Murió El Entrerriano, “el padre del asado” de José León Suárez: sus inicios a caballo y sus dos reglas de oro
En 1985 se instaló en una esquina con apenas tres kilos de chorizos; y con el tiempo llegó a hacer 400 lechones en un día; la tristeza de sus compañeros
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Nueve de la mañana y la avenida Brigadier General Juan Manuel de Rosas ya siente lo que está por pasar. En José León Suárez, los portones de Los Talas del Entrerriano se abren a las 11 pero desde las 9 h. la brasa ya está ardiendo, las parrillas calientes y las mesas se preparan para la llegada de los comensales.
Lo que comenzó como un puesto de choripanes al paso, con los años se transformó en un templo del asado argentino y detrás de sus históricos tablones de madera siempre estuvo él: Oscar Bopp. Hoy, su familia, clientes y amigos lloran su muerte. Con 77 años, “el entrerriano” le dijo adiós a su histórica parrilla pero en el recuerdo de quienes lo conocieron siempre estará detrás de la barra, cortando limones y repartiendo asado.
Corría 1985 cuando a un joven Oscar se le ocurrió una idea. Compró 3 kilos de chorizos, 2 kilos de pan, 1 de carbón, un caballete y un tablón, y se paró en una esquina. Sin saberlo había juntado los ingredientes para la receta perfecta. “Empezó con la hija, el hijo y un par de muchachos del barrio”, recordó Sergio Ruiz, histórico compañero de Bopp, en diálogo con LA NACIÓN.
A puro pulmón, “el entrerriano” fue forjando su pequeño negocio. Con el tiempo logró juntar la plata suficiente para comprar un auto y poder trasladar los elementos de su puesto ambulante. Nada ni nadie le podían impedir a Oscar cumplir con su labor cotidiana. Incluso cuando se le rompió el auto, agarró su caballo y lo ató al vehículo. “Tiraba de él con el caballo”, contó Sergio.
Su infaltable presencia durante varios años crearon un lazo imborrable con los vecinos de la zona y un día, uno de ellos le dio un consejo invaluable: que comprara “lechugas” (dólares). Así fue que con un poco de ahorros, plata prestada de su cuñada y mucho entusiasmo, Oscar Bopp logró juntar la suma suficiente para adquirir un lote que transformó en Los Talas.
“Nadie se podía ir con hambre”
El local se modernizó en 2002 y desde entonces nunca cerró sus puertas. Pero hay una cosa que las sillas, mesas y copas nuevas nunca pudieron cambiar. Bopp tenía solo dos reglas: nadie se va con hambre y no se tira la comida.
“Oscar habrá pasado tanta necesidad que si un cliente se quedaba con hambre se daba cuenta. Venía, agarraba un pedazo de asado y le daba. El tipo no se podía ir con hambre, nadie se podía ir con hambre del lugar. Eso hizo grande a Oscar”, reveló, emocionado, Sergio.
“Si vos pedías y te sobraba una costilla pero no querías llevarlo, se ponía en un recipiente. Al otro día, la gente ya sabía que en cierto horario se regalaba. No se tira la comida acá. La última vez sobraron kilos de locro. Agarraron (los dueños) la camioneta y lo repartieron en la villa”, completó.
El récord, la familia, los turistas y los famosos
Los Talas del Entrerriano no es solo una parrilla de barrio. Es una de las pocas que pueden jactarse de tener un récord de ventas de más de 400 lechones en un día, cocinar 2500 litros de locro un feriado y recibir a 30 turistas chinos que viajaron hasta José León Suárez para vivir la experiencia de un asado 100% argentino.
Conforme pasaron los años, el boca a boca lo convirtió en leyenda a tal punto de ver pasar a famosos como Chiche Gelblung, los hermanos Luisana y Darío Lopilato, Diego Brancatelli y Nicolás Wiñazki en su gran salón. “Una vuelta pasó Duhalde cuando se postulaba para gobernador y se llevó 30 choripanes, fue terrible”, comentó Sergio entre risas.
Los días pasaban, los comensales entraban y salían y detrás de la parrilla siempre estaba Oscar Bopp, quien siguió atendiendo como siempre lo hizo incluso hasta sus últimos días. Sus empleados lo recuerdan tras la barra, cortando limones y carne, buscando porciones para regalarles a sus clientes habituales y acomodando las brasas para que el fuego dure todo el día.
El fuego se apagó pero la brasa seguirá encendida
La historia de Ruiz y Bopp data de 1996. Cuando Sergio se acercó para trabajar en la zona de parrillas, Oscar lo adoptó como si fuera un hijo. “Me enseñó todo. A ser honesto, a trabajar, a ser buena persona. Me siento muy agradecido”, afirmó en diálogo con este medio.
Pero en paralelo y a la par, sus hijos y nietos movían cielo y tierra para hacer crecer el sueño. Hoy, Raúl (hijo) y Tamara (nieta) tomaron las riendas del negocio y con mucha dificultad al hablar, recuerdan a su querido “entrerriano” con una sonrisa.
Las dificultades de la pandemia y el cierre al público por un año entero entristecieron a Oscar. “Él mismo te decía que no le gustaba ver el lugar sin gente. Cuando retomamos la atención en el salón cambió la cosa. Siempre fue de charlar con los clientes, era una persona muy sociable con tremendo corazón”, lo recordó su nieta al hablar con LA NACIÓN.
Pero un domingo a la noche se despidió y le dijo adiós a su parrilla, a su familia y a sus comensales. Oscar “el entrerriano” Bopp murió a los 76 años y el pasado jueves 5 de agosto, por primera vez desde hacía 36 años, Los Talas abrió sin su querido fundador detrás de la barra. Los clientes lo recuerdan con una sonrisa y la familia lo tiene más presente que nunca. Sin embargo, al asado de todos los domingos le va a costar acostumbrarse a su ausencia.
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