Oscar Fernández: "No tengo nada que ver con la frivolidad; al contrario, soy una brasa caliente"
"Mañana es mejor", dice el tatuaje en su antebrazo derecho. Pero hoy Oscar Fernández no está nada mal. Se mueve inquieto y bien dispuesto, en los límites de su dos ambientes de Palermo, mientras aclara que no todos sus tesoros están a la vista, que tiene otros tantos vinilos por ahí, quién sabe bien dónde, y que su gusto por el arte supera las gráficas enmarcadas en las paredes del living: Bowie, Cerati, Warhol.
De botas rojas deportivas y remera con estampa de leones, pone a sonar una chanson francesa y femenina, evoca las historias de Jane Birkin y Serge Gainsbourg, y sirve un Campari con naranja, este lunes, a la hora del vermouth. El departamento donde vive el dueño de Roho, la peluquería que nació promediando los 90 en Caballito y creció hasta convertirse en centro de la moda y el rock, huele a palo santo y está extrañamente ordenado. Él lo dice: lleva tres años ahí, "como de paso", después de separarse de la madre de sus hijos, Aitor y Rona, dos adolescentes. Pero la verdad es que no pasa, se queda. Y para la ocasión -estas fotos, esta conversación- ordenó tanto que quedan en evidencia sutiles detalles, como la etiqueta del local vintage que cuelga de un extremo del mantel de hule, extendido sobre la mesa.
Osqui -"Roho me dicen solamente los que no me conocen"-, amigo y manos de tijera de rockeros, es un esteta: le rinde culto a la belleza. Se siente víctima de una cantidad de imágenes de diversas fuentes que lo atacan en la vigilia y en el sueño, confiesa abrumado. Cree que así como propone un corte de pelo o diseña la imagen integral de una banda para una gira (lo hizo en Me verás volver, el regreso de Soda Stereo, por ejemplo), podría ser director de cine o diseñador de moda. Tiene una gran avidez por referirse a lo que es hermoso y se enoja mucho -muchísimo- cuando cerca suyo se pronuncia la palabra frivolidad.
¿Quién se lo imagina corriendo detrás de una pelota, transpirado, gritando un gol? ¿A él, que tiene vistos más desfiles que partidos? No hay disimulo en eso. Pero en un rato, aunque la noche esté húmeda e invite a quedarse, irá a jugar un partido de fútbol con quienes fueron sus compañeros de primaria y secundaria en el colegio San Pedro Apóstol de Villa Devoto.
-¿Qué lazo te queda con tu barrio de la infancia?
-Mi madre, que vive ahí. Generalmente voy todos los domingos a visitarla. Tomé conciencia de que ya está grande y tengo ganas de estar un poquito más con ella, comer unas ravioladas o un asado, llevarla a dar una vuelta. Atrapado por la vorágine de todos los días, uno descuida a veces afectos tan carnales como el amor de la mamá. Si los niños pueden vienen conmigo [se refiere a sus hijos], mucho mejor.
-¿Recordás una niñez feliz en Devoto?
-No sé cuán feliz. Rara. Bastante rara. Dispersa. Con mis padres separados, viviendo con mi mamá, mi hermana y mi abuela, pero la mamá de mi papá, no de mi mamá, eh. Alocada. Y bastante independiente en un punto, porque mi mamá trabajaba, con lo cual no estaba y yo hacía uso de esa libertad en exceso. Me crié con mucha calle. No me atrevo a decir que tuve una infancia inmensamente feliz, ni todo lo contrario. Había momentos increíbles y otros... El verano era durísimo, patear el asfalto caliente, sin salir de vacaciones, con esas siestas inhumanas. Mi madre me anotaba en los clubes del barrio para ir a la pileta y yo siempre me sentí sapo de otro pozo en todos lados. Siempre fui el distinto, todo me aburría, estaba surfeando en cuestiones que no tenían nada que ver con lo cotidiano, lo normal. Como un deforme.
-¿Qué te hacía tan raro?
-Tener esa atracción por la imagen, por la moda, que un chico más común no tiene. Generaba incomodidad en el otro todo el tiempo. Llamaba la atención que tuviera una búsqueda por la belleza. Por eso hoy puedo dirigir un videoclip, diseñar ropa o cortar el pelo. Todo lo que tenga que ver con la imagen es lo que me conmueve y sale fácil. Mi mamá me compraba un jean y yo lo rompía todo. Un día llegó y había grafiteado todo el cuarto con aerosol...
-Hoy no parece tan loco lo que decís?
-No, de hecho, de todo ese grupo del colegio soy uno de los más tranquilos, el que está contento con su trabajo, al que le fue bien. No apostaban mucho por mí. Las madres de mis compañeros pensaban: "No sé si te tendrías que juntar con Oscar". El tiempo me puso en otro lugar. Yo quería hacer mi revolución. A la vuelta de mi casa había un chico que tocaba la batería, tendríamos 8 o 10 años, y escuchábamos Spinetta mientras los otros hablaban de Boca, River, Racing; todo era fútbol, bici y escondidas, y yo tenía el balero en otro mambo. Por ejemplo, en cuarto grado era fan de Titanes en el Ring, pero del lado glam del programa, de ese laburo de imagen que tenía, y me volvía loco. Iba a Canal 11 y flasheaba. En el barrio me parecía todo aburrido y mediocre, un bajón. Después quise estudiar psicología y falleció mi viejo y... nada.
-¿Con tu viejo cómo era?
-No era. No tenía relación con él. Estuvo muy ausente toda mi vida, con lo cual no tengo ni siquiera... No lo recuerdo. Tuve que inventarme todas las cuestiones. De hecho, empecé a hacer terapia cuando la mamá de mis hijos quedó embarazada. ¿Qué hago? ¿Cómo se hace? Y ya nunca me dieron el alta [Se ríe.] Mi viejo tenía una fábrica metalúrgica de la que, en teoría, cuando falleció, yo tenía que hacerme cargo. Fui dos meses y, literalmente, volvía todos los días llorando. El aceite, la viruta, el ruido, las máquinas. "No lo soporto, no voy a poder, lo más honesto que te puedo decir, mamá, es que la pongamos en venta y yo te ayudo, voy a trabajar, pero así no puedo." Tenía 18 años. Estaba en el CBC y dejé.
-Y ahí dijiste: "Mamá, voy a ser peluquero".
-No tenía claro nada, no sabía que se podía hacer otra cosa más que abogado, médico, dentista... Psicología era lo más loco que había encontrado. No sabía que te podías ganar la vida como director de cine, diseñador gráfico... Hubiera sido cualquiera de todas esas cosas si hubiera estado más asesorado.
-¿Qué relación puede haber entre la psicología y la peluquería?
-A veces somos muy contenedores con la gente. Cuando tenemos las reuniones de arte con los chicos que trabajan en Roho, hablamos de que uno tiene que entender lo que las personas están queriendo decir con los estados emocionales que traen. Se peleó con el novio, va a la peluquería y no sabe qué quiere; tiene una angustia masiva. ¡Hagas lo que hagas no le va a gustar! Anoticiala que si le cortás ese flequillo que te pide va a ver a otra persona en el espejo. Escuchala. Con amor, buena voluntad y ganas podés embellecerla y regalarle una brillantina para el corazón. Hay que estar preparados, a veces traen una pulsión fanática, hay cada loco que... Sí, tiene que ver. Yo soy de hacer cambios, modificar cuestiones opuestas. Convenzo mucho a la gente con la palabra, con convicción, con carisma. Eso me parece que necesita también un psicólogo para ayudar a su paciente. Más allá de lo teórico, uno embellece por afuera y otro por adentro.
-De ese sillón de peluquero salieron muchas amistades.
-Muchísimas. A la mayoría de mis amigos actuales los conocí trabajando. Las mismas ambiciones te conectan. Las ambiciones estéticas ya te conectan, y cuando también viene una cosa filosófica que te enreda con la otra persona, terminás haciendo la portada de un disco o un videoclip.
-¿De quién hablás?
-De Gus (Cerati), de Emmanuel (Horvilleur), de Dante (Spinetta), de todos con los que trabajé. No se puede parar: hacemos esto y después lo otro, y ahora nos vamos de viaje y venimos. Es súper placentero. Vas a trabajar con amigos, es lúdico, es divertido. Una amistad que se alimenta con la felicidad del trabajo realizado. Hoy me veo diseñando ropa con Dante Spinetta (tienen una colección cápsula para Garcon García) y es tan disfrutable, como una bendición. Me hubiera gustado haber hecho un trayecto más corto para llegar a hoy.
-¿Qué tienen los rockeros en la cabeza?
-Los que yo conozco, o los que a mí me gustan, tienen mucho swing. Mucha belleza para dar. Ahora, por ejemplo, estoy muy enojado con el rock argentino, no paro de discutir, y peleo y peleo. Me parece que hay mediocridad en lo que se está haciendo a nivel espectáculo, sobre todo con la música. Me parece que hubo un empobrecimiento cultural muy fuerte estos últimos años. Cromagnon fue una bisagra; de un día para otro, en Buenos Aires no había más lugares para tocar, los pibes y las bandas nuevas se frustraban, la industria discográfica cambió un montón, nos agarró un momento de transición. Veníamos de los 90, crecimos con Los Brujos, Babasónicos, Illya Kuryaki; Cerati y Melero fueron los padrinos de esa explosión de belleza; había cosas nuevas, recontra modernas y divertidas. Y en 2000 no pasó nada. En 2010 no pasó nada. Ya estamos en 2015 y no se renueva. No sé, estoy muy enojado. No sé si es una cuestión política, si es porque con Internet se dejaron de comprar discos... No hay vanguardia en Buenos Aires. En los 80 y 90 las discotecas eran palacios de diversión, hoy pasan cumbia. "La mala música enferma la salud", decía Spinetta. (Se ríe otra vez.) ¡Qué gran frase! Por eso no voy nunca a un casamiento ni a cumpleaños de 15. El carnaval carioca me pone de mal humor; me enoja, fuerte. Lo padezco de verdad.
-¿Cuál fue la primera cabeza sónica que llegó a tus manos?
-Gastón Capurro, el bajista de Juana La Loca, hoy el padrino de mi hija. Nos conocimos en un show de Babasónicos. Yo tenía un espiral fucsia en la cabeza [lo dibuja con el índice a la altura de la nuca]; el me paró y me dijo: "Qué bueno, hago un videoclip la semana que viene y quiero hacerme el pelo naranja flúo". "Bueno, yo te lo hago, soy peluquero." Después vinieron Babasónicos, Cerati, toda esa familia musical que hizo una revolución estética y musical. Roho sale de ahí, de los 90; ellos tenían un lugar donde sentirse cómodos, que los entendieran. La música moviliza, siempre lo digo, el rock es el estado embrionario de la moda. ¿Era Kandinsky el que decía que era el arte madre?
-¿Vos le debés más al rock o a la moda?
-En partes iguales. No trabajé con artistas a quienes no les interesara la moda. No iba a poder hacer nada con ellos.
-¿Con Cerati es con quien llegaste más lejos?
-Con Gus hubo una relación muy fuerte, muy cercana, de mucha amistad, que no es diferente de la que tengo con Dante, por ejemplo. En un momento estábamos muy juntos. Con él hice la imagen de la gira de Soda. Éramos muy compinches. Hablábamos mucho, íbamos a ver bandas, de viaje. Cosas que tienen que ver con la diversión.
-¿Cuál era el secreto de su belleza?
-Gus era muy elegante. El único criterio de un acto era su elegancia. Siempre estaba impecable y estaba en todos los detalles: el audio, la puesta, el vestuario, el maquillaje... Como Bowie. Él era bello como persona, era muy buen amigo. No dejaba de ser una estrella de rock, con todo eso que tienen que padecer, y él bajaba, te escuchaba. Lo inteligente que era me soprendía; tenía mucha memoria. Hablaba de todo, sabía de todo. Era un libro.
-Era el arquitecto de la música, dijo Charly, el último día.
-Él diseñó su casa de Punta del Este. Cuando se fue a vivir a Chile, hizo Plan V con dos arquitectos. Es de arquitecto considerar los espacios donde moverte, el escenario, la puesta. Conmigo fue una persona tan hermosa... Y toda la admiración que yo le tenía como artista, porque a mí me parecía un animal. Creo que es el artista más completo que tuvo América: nadie canta como Gustavo, nadie toca como Gustavo, nadie compone como Gustavo. Por eso también es tan duro acostumbrarse a no poder contar con él. Yo todavía no lo puedo creer. Y no sé cuánto tiempo más... Creo que lo voy a extrañar eternamente. Cada uno lo recuerda como puede. Cada uno lo recuerda como quiere. Por ahí me preguntan: "¿No te da cosa escucharlo?" ¡No, lo quiero escuchar todos los días! ¡Lo quiero soñar!
-¿Qué es la frivolidad para vos?
-La frivolidad me chupa un huevo. Te tildan de frívolo porque te gusta la moda o por reparar en determinadas cuestiones que te hacen la vida más linda. Uno que se gasta un montón de plata en un pasaje para viajar a ver a River jugar la Copa del Mundo en Japón. ¿Quién es más frívolo? ¿De qué me están hablando? No sé qué es la frivolidad. ¿Tiene que ver con no sentir? Yo no tengo nada que ver entonces con la frivolidad, al contrario, soy una brasa caliente. Estoy en efervescencia todo el tiempo.
-Te enojaste.
-No, no. ¿Cómo era la pregunta? No vas a ser frívolo porque te conmueva la última colección de Marc Jacobs. No tiene que ver con eso, tiene que ver con otra cosa, con ser indiferente a la pobreza, al amigo que le falta, el que te pide una moneda en el semáforo y... no te cuesta nada, dale una. Eso es frivolidad. ¿Porque me pongo esta remera con leones soy frívolo? ¡Mirá la chomba que te compraste vos en el outlet! (Sigue la pelea con un rival imaginario.)
-Hablás mucho de la imagen, pero no es puro pelo. Citás a Wes Anderson, Kandinsky, Yves Saint Laurent.
-Sí, es un caos visual y a veces la paso remal. Quiero hacer más de lo que me da el tiempo, el cuerpo. Es muy tortuoso, las imágenes me matan. Me acuesto y se me ocurren ideas para una película, una colección de ropa. Digo: cierro Roho y abro una productora. Me pongo muy ansioso.
-Entonces, ¿de vos mismo qué decís que sos, peluquero?
-No. Soy un observador participante. Lo que me pidan lo puedo hacer. El vestuario de un concierto. La escenografía. Un videoclip. Diseñar. Todo eso puedo, me gusta, me sale. Se me cae solo. Roho me absorbió porque se convirtió en algo muy grande de lo que me tengo que ocupar y me lleva mucho tiempo. Hago la dirección creativa, las campañas, estoy en los salones, corto el pelo. Me ocupo del concepto, la estética, la música que suena en los locales. Y eso me lleva todo el día.
-Supongamos que es el último día de tu vida, ¿con qué imagen te querés quedar?
-La de mis hijos riéndose a carcajadas.
Bio
Edad: 42 años
Es peluquero, diseñador de moda, director creativo.
Hace veinte años creó una peluquería en pleno Caballito que creció como una usina estética alrededor de personajes del rock y la moda. Roho ahora también tiene su sede en Palermo. Oscar Fernández cortó con el afro de Andrés Calamaro; tiñó de blanco a Calu Rivero; peló a Natalia Lafourcade. Más allá del pelo, trabajó con Soda Stereo, Gustavo Cerati, Dante Spinetta, Julieta Venegas.
Padre de dos adolescentes: Aitor (17) y Rona (12), vive en Palermo... por ahora.
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