La poeta vestida de mar que anunció su despedida
Un crónica de primera mano que refleja la intimidad y el ánimo de la escritora argentina en sus últimos días
25 de octubre de 1938
Cuando en la mañana luminosa y fresca del domingo 16 del actual decidí, por evidente mandato de la providencia, pasar el día en los riachos del Delta, no esperaba encontrar a Alfonsina Storni en uno de los recreos que se levantan en las márgenes del río Sarmiento. Almorzaba, sola, bajo los sauces y la saludé de lejos. Al terminar se levantó, vino hacia mi mesa y se instaló junto a mí.
-Me ha gustado mucho su "Romancillo cantable", publicado en LA NACION de hoy -le dije-. He traído el diario para leer nuevamente esos preciosos versos aquí, entre los árboles.
-Tal vez sea mi última poesía- me contestó.
Tenía pintado en el rostro un terrible dolor concentrado y entrecerraba penosamente los párpados, esquivando un rayo de sol.
-Margarita -añadió enseguida-: sufro de una neurastenia tan espantosa que no sé si quitarme la vida?
Y rió largamente, nerviosamente, como procurando dar a su frase un cariz de broma. Pero la frase me había inquietado profundamente. No quise, sin embargo, demostrar que tomaba en serio sus palabras.
-¿Cómo puede usted decir eso? -repliqué-. Sus versos de hoy traducen un estado de ánimo muy distinto. Me encantan por su extraordinaria frescura. (...)
En mi afán de alentarla, aproveché esta confidencia para insinuarle que la depresión de su ánimo podía ser, en gran parte, atribuible a un desgaste nervioso, ocasionado por la exagerada labor, y le rogué que tuviese un poco de paciencia, asegurándole que su mal tenía que ser pasajero. "Temporario", añadí, sonriéndole cordialmente. Pero en mi fuero interno sabía que mis palabras caían en el vacío.
-Sí -me contestó, asintiendo por cortesía-; el mar me hace mucho bien. Tal vez me convendría descansar en una playa. (...)
-¿Sabe usted -me preguntó de pronto- la causa de la trágica decisión de Leopoldo Lugones?
Me estremecí, recordando que aquello había ocurrido en una isla de Tigre; le contesté que ignoraba el motivo y procuré distraerla cambiando de conversación. Pero la idea fija persistía.
-Margarita -me dijo-: si cree usted en Dios, rece por mí.
-Creo en Dios -respondí, conmovida-, y rezaré para que usted se mejore.
Era la hora del regreso y me levanté. Ella insistió en acompañarme hasta el desembarcadero. (...)
Al día siguiente, mis compañeros de esta redacción y yo buscamos a alguno de los allegados de la eminente poetisa, a fin de ayudarla en el terrible trance por que pasaba su alma, pero no encontramos a nadie.
Hace exactamente diez días que ocurría lo que acabo de referir y no ha pasado uno sin que cumpliese mi promesa de rogar al Altísimo por la salud espiritual de la autora de tantas hermosas poesías. Hace exactamente diez días que presentí, sin querer convencerme de ello, que Alfonsina Storni se despedía para siempre de mí.
"Tal vez me convendría descansar en una playa", me dijo en aquella ocasión. Y es en el mar donde ha querido buscar su definitivo reposo.
Sé que, de ahora en adelante, cada vez que la recuerde, solo acudirá a mi mente la visión de su última imagen. Veré siempre a la gran poetisa en la orilla de un río, que ahora me parece un río fuera de tiempo y del espacio, diciéndome adiós, con el brazo levantado, entre un paisaje de primavera que se pierde en el infinito.
Margarita Abella Caprile