
Uno de los pueblos por rematar a fin de mes es sitio histórico
San José fue una reducción jesuítica
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SAN JOSE DE BOQUERON.- En 1735, los jesuitas que bajaban del Perú levantaron en estas tierras una reducción con una iglesia y un pozo de agua. Los indios, a fuerza de machete, tallaron una imagen de San José en quebracho colorado que dicen tenía un sombrero de oro. Bautizaron el lugar San José de las Petacas. Los restos de esa reducción están entre las 10.000 hectáreas de monte santiagueño que serán rematadas el 30 de junio, para pagar a los acreedores del quebrado Banco Platense.
Los jesuitas trabajaron allí hasta que fueron expulsados, en 1767. Y cuenta la leyenda local que acumularon algunas riquezas, como oro y joyas. Antes de ser expulsados ordenaron a los indios que se deshicieran de los objetos de valor y los arrojaran al pozo de agua. Así, hoy en día hay algunos pobladores que hacen excavaciones buscando ese oro del 1700.
Internándose cuatro kilómetros en el monte, desde el ripio, se advierte que de la vieja iglesia jesuítica sólo quedan algunas vigas de quebracho y tirantes. Allí, en ese lugar declarado sitio histórico, se alza un monolito. Hace 30 años volvió un jesuita, el padre Juan Carlos Constable, párroco de la nueva iglesia y el único que tiene un medio de comunicación, un teléfono celular conectado a una antena de más de 10 metros que le permite conectarse con el resto del mundo. El único teléfono público está a 20 kilómetros y no funciona.
Los 2500 campesinos de San José de Boquerón y otros cinco poblados que serán subastados están preocupados. "El monte esconde muchas cosas, debería quedarse una semana para ver", recomienda César Orellana, vecino que como todos se dedican a la cría de chivas para su subsistencia. La historia de estas propiedades se remonta a 1777, cuando se vendieron al sargento mayor Juan Cuellar, sus descendientes en 1910 la vendieron a Alfredo González Moyano y a Pedro Avila, hasta que quedó en manos de Camilo Vidal, el propietario que figura en el catastro provincial.
Lo cierto es que el grupo de Curi, un fuerte empresario local dedicado a la realización de obras públicas durante el juarismo, declaro ser poseedor de las tierras y cedió su título de propiedad al Banco Platense, del que era uno de sus principales accionistas. Pero el banco, del que también fue dueño el diputado José Figueroa, se fue a la quiebra.
Novecientos acreedores, muchos de ellos despedidos de YPF y Gas del Estado en la época de las privatizaciones, quieren recuperar las indemnizaciones que depositaron allí.
César Orellana, de más de 60, con la cara angulosa y renegrido peinado hacia atrás, entiende esto, pero también sabe que "la tierra es algo muy importante para el futuro de los hijos". Lo dice y se seca las lágrimas con las uñas renegridas de trabajar en el monte. Sus hijas Marta Graciela y Bety se fueron a Buenos Aires por falta de trabajo. El se dedica a sembrar maíz en un sector que desmontó. Los campesinos ven el inminente remate como una presión judicial y no pueden creer que su futuro se decidirá en una sala de subastas situada a más de mil kilómetros, en la lejana e inimaginable La Plata, donde está radicado el expediente por la quiebra.
"En 1900 los reclamos de propiedad eran por el quebrado, en los 90 por la especulación inmobiliaria, donde entregaban títulos en garantía de préstamos que nunca se pagaban y así los campos, sin valor, iban a remate. Ahora es por la soja, porque desmontando se pueden cultivar semillas adaptadas a estos suelos, pero nunca hay una política para regularizar los títulos", se queja el abogado Pablo Murature, de la Asociación Civil El Ceibal, que colabora con los campesinos. En la ruta desde Santiago del Estero se ve esta realidad, con grandes campos sojeros que, dicen, pertenecen a políticos de provincias vecinas.
La tierra entre arenosa y arcillosa, algo rojiza, ensucia los pies de Daniela, de 13 años, de cabello renegrido, y de Victoria, de 7, rubia y pecosa. Sus padres están en una reunión de campesinos para reunir documentación que pruebe que ellos están afincados allí hace décadas y evitar que los desalojen. Las chicas sólo conocen esta tierra, ni siquiera el centro de Santiago del Estero, donde, en la peatonal, dos payasos tristes pintados como Piñón Fijo hacen animales con globos, para los más chiquitos.
Intentarán probar que son los dueños
SAN JOSE DEL BOQUERON.- Una de las características de estos poblados es que además de realizar actividades rurales cerca de sus ranchos, los campesinos desarrollan tareas comunitarias. Por eso los procesos para pedir que sean reconocidos como propietarios no sólo se realizan a título personal, sino a nombre de las familias que ocupan determinada área.
Tal es el caso de Juan Ricardo de Palma, tímido y muy callado, que vive cerca de aquí en unas pocas hectáreas. El paraje que habita está formado por cuatro casas: en una de ellas vive Berena, su madre viuda, y en las otras tres los hijos, Humberto, Rosa y el propio Juan Ricardo.
Ellos se dedican a la cría de ovinos, caprinos y cerdos. El trabaja en la época de la caña de azúcar en Tucumán y el resto del año hace postes, a fuerza de hacha y machete, que vende a cinco pesos cada uno. Son utilizados para alambrar.
Paralizado por el temor, Juan Ricardo saca de su bolsa tejida a mano unas fotocopias. "¿Usted cree que esto me sirve para poder probar que yo ya estaba acá?", pregunta. Y exhibe documentos que acreditan que pidió hace décadas a las Dirección de Colonización que le asignara las tierras que ocupa. Se los entrega al defensor del Pueblo, Darío Alarcón, que pasado mañana hará una presentación para intentar paralizar el remate y luego iniciará trámites para regularizar la posesión de los campos.
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