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Los chicos entran el primer día a la casa de retiros desorientados. Algunos confiesan en voz baja que no tienen del todo claro qué hacen ahí ni qué es lo que fueron a buscar. En total, son cerca de 40, tienen entre 16 y 18 años y vienen de entornos diversos: desde colegios bilingües en zona norte hasta escuelas ubicadas en barrios vulnerables del interior del país. Durante los tres días del programa, no hay muchas consignas, pero sí una recomendación: dejar sus celulares, poner en pausa sus rutinas y obligaciones, y conectar con la experiencia.
¿Cuál es el resultado? A los coordinadores de ConTribuIr les cuesta ponerlo en palabras. Son los mismos chicos quienes, antes de volver a sus casas, lo explican mejor. “Me di cuenta de la cantidad de gente que, como yo, se siente sola, que no soy el único”, dice al micrófono, emocionado, un adolescente de una escuela de Rosario. “Tenemos una rutina tan intensa que no logramos conectarnos con nosotros mismos ni con el otro. Acá pudimos frenar, respirar, conectar con nuestra humanidad”, sigue una alumna de último año de un colegio privado de San Isidro. “Nos sentimos un poco encerrados, y eso nos abruma. En estos tres días, fuimos escuchados, abrazados. Sentimos que eso era lo que nos estaba faltando”, suma otro estudiante.
El impacto de la experiencia, que se repite de edición en edición, no radica ni en el contenido de los seminarios ni en las actividades que los chicos hacen durante el retiro, dice Joaquín Vilar del Valle, uno de sus fundadores. “No es que les damos una masterclass de algo. Simplemente les ofrecemos tiempo y espacio, que es lo que desde hace tiempo vemos que los jóvenes necesitan: ese tiempo y ese espacio que en su día a día no tienen o no eligen tener, y que, creo, es en gran parte lo que vienen a buscar. Durante los tres días que dura el retiro, les damos un lugar seguro para que puedan parar, conectar, hacerse preguntas”, explica el licenciado en Educación, de 30 años.
Ankyra, el proyecto de desarrollo humano detrás del retiro ConTribuIr, surgió después de la pandemia. Sus creadores dicen que nació a partir de una herida: para entonces, los datos de salud mental adolescente ya marcaban estadísticas poco alentadoras, sobre todo altos niveles de depresión, ansiedad y soledad entre los más chicos. El proyecto también nació de un sueño compartido: hacer algo al respecto.

Durante esta experiencia inmersiva, que definen como una “incubadora de rehumanización y reconexión”, invitan a los participantes, decenas de adolescentes que vienen acompañados por docentes o preceptores de sus escuelas, a reconectarse con cuatro aspectos: con ellos mismos, con los demás, con el mundo y con su sentido de trascendencia.
Este año, la iniciativa, que ya va por su tercera edición, fue seleccionada para ser presentada en Estocolmo durante la cumbre IDG, un evento global organizado por la Inner Development Goals, una iniciativa sin fines de lucro que busca promover el desarrollo humano en todo el mundo. Tras la presentación del proyecto, la audiencia entera del teatro sueco donde se desarrolló el encuentro se puso de pie y los ovacionó durante varios minutos.
Dentro del país, ConTribuIr también va ganando apoyo. La iniciativa, por la que han pasado más de 200 chicos en los últimos dos años, está comenzando a crecer en escala: sus fundadores están por firmar contratos con dos intendencias de Buenos Aires para ofrecer este retiro a los estudiantes de sus escuelas de gestión municipal.
“Nosotros siempre decimos que no somos productores de resultados. Simplemente nos ponemos a disposición, preparamos la tierra para que los chicos hagan su propio camino”, dice Camila Caballero, abogada, de 30 años, y cofundadora, junto a Vilar del Valle y a Juliana Simonetta, de Ankyra.

Los tres fundadores se conocieron hace más de una década en el grupo católico Santa María de la Estrella (Stame), en San Isidro. Antes de comenzar con el proyecto que hoy los une, habían organizado juntos retiros espirituales para coordinadores de su parroquia. Pero a la hora de crear Ankyra, decidieron no darle un enfoque religioso.
“Fue algo que hablamos mucho -detalla Vilar del Valle- Los tres veíamos que mucha gente nunca se iba a acercar a la Iglesia y que no había muchos espacios de desarrollo interior fuera el ámbito religioso. Y, al mismo tiempo, veíamos mucha sed por este tipo de experiencias para conectar en los chicos que no son de una parroquia. Entonces, dijimos: ‘¿Por qué no hacemos que pueda venir tanto un chico judío, como un musulmán, como un ateo o un católico, y que cada uno conecte con él mismo, con el otro y con su propio sentido de trascendencia?’”.
El arco de transformación que atraviesan los chicos que participan del retiro es ineludible, sostienen los organizadores. Muchos de los adolescentes que el primer día entran tímidos, esa misma noche, contra todo pronóstico inicial, se animan a cantar a voz viva y a bailar clásicos nacionales a la luz de un fogón. Ya para cuando llega la tarde del día dos, varios se sorprenden al encontrarse a sí mismos emocionados hasta las lágrimas, abrazados a compañeros de clase y a personas que 24 horas antes eran meros desconocidos. “Sabía que iba a llorar, pero no imaginé que tanto”, dice, entre risas, tras una dinámica grupal, una adolescente de una escuela santafesina, que vino al ConTribuIr junto a una decena de compañeros de clase y un docente.

Durante el retiro hay charlas de distintos profesionales, que son optativas. También hay momentos de silencio e introspección, donde se invita a los chicos a instalarse en algún lugar del parque y contestar preguntas de sus cuadernillos. Hay actividades que se hacen de a dos y otras que se hacen de a grupos, donde se busca mezclar a los participantes para que conozcan nuevas personas y realidades.
En Contribuir, detallan sus fundadores, se centran en no ver a los adolescentes como un problema a solucionar, sino como chicos a los que hay que dar voz y acompañar en su proceso de reconexión con ellos mismos, los demás, el planeta y el sentido de trascendencia.
“Creo que lo que muchas veces pasa en el mundo adulto es que seguimos hablando de la adolescencia sin hablar con los adolescentes, sin ver qué tienen ellos para decir”, sintetiza Caballero.

Y, cuando los adolescentes hablan, ¿Qué dicen? Mía, de 17 años, participó de una edición de ConTribuIr en marzo pasado, junto a varios compañeros de su colegio, ubicado en Virreyes. “Siento que los adolescentes no somos escuchados. En esa búsqueda de identidad y de propósito, que todos de alguna manera tenemos, muchos no sabemos bien qué hacer y terminamos ahogándonos en los problemas o ocultándolos con el celular u otras cosas”, dice la adolescente, quien destaca que el retiro le ayudó a cambiar su manera de relacionarse con ella misma. “Realmente generó un cambio en mí. Me sirvió tener momentos de introspección, poner sentimientos en palabras y aceptarme un poco más, con lo bueno y lo malo”, cuenta.
Los chicos muchas veces comparten las mismas preocupaciones o necesidades, más allá del contexto del que vengan. Vilar del Valle lo nota. “Varias de los chicos nos dicen: ‘Me siento abrumado’ y, en general, lo que veo acá y vi también cuando fui profesor, es que los chicos se sienten abrumados y frente a eso uno quiere escapar. Hoy con los celulares es muy fácil y rápido escapar. La razón principal de la duración del retiro es la filosofía de sostener la tensión y la emoción sin buscar una respuesta o escape inmediato. Pero eso lleva tiempo y creo que al mundo de hoy le falta tiempo”, destaca, y sostiene que el impacto que las diferentes ediciones de este retiro van teniendo en los chicos le genera esperanza.
Muchas veces estos impactos lo sorprenden. Hay una experiencia que atesora con especial cariño. Tuvo lugar durante la primera edición de ConTribuIr, en la que participaron, entre varias decenas de adolescentes, 10 chicos de una escuela ubicada en una zona vulnerable de Rosario.

“Llegaron el primer día y estaban con el celular todo el tiempo en la mano y con los auriculares puestos, ni deben haber escuchado el contenido de las charlas. Cualquier persona que los mirara habría pensado que no estaban viviendo nada del retiro. Pero cuando se fueron, el tercer día, me llamó la directora de su colegio, que había estado en el retiro con ellos, y me dijo: ‘Joaco, los chicos me dijeron que nunca nadie los había mirado así’. Ahí entendí que es a eso a lo que nos dedicamos: a mirar a la gente con ternura, mirarlos por lo que son y no por lo que deberían estar haciendo o cumpliendo, sino simplemente con la verdad que tienen hoy”, cuenta.
Contribuir utiliza como marco teórico la Guía de Desarrollo Interior para un Crecimiento Personal Duradero y un Progreso Colectivo, un manual creado por un grupo de académicos suecos que tiene por objetivo complementar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas de cara a 2030. La guía abarca cinco dimensiones: ser, pensar, relacionarse, colaborar y actuar.
El retiro es solo la primera parte de la experiencia, lo que los coordinadores llaman “la incubación”. Luego siguen encuentros presenciales y virtuales para seguir acompañando el proceso de los chicos, en algunos casos, incluso ayudándolos a desarrollar sus propios proyectos. Un caso es el de un grupo de estudiantes del colegio María de Guadalupe, de General Pacheco, quienes tras hacer el retiro decidieron empezar dentro de su colegio un taller de liderazgo para los estudiantes de años más bajos, y contaron con el apoyo de voluntarios de Ankyra.

Hasta ellos, coordinadores, fundadores y voluntarios —un equipo formado por decenas de veinteañeros y treintañeros— están sorprendidos por el impacto que comienzan a ver en los chicos cuando logran desconectarse para conectar.
“Lo que nosotros vemos es que muchos adolescentes no están tan acostumbrados a que se les escuche. Por eso al principio les cuesta abrirse. Muchas veces ni siquiera ellos creen que su voz importa”, dice Simonetta. Ella resume el objetivo de su propuesta de manera simple, pero profunda: “Se busca que la gente se sienta valiosa y amada. Cuando te considerás valioso, cuando sabés que tu vida vale, tu mirada cambia. Creo que esa es la transformación más grande que se da en los chicos. Y no nos la atribuyo a nosotros, su humanidad es algo con lo que ellos nacen. Creo que lo que se da acá es simplemente una reconexión con su humanidad”.




