San Martín y la moda de 1848
Los últimos años de José de San Martín fueron en Francia y coincidieron con el desarrollo del daguerrotipo, es decir, de la fotografía en su forma más primitiva. Fue Mercedes Tomasa, la hija del Libertador, quien con mucho tesón y paciencia logró convencer a su padre para que posara ante el novedoso aparato.
La sesión fotográfica tuvo lugar en 1848, en París. San Martín tenía setenta años y poca paciencia. Por suerte, el tiempo de exposición se había reducido en forma considerable. Don José tuvo que mantenerse inmóvil durante cuarenta segundos. Es muy probable que haya sido aferrado a la silla, como solía hacerse con todos los modelos para que el daguerrotipo no saliera movido. La operación se repitió, ya que se hicieron dos tomas.
La diferencia entre ambas imágenes se percibe en la posición del brazo izquierdo. Mientras en uno de los daguerrotipos su brazo se esconde adentro del abrigo llamado levita, en el segundo se lo ve en el apoya-brazo de la silla. Es necesario aclarar que el daguerrotipo captaba la imagen como si el modelo estuviera viéndose frente a un espejo.
Esas son las únicas imágenes reales de San Martín. La primera, con el brazo al estilo Napoleón -a quien admiraba-, se conserva en el Museo Histórico Nacional, en Parque Lezama.
Sin dudas, la preferida de su hija fue aquella con ambos brazos a los costados, ya que hizo copias para enviar a los amigos que le reclamaban un retrato de su padre. Gracias a esas reproducciones, podemos conocer cómo se veía el Libertador en esa segunda toma, ya que el daguerrotipo original se ha extraviado.
¿Qué tenía puesto San Martín ese día? La levita, que ya mencionamos, se trataba de una prenda –con la cintura entallada y un largo faldón que llegaba hasta la mitad del muslo–, que fue destinada al uso cotidiano y casero en la década de 1840, luego de treinta años de protagonismo. No tenía los hoy habituales bolsillos a los costados, que se incorporarían en forma masiva en la década siguiente. Los botones desabrochados a la altura del pecho también responden a la moda de esos años, en espacios interiores. Al salir, se abrochaban todos, por prevención de la salud ante el frío.
Hablando de botones, observamos que el abrigo de San Martín cuenta con dos hileras, diferenciándose de los que tenían una sola fila y usaban los veteranos de los ejércitos imperiales.
Otro aspecto fundamental de la levita del prócer es el corte inglés, es decir, más ajustado y cómodo que holgado, según los diseños propuestos por los sastres de Londres. Aclaremos que el período al que hacemos referencia es denominado romanticismo.
¿De qué color era la levita de San Martín?
Al igual que todas las de la época romántica, eran oscuras. Las variedades iban del negro al marrón, pasando por el gris, también oscuro. Justamente, a la moda de este tiempo se la denominó "sombría" por la monotonía cromática. Debemos tener en cuenta el impacto industrial y la característica polución. Se convivía con el hollín y esto hacía que, sobre todo los hombres, descartaran la ropa clara para andar por la calle. En todo caso, podía usarse un chaleco beige, amarillo o crema, pero bien resguardado por el abrigo en los exteriores. Otros modelos, menos austeros, tenían cuello de terciopelo.
Un dato más: aún faltaban unos años para que comenzaran a colocarse hombreras en este tipo de abrigos.
En cuanto a las camisas, se usaban cuellos altos, postizos y almidonados, con la punta elevada que llegaba a tocar las mejillas. San Martín no es una excepción, sino todo lo contrario. Todos los llevaban de esa manera. Recién en la década de 1860, empezaron a apuntar hacia abajo, como las usamos hoy.
Alrededor del cuello vemos el lazo que podría ser de muselina o de seda. Si bien en las décadas previas se pusieron de moda los estampados, en el homogéneo romanticismo dominaron los lisos y, sobre todo, los oscuros. Más allá de eso, hay que reconocer que en los años finales del Libertador (moriría en 1850), en el vestuario masculino se impusieron los lazos, antecesores de las corbatas. Su colocación era simple: se daban varias vueltas al cuello y luego se hacía un nudo, sin demasiado arte. Con los años, el anudado fue perfeccionándose.
Una curiosidad: San Martín no exhibe un reloj cadena, algo que ya sería más habitual en los años venideros, no porque no existieran. De hecho, Belgrano tenía uno que le regalaron en 1815. Ocurre que en los años 40 no se lo veía como un accesorio a exhibir, como sí ocurrió a partir de que se le dio una mayor valoración al tiempo (principalmente, por la influencia cada vez mayor del ferrocarril y sus horarios estrictos).
La imagen no nos permite ver los pantalones. Solo podemos afirmar que no tenían raya porque la marca a partir del planchado surgió en la década de 1860. Tampoco vemos el sombrero que, por supuesto, usaba. En esa época, muy probablemente tenía galera.
Simple, sin llamar la atención ni desentonar. De acuerdo con los preceptos de la moda europea de mediados de siglo, San Martín cumplía con los requisitos del célebre postulado de Honoré de Balzac en su Tratado de la vida elegante, escrito en 1830: "El atuendo no debe ser jamás un lujo".
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