Una idea vaga que terminó cambiando el mundo
Hoy se cumplen 25 desde que Tim Berners-Lee presentó en sociedad su invento. Lo llamó World Wide Web, pero hoy lo conocemos como Web a secas
Se dice que el éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano. En el caso de la Web, posiblemente el mayor éxito en varios siglos (suena exagerado, enseguida verán que no es así), el padre es uno solo, el británico Tim Berners-Lee. Eso sí, tiene muchas fechas de nacimiento.
Habrán visto que cada tanto celebramos sus 20 o sus 25 años. No es gratuito. Ni falso. Se suma a esto los que confunden la Web con Internet, que son legión, y entonces se le añaden a la primera natalicios espurios y a la segunda, honores inmerecidos. Todavía un poquito peor, porque la ignorancia es un abismo insondable, están los que mezclan Arpanet con Internet y la Web, y consiguen un guiso indigesto.
Pero sí, la Web nació varias veces. O en etapas. Dada su escala casi mítica, no tiene nada de extraño que el alumbramiento demandara más de una década. Trabajando para la Organización Europea de Investigación Nuclear (CERN, por su nombre original, Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire), Berners-Lee hizo la propuesta original de la Web el 12 de mayo de 1989 (hace 27 años), basada en un software que había diseñado en 1980 (36 años atrás). Publicó un boceto más concreto en noviembre de 1990 (serán 26 años dentro de 4 meses), y el primer sitio Web, alojado en la computadora de Berners-Lee, salió a la Red el 20 de diciembre de ese año. El 10 de enero de 1991, la propuesta se había convertido en algo útil que empezó a circular dentro del CERN; incluía el software servidor, el editor y el navegador.
El 6 de agosto de 1991 (hace hoy 25 años), Berners-Lee compartió con el mundo su propuesta, mediante un post que publicó en varios grupos de Usenet (un servicio muy antiguo de la Red tanto, que había nacido 3 años antes de Internet, en 1980). En su vasta biografía, se considera el 6 de agosto de 1991 como la presentación en sociedad del titán, por entonces todavía en pañales. En 1993 surgiría el primer navegador capaz de reproducir gráficos junto con el texto, llamado Mosaic, impulsor inicial de la popularidad de la Web, y ese mismo año, el 30 de abril, se formalizaría el traspaso del servicio al dominio público (es decir, 23 años y tres meses atrás) cuando el CERN publicó el código fuente de la criatura de Berners-Lee.
Luego de este nacimiento legendario, la Web pasó de un solo servidor a los más de 1000 millones que hoy habitan la telaraña de hipervínculos. De aquella página modesta y primigenia alojada en la Next de Berners-Lee, pasamos a unas 60 trillones en la actualidad. Cifras de 18 ceros son tan incomprensibles que es menester un ejercicio de imaginación para darle perspectiva. Si cada página Web fuese una estrella, habría suficientes para hacer 600 millones de galaxias como la Vía Láctea. Y si fueran personas paradas una detrás de otra, la fila daría 450 millones de vueltas a la Tierra por el Ecuador. Considerando la población actual de nuestro planeta, se necesitarían 8500 millones de Tierras para alojar a 60 trillones de seres humanos.
Tal es el tamaño del invento que Berners-Lee dio a conocer hace hoy exactamente 25 años.
Pese a todo, la Web sigue siendo una gran desconocida. Para muchos, es sinónimo de Internet, lo que equivale a confundir el sistema de rutas y autopistas con un servicio de micros de larga distancia. La Web vendría ser, por lejos, el servicio de micros de larga distancia más popular de la historia, y tal vez por eso muchos se confunden. Pero Internet y la Web son dos cosas muy diferentes. Dicho sea de paso, la analogía con las rutas y autopistas es sólo a los fines de estos párrafos; en el mundo real, es mala idea pensar en la Red como un sistema vial, como ya dije en otro lado.
Simplificando mucho (pero mucho), Internet es una tecnología desarrollada por Vinton Cerf y Bob Kahn en la década del ‘70 para conectar redes entre sí; no conecta hosts –computadoras–, como lo hacía su antecesora, Arpanet, sino redes. Sus protocolos básicos se llaman IP (Internet Protocol) y TCP (Transfer Control Protocol), y de ahí derivan otras siglas que son sinónimo de la red de redes: TCP/IP.
Ahora bien, para que las redes (y, en última instancia, las computadoras conectadas a esas redes) puedan hacer algo más que estar listas para enviar paquetes de datos es menester implementar servicios. El correo electrónico, por ejemplo, fue uno de los primeros; en rigor, nació en la época de Arpanet, en 1971, y luego se lo adaptó a Internet. El e-mail utiliza los protocolos SMTP y POP3 (o IMAP), además, claro de TCP e IP. Otros servicios antiguos, nacidos en la era de Arpanet, son FTP (1971) y Telnet (1973).
Pues bien, la Web es simplemente otro de esos servicios que hacen que Internet sirva para algo. Las siglas de sus protocolos son quizás las únicas bien conocidas: HTTP (Hypertext Transfer Protocol) y HTTPS (HTTP Secure).
En los ‘90, la idea de una aplicación universal donde podríamos hacer todo, desde escribir hasta chatear, sonaba absurda. De cierta forma lo era. Faltaba todavía músculo, memoria y mejores estándares. Un cuarto de siglo después, la Web va camino de transformarse en esa aplicación universal. Mediante sus páginas tenemos el correo electrónico, oímos radio y música, vemos noticias, películas, series, videos y la tele, usamos mapas, buscamos empleo, pareja o amigos, accedemos a la increíble Wikipedia, compramos y vendemos y, por supuesto, escribimos textos, llevamos planillas de cálculo, editamos fotos, y la lista podría seguir durante horas. Increíble como pueda sonar, el jefe de Berners-Lee en el CERN, Mike Sendall, anotó en las páginas de la primera propuesta de la Web las siguientes palabras: “Vago, pero interesante”. Tenía razón. No existía, ni podría existir, una descripción que abarcara todo lo que la Web podía hacer.
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