“Mi hijo de 11 recibía 150 notificaciones por día”: 300 familias acuerdan prohibir el celular a los chicos hasta los 13 años
La iniciativa fue impulsada por padres y madres del colegio San Nicolás, de Mendoza, y se sumaron otras de Córdoba y la provincia de Buenos Aires; las claves del desafío
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“Los padres nos hemos desentendido de algunos aspectos de la crianza de nuestros hijos. La idea es volver a hacernos cargo”, sintetiza el mendocino Ignacio Castro, padre de dos hijos adolescentes e impulsor del proyecto Pacto Parental, iniciativa que en solo una semana logró que 200 padres del colegio San Nicolás, ubicado en Chacras de Coria, se comprometieran a postergar la entrega del primer smartphone a sus hijos hasta los 13 años y a retrasar hasta los 16 el acceso a redes sociales. A las familias de esta institución privada de Mendoza, se sumaron en las últimas horas un centenar más provenientes de otras escuelas de la provincia y también cordobesas y bonaerenses.
“Cuando vimos la cantidad de padres que se estaban sumando, dijimos: ‘Claramente tocamos una fibra sensible’”, comenta Castro, a la vez que aclara: “No es que estemos reinventando la rueda. Hay proyectos similares en varias partes del mundo, incluso en Buenos Aires, donde está Manos Libres, que tiene la misma propuesta. Es un tema que, por suerte, está cada vez más en agenda. Los padres nos estamos dando cuenta de que les habíamos dado a nuestros hijos una herramienta que, por su edad, no están en condiciones de usar”.
La elección de restringir los smartphones hasta los 13 años no es caprichosa, sostiene Castro. Este límite etario surge a partir de evidencia científica sobre el desarrollo de la corteza cerebral difundida alrededor del planeta por el psicólogo social norteamericano Jonathan Haidt en su aclamado libro Generación Ansiosa (Deusto, 2024). La iniciativa de Castro de impulsar el movimiento Pacto Parental en el colegio de sus hijos surgió tras leer este libro, que propone explícitamente este tipo de pactos entre familias bajo la premisa de que no es posible ni beneficioso prohibirle el celular a un niño si todo su círculo social utiliza esa tecnología.

“Leí el libro en marzo y entré en un punto sin retorno. Empecé a detectar muchas de las cosas que plantea el autor en el curso de mi hijo: bullying, pérdida de atención y ya tres chicos con distintos tipos de trastornos de ansiedad. Miré la cantidad promedio de notificaciones que recibía mi hijo de 11, una estadística que te ofrecen los celulares. Vi que recibía una media de 150 notificaciones por día. Haidt explica con datos algo que es muy lógico: los celulares generan una inyección permanente de dopamina que va mellando sobre distintos aspectos del desarrollo cerebral de los chicos a una edad en que su cerebro todavía está en desarrollo”, sintetiza el padre, de 47 años, dueño de una agencia de marketing y publicidad.
El pacto masivo entre las familias del colegio San Nicolás se concretó la semana pasada, pocos días antes del fin del ciclo lectivo. Surgió tras una reunión inicial de 16 padres, liderada por Castro. Tras llegar al acuerdo entre ellos sobre la medida a impulsar, el grupo se comunicó con el colegio para expandir la convocatoria. El miércoles pasado se reunieron en la institución más de 100 padres de primaria y, desde entonces, el pacto parental propuesto por Castro no dejó de crecer.
“Me da optimismo –comenta Ramiro Pontis Sarmiento, director de secundaria de la institución–. Me parece muy positivo lo que se está armando. Creo que los padres empezaron a tomar conciencia de los riesgos de que los chicos tengan celulares desde tan chicos”, detalla el directivo, quien durante la reunión de familias dio una charla sobre las situaciones conflictivas que estaban viviendo en la escuela.
En diálogo con LA NACION, detalla que las medidas que tomaban desde el colegio parecían nunca ser suficientes. Este año, a raíz de distracciones permanentes durante las clases, el establecimiento decidió poner una caja para que los chicos dejaran sus celulares al ingresar al aula. De todas formas, cuenta, los conflictos vinculados a los smartphones persistían.

“Salían al recreo y no se relacionaban. Muchos se quedaban en el aula o se quedaban sentados en el patio contestando los mensajes o mirando cosas que no podían mirar durante la clase. Veíamos que los chicos empezaban a socializar cada vez menos. En paralelo, el tema de las redes, especialmente entre las chicas, empezó a generar mucho conflicto de tipo ‘Hicieron un grupo y no me agregaron’. En los varones veíamos mucho juego online”, sostiene el directivo, quien, en paralelo a la medida que tomaron los padres, anunció que, de cara al 2026, los chicos de secundaria deberán asistir a clases con el celular apagado. En primaria, los dispositivos ya estaban prohibidos.
La reacción de las familias de primaria ante la propuesta del Pacto Parental fue mejor de lo esperado, expresa Castro. “Ya al día siguiente, cuando fui a buscar a mi hijo por el colegio, vi a padres poniendo la espalda para que otros padres pudieran firmar el pacto”, cuenta. Y destaca la importancia de que este compromiso sea colectivo: “Si no firmamos varios, no es posible hacerlo, porque entonces te genera la culpa de ‘Mi hijo se va a quedar afuera’. Por eso, lo que proponemos es que, como mínimo, se comprometan diez padres por clase. Después, esos diez pueden empezar a impulsar el pacto entre los demás”.
Castro destaca que la firma del compromiso parental implica menor esfuerzo para las familias cuyos hijos todavía no recibieron su primer celular inteligente. De hecho, en el colegio San Nicolás, todos los padres de los estudiantes de tercer grado firmaron, al igual que todos los padres de jardín de infantes, mientras que entre los padres de los estudiantes de los últimos años de primaria y primeros de secundaria, el alcance fue menor. En sexto grado de primaria, donde estudia el hijo menor de sus hijos, por ejemplo, adhirieron aproximadamente el 50% de las familias.
Su caso es uno de los que él define como más complicados, dado que su hijo menor, de 11 años, ya tenía un smartphone y, tras la firma del pacto, se lo quitaron. A cambio, le entregaron un celular analógico, es decir, sin internet ni redes sociales.
“No lo planteamos como una penitencia; estamos enmendando un error mío de haberle dado un dispositivo cuando no tenía la edad suficiente para poder usarlo”, explica, a la vez que destaca que la aplicación de la medida fue “complejísima”.
“Obviamente provocó una reacción negativa al principio. Hubo llanto, enojo… Ningún chico va a estar de acuerdo con que le saques un dispositivo que lo tiene obnubilado. Pero lo que al principio parece un abismo, no lo es: tras cinco minutos de quejarse y enojarse con vos, al minuto seis el chico ya está afuera jugando a la pelota. No paran de llegarnos mensajes de los padres contándonos sus experiencias y comentando que, por más que parezca imposible, no lo es”, sostiene Castro.
Pontis Sarmiento plantea que la decisión también es un desafío para los adultos: “Lo más complejo es que los padres tienen que dar el ejemplo. Muchas veces ellos también tienen adicción al celular y lo usan de más en sus momentos de ocio, especialmente a la noche, cuando están con sus hijos en sus casas”.
Castro coincide en que este es un punto importante a tratar. “Lo primero que me dijo mi hijo cuando le sacamos el celular fue: ‘Pero vos también estás mucho con el teléfono’. Y le dije: ‘Tenés razón, voy a ocuparme del tema’. Y en eso estoy”, apunta.
Remarca asimismo que lo más esperanzador sobre este tipo de pactos entre familias es que los chicos se adaptan rápidamente ante los cambios que se les imponen. “El finde posterior a sacarle el celular, viajamos. Cuando subimos al avión, me dijo: ‘Bueno, ¿a qué jugamos?’ Ahí pensé que habíamos estado acostumbrados a anestesiar a nuestros hijos. Estuvimos todo el viaje jugando al Mentiroso y al Piedra, Papel o Tijera. Cuando íbamos a regresar del viaje, mi hijo me dijo: ‘¿Me comprás un libro para la vuelta? Pasó todo el vuelo leyendo”, recuerda, todavía sorprendido.
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