“Quiero ser tu mamá”: la conmovedora historia de la celadora que adoptó a un bebé abandonado
LA PLATA.- Cuando Silvia Ambrosio conoció a Nicolás trabajaba como celadora en la Casa del Niño. Ella tenía 32 años y cuidaba 30 niños sin hogar. El tenía 8 días de vida y había sido abandonado en el hospital Fiorito de Avellaneda.
Era un día de otoño, con sol, cuando el bebé llegó al instituto donde Silvia era celadora. Ese día se iluminó su vida. El entonces se llamaba Ernesto, no tenía apellido paterno, y aún tenía el cordón umbilical pegado a su ombligo. Pero no tenía una mamá que lo quisiera como hijo. Ella no dudo en ponerlo en su pecho y susurrarle al oído: "Quiero ser tu mamá".
Ella lo adoptó en su corazón antes de que la Justicia se lo otorgara en guarda por un año: cada día antes de empezar su trabajo, que consistía en bañar, vestir, y hasta cambiar pañales a decenas de niños, ella visitaba a ese bebé en la enfermería. Lo alzaba en sus brazos, lo acercaba a su pecho y lo miraba a los ojos. Le sonreía. Le daba el biberón y lo alimentaba con caricias.
A los 15 días se lo llevó a su casa. Aun recuerda que en esos primeros meses el bebé se debatió entre la vida y la muerte, a causa de una neumopatía. Silvia se dio cuenta de que las cosas no iban bien porque al tomar la mamadera al bebé se le iban los ojos para atrás. No podía respirar. Para salvar al bebé le armó una carpa de oxígeno en el baño. Le brindó cuidados intensivos dentro del hogar que formaba con su esposo, Rubén Grande, y lo sacó a flote.
Ahora Silvia tiene 70 años. Y Nicolás Grande, 37. Ella se jubiló como enfermera en la institución que se convirtió en el Hospital Interzonal Elina de la Serna Montes de Oca. El hoy trabaja allí, en el mismo lugar donde llegó a los 8 días de vida, cuando la institución era un instituto de guarda de menores abandonados. Realiza tareas de limpieza y mantenimiento del edificio reconvertido en hospital, centro de día y vacunatorio, que alberga a otros niños en situación de abandono y vulnerabilidad.
Nicolás conoce bien lo que sienten esos niños: pasó su infancia y parte de su adolescencia allí, mientras su mamá trabajaba como celadora, en compañía de otros pequeños que no tenían hogar. Niños que esperaban que un día apareciera un desconocido para llevarlos a empezar una nueva vida. Una vida en familia que a casi todos les era negada.
El siempre se sintió afortunado por tener una mamá y un papá adoptivos, por ir a la escuela, por tener una vida más allá del querido hospital. Este domingo, Nicolás y Silvia tienen un solo plan para festejar el día de la Madre: estar juntos. Los dos eligen celebrar el vínculo maternal -filial que se fortaleció a lo largo de casi cuatro décadas en la que eligieron ser una familia.
Amor y verdad
Nicolás supo desde su infancia que no había sido gestado en la panza de Silvia. El preguntó sobre su origen cuando tenía cuatro años y ella contestó con la verdad. "No estuviste en mi panza", le contó Silvia cuando aún era un pequeño. El naturalizó ese amor maternal que le brindó Silvia cuando eligió ser su mamá.
Más tarde varias veces durante su infancia Nicolás preguntó sobre la historia de su vida. Silvia respondió siempre con la verdad: nació en Avellaneda, tuvo por primer nombre Ernesto, y fue abandonado en el Hospital Fiorito. Ella lo adoptó dado que no podía tener hijos naturales y siempre amó a los niños. Le cambió el nombre porque entonces estaba permitido por la ley. Y porque lo eligió en honor a quien fue el papá de su esposo.
A lo dieciséis años, Silvia le ofreció a Nicolás ir a buscar a su mamá biológica en Avellaneda. Sumergirse juntos en el Gran Buenos Aires para intentar reencontrar a la mujer que lo llevó en su vientre. Puso a disposición al abogado que le hizo los trámites de adopción y al juez que intervino. Pero entonces él la eligió a ella. "No lo necesito", fue la respuesta.
Silvia entregó su vida por completo a cuidar a ese bebé que llegó a su vida en 1981. Aun recuerda con angustia el primer año, cuando el bebé le fue entregado en custodia provisoria. "Rezaba cada día para que no lo vengan a buscar", relata Silvia, delante de Nicolás.
El la mira. Habla poco, la escucha con calma. No la interrumpe, no la corrige, sólo la mira con agradecimiento. Por los primeros cuidados, por los abrazos, por los años de estudio en la escuela, por el amor al básquet y al bajo, por elegirlo.
Ella sonríe cada vez que lo mira. "Adoptarlo fue una experiencia hermosa. Fue lo más lindo que me pasó en la vida", sostiene Silvia. "Me entregué por completo para amarlo. Yo sabía que la vida de los niños en los institutos es dura. Y quise darle una buena vida", afirma.
Silvia siempre había tenido como principal sueño tener un hijo en casa. Ahora, ya retirada de la actividad mientras aún vive con Nicolás, tiene otro sueño. Ella lo relato en voz baja: "Que un diga venga mi hijo y me diga ‘Ma, vas a ser abuela’".
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