Las acuarelas de un soldado que puso color a los días en el frente

Mi abuelo Otto se llevó la caja de acuarelas al frente de guerra. Tanto él como mi otro abuelo, siendo alemanes, pasaron la Primera Guerra Mundial peleando en Francia por el lado alemán; antes de la siguiente guerra, siendo judíos, los dos habían tenido que escapar de la Alemania por la cual habían luchado.

Otto Meyer, asignado a la artillería, pintó tres series de acuarelas en Francia. Una estaba dirigida a los hijos, por entonces preescolares, que había dejado en casa. Otto no les disimuló que estaba combatiendo. En realidad, de las cartas a familiares adultos se desprende que estaba bastante orgulloso de ello, aunque miraba los hechos con cierto nivel de ironía. Pero para los chicos procuró suavizar la situación, dándoles ribetes de cuento infantil. Para ello incluía a pequeños animales que, en cada carta adjunta, comentaban las actividades de esos humanos, vestidos todos igual, que habían aparecido en su bosque.

Otra serie de acuarelas eran estudios serios de sus compañeros en armas en los ratos tranquilos, fumando o leyendo literalmente al pie del cañón. La tercera serie eran viñetas humorísticas intercaladas en los textos mismos de sus cartas a adultos. En una informa que ha conseguido reunir siete papas para cocinar en la trinchera, e ilustra las siete. También se autorretrata corriendo por la trinchera para apagar el fuego con el que las está hirviendo: comienza a humear y ese humo se convierte en una amenaza que puede delatar su posición al enemigo.

Meyer fue uno de los pocos judíos –apenas 3181– que ascendieron al rango de oficial en la guerra. Pero mientras en 1914 se pensaba integrado a la sociedad alemana, en las filas vio instancias de antisemitismo que le hicieron profetizar en una carta, dos años después: "Me parece que recién después de la guerra vamos a ver lo que significan la arbitrariedad y la opresión"