierto”. La comunidad de “viejes” respondió agotando el espacio. “Nos permite hacernos visibles a los que estamos fuera del circuito fashion”, dice Moreno Tomás. La esquina forma parte del Partenón de bares más queridos del barrio. Destaca el amplio perfil etario que visitó el bar. “Derramé algunas lágrimas”, confiesa, pensando en la alegría que sentirían sus padres –ya fallecidos– al ver a tantos jóvenes en las mesas. Desde 1960 su familia lo lleva adelante.
“No sabíamos qué iba a pasar, y fue una experiencia muy alegre, renovó la energía”, afirma César Perrotta, dueño de El Balón (Villa Gral. Mitre). También fue elegido por el mismo ciclo. “Vino mucha gente nueva y curiosa”, agrega Perrotta. El bar es un clásico, arquetipo de “Bar de Viejes”, es conocido por su manera de servir la cerveza, en la tradicional copa, el balón. “El trabajo de Martina es importante porque nos da oxígeno y provoca que otro público más joven nos conozca”, concluye Perrotta.
“La idea nació en Instagram pero nunca me interesó la red social, el éxito del proyecto es que un día deje de existir ahí”, confiesa Alfuso. Solitaria, y con el talento de saber generar diálogos con los habitúes de los bares, sus vacaciones de verano en su juventud las pasó viendo películas en el auditorio del Malba. “Dos jubilados y yo”, así recuerda el público que asistía a la cartelera de estos films de cine arte. La refrigeración y la ausencia de espectadores bajaba mucho la temperatura a la sala. Allí pasaba todo el día.
Salía de su casa vestida de verano y antes de entrar a ver películas en el baño del Malba se vestía con ropa de abrigo, otoñal. Cuando salía, volvía a repetir este hábito, pero cambiándose con ropa estival. “La vida es una sucesión de hábitos”, decía Samuel Beckett. Alfuso sigue esa línea.
“Angustia, tristeza y soledad”, esto siente cuando pasa por los cafés de cadenas y bares de especialidad, muy de moda en estos días. Allí no sucede la magia que busca en sus bares de viejes. “Siento esa ausencia”, reclama Alfuso. Con la vista puesta en el próximo “Bar Abierto”, y desde su Miami de Congreso, mira la mesa donde escribe. “Abajo del corazón, a la altura del estómago. Ni tan alto ni tan bajo”, así la describe. “Los bares son la vida”, cierra su pensamiento hacia el futuro.
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