Desde el aeropuerto de la capital cordobesa y luego de retirar el auto de alquiler, nos dirigimos rumbo al sur por la RP5. A pesar de no resultarme muy atractiva la entrada a la ciudad, quedé impresionada al llegar a la Plaza Central. El imponente Museo de la Estancia Jesuítica, la iglesia y el tajamar ?el dique más antiguo que se conserva en la provincia? le dan a este enclave un misticismo encantador. Las epopeyas se mezclan, las líneas del tiempo se entretejen y personajes como el Che Guevara, el Virrey Liniers, Juan Manuel de Falla y los jesuitas le dan sentido a la historia.
En 1612, Alonso Nieto de Herrera bautizó esta estancia con el nombre de Alta Gracia, en honor a la Virgen que se veneraba en su pueblo natal en España. No cabe duda de que una fuerte impronta religiosa sustenta la memoria de esta ciudad: de la adoración indígena al Sol y la Luna, a la evangelización y a la actual milagrosa gruta de la Virgen de Lourdes.
En la estancia secular de los jesuitas, visitamos el Museo Casa Virrey Liniers, complejo declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en diciembre de 2000. También recorrimos el tajamar y luego de visitar las ruinas de lo que una vez fue el Hotel Casino Sierra, llegamos a la Casa del "Che". Allí, en esa antigua casa del personal jerárquico del ferrocarril y cuidado por su niñera, Doña Rosario López González, actual habitante de la ciudad, vivió este enigmático personaje desde los cinco a los dieciséis años. El Museo, inaugurado hace cuatro años atrás, que viene de festejar el aniversario del nacimiento del Che a todo trapo, da cuenta de su niñez por medio de réplicas y documentación fotográfica.
Al mediodía almorzamos en el Alta Gracia Golf Club ?frente al Museo Casa Don Manuel de Falla? donde disfrutamos del arte culinario de su chef, Roal Zuzulich. Nativo de esta ciudad, recibió su nombre en honor al primer hombre suizo que llegó al polo sur geográfico; Roal se hizo cocinero desde pequeño, ayudando junto a sus cinco hermanos en la cocina del hotel de su padre. Hoy, cuatro de ellos se dedican a esta labor; Jorge trabaja en el restaurante atendiendo las mesas y Gabriela, fiel alumna de su hermano, es chef en El Potrerillo de Larreta, conformando el imperio gastronómico Zuzulich en Alta Gracia. El restaurante posee una hermosa vista al golf. La presentación, el sabor y los aromas de esta cocina de estilo mediterránea, la convierten en el referente gourmet de Alta Gracia.
A pocos minutos de allí, nos esperaba la gruta del Santuario de la Virgen de Lourdes, lugar que, debo admitir, me conmovió. Una gran cantidad de placas de agradecimiento marcan el camino de la gruta al santuario; miles y miles de recuadros, de madera, de bronce, de cerámica, chupetes, escarpines, casitas, fotografías -entre tantos otros objetos- estampan la fe de todo un pueblo. Después llegamos al paredón jesuítico, a sólo 3 km de la ciudad. Enfrente, El Potrerillo de Larreta, la antigua casa de la familia del escritor Enrique Larreta, es hoy country club privado con cancha de golf de 9 hoyos (próximamente serán 18). El Potrerillo es punto de encuentro ineludible para los apasionados de este deporte, quienes pueden a su vez disfrutar de una buena comida en manos de la mencionada Gabriela Zuzulich. En las 430 bucólicas hectáreas de un ordenado paisaje de verdes ondulantes, resalta la casona y su mobiliario de época, imperdibles.
Los Reartes
Retomamos la ruta 5 hasta el desvío que nos conduciría a Los Reartes. Paramos en el dique Los Molinos para comprar queso, salame y pan casero, y llenar el tanque (una vez paisaje adentro, no hay estación de servicio cercana). No clavamos los frenos hasta que Julián quiso hacer fotos de un pintoresco boulevard que, entre jarrones y faroles, mostraba el espíritu de un pueblo sumamente pintoresco: estábamos en Los Reartes. El día se desvanecía ?al igual que nosotros? por lo cual suspendimos toda previa parada a El Corral, antiguamente llamada El Corral de los Cocos por la abundancia de éste árbol autóctono. La estancia, increíblemente bien decorada, brindaba una calidez que me hacía sentir en casa. Compartimos charla frente al hogar con Agustina Díaz, dueña de la estancia, quien nos relató, entre anécdotas y cuentos, la importancia que tuvo esta comuna como escenario de la fiesta patronal del 25 de mayo último. Procesiones, danzas, carruajes e indumentaria de época, desfiles de agrupaciones gauchas, y domas entre otras, subrayan la identidad criolla del pueblo entre dos polos anglosajones como son Villa General Belgrano y La Cumbrecita.
Luego de unos deliciosos sorrentinos caseros preparados por Ramona, llegué hasta una de las enormes habitaciones para perderme bajo un cálido edredón de plumas de ganso.
El Corral, construido por el arquitecto Eduardo Díaz, padre de Agustina, se abrió al turismo hace cinco años. Desde entonces, no deja de seducir a los huéspedes por la buena atención que aquí prodigan en un ambiente donde nada más reina la naturaleza, para disfrutarla en caminatas parsimoniosas y paseos a caballo. Entre pinos, cocos, cedros azules, molles y acacias, no hay estrés que resista.
Amanecía y la casa se pintaba de colores increíbles. Desde mi ventana, podía ver todo el valle de Calamuchita y en él a mi compañero Julián que, como hormiga, se trasladaba del puente a la cancha de tenis, la pileta y más allá buscando la mejor perspectiva para ese increíble despertar. Luego del desayuno, nos fuimos a recorrer el pueblo; nos arrimamos a la pulpería y a la capilla de la Inmaculada Concepción, cuya fachada de adobe crudo y tejas coloniales datan de 1738.
En la Casa de Turismo, Nora nos hipnotizó con sus cuentos de hechizos indígenas y su proyecto de hacer de Los Reartes un sitio de interés cultural, recuperando el patrimonio histórico de más de 400 años que guarda la zona. Cuenta la leyenda que los Comechigones o custodios de la tierra solían consumir una semilla ?no se ha detectado aún cuál, dicen? mientras escuchaban repetidas veces un mantra, mediante el cual sentían transformarse en animales, pintando sus cuerpos como tales. Bajo esta metamorfosis espiritual luchaban hasta morir. Los Reartes era un lugar sagrado y los morteros allí encontrados fueron utilizados únicamente para ofrendas. Esa energía está en su gente y se percibe. Hay una idea municipal de recrear el sentido de tal espiritualidad con la creación ?proyectada para el 2005- de un parque temático, réplica de un asentamiento aborigen con gastronomía étnica como el charqui, la aloja y la chicha, espectáculos teatrales y danzas folklóricas entre otras.
Escapada a Villa Berna
Alargamos nuestro paseo y retomamos el camino de ripio a La Cumbrecita. Sin detenernos, seguimos hacia Las Cañitas ?preste mucha atención a los carteles, para no pasarse como nosotros?, una propiedad de 1.200 hectáreas repletas de tupidas arboledas, con diez cabañas dispuestas en la costa del río, todas bien distanciadas la una de la otra. Una cava de reciente inauguración garantiza la buena oferta de vinos nacionales, y la comida ?de carácter mediterráneo? los completa.
Caminatas, cabalgatas, pesca deportiva, paseos en mountain bike, son parte de las distracciones posibles fuera del ámbito de las cabañas.
Continuamos viaje para llegar a La Domanda, donde Federico nos recibió afectuosamente. Con él caminamos por el parque, impresionados por el aroma a palo de santo y esa extraordinaria vista al valle. Recorrimos la granja, el arroyo ?utilizado en verano como piscina? y la huerta. Nos protegimos del frío frente al hogar del restaurante, famoso por su repostería. La posada posee 11 habitaciones, una sala de juegos, y una acogedora biblioteca. La decoración y la calidad humana de quienes la habitan, recrean un ámbito ideal para compartir en familia.
Desde El Corral
Aquí volvimos al final del día y aquí volvimos a amanecer. Mario, el baqueano de la estancia, nos enumeraba una larga lista de alternativas para conocer los alrededores. El Corral propone múltiples actividades: trekkings, cabalgatas, rappel, excursiones en 4x4, tres días en el Champaquí y más. La elección fue unánime: una cabalgata a la catarata escondida. Para ello debíamos hacer siete kilómetros hasta La Cumbrecita pasando por Villa Berna, caracterizada por pircas y su verde vegetación. Desayunamos en una panadería homónima y luego de saborear algunos criollitos, y haber conocido los encantos de esta comarca de estilo alpino, nos montamos a la aventura, nueva para mí. Logré sortear las dificultades de mi inexperiencia como jinete dejando que el caballo fuera donde quisiera, siempre y cuando no acelerara el paso.
En el trayecto nos cruzamos con Ricardo, un hombre que vive en la cima del cerro y que baja en su 4x4 ?único medio? cargada de lanas. Seducidos por el ruido de la cascada, dejamos los pingos y seguimos a pie hasta el lugar donde el agua se derramaba en monocorde musicalidad.
El día terminó con deliciosos fiambres ahumados en El Paseo, rodeados de gente amiga y nuevamente dueña de mi propio andar. La humedad, las rocas y esa inequívoca sensación de libertad me recordaron por qué mi memoria albergaba sonrisas.
De Villa General Belgrano a Amboy
Entrar a la Villa, como todos la llaman, fue encontrarse con un paisaje sumamente adornado y distinto a todo, donde el atractivo no son ya los ríos y arroyos serranos, sino su estética a la germana, sus propios matices de pueblo anglosajón. Recorrerla fue como entrar en un mundo de juguete. Sus casitas bien puestas, sus carteles de madera tallada, sus chocolates, sus fiestas.
Almorzamos en el Viejo Munich una típica comida alemana acompañada de infaltable cerveza artesanal, y nos reservamos el postre para disfrutarlo en Capilla Vieja, fábrica de deliciosos chocolates, dulces y alfajores. Atraídos por el trabajo en madera que abunda en la comuna, visitamos a Tito Romano, que junto a Pablo, su hijo y cuarta generación, se autodefinen como artesanos de alma. Su talento proviene de un arcón de experiencia y de mirar con atención cómo "es la naturaleza, la que hace la primera escultura". Como artesano intenta rescatar y darle una oportunidad más a esos trozos de madera que, de otro modo, serían leña. Mudarse a la villa significó para él cumplir un sueño, disfrutando del día haciendo lo que más le gusta, diseñando un estilo de vida distinto.
Siguiendo la ruta de gastronomía centroeuropea, saboreamos el Apfelstrudel y la Selva Negra en El Ciervo Rojo; y vimos fabricar cerveza en Brunnen Bier. Allí mismo, entre conservadas paredes de adobe, se encuentra el Museo de las Latas, una extraña colección integrada por latas de cerveza de más de 80 años de antigüedad. Casi enfrente se halla en construcción El Potrerillo, un restó-pub-bar que promete traer nuevos aires a la Villa.
A la salida de la ruta, a apenas dos kilómetros de la entrada a Villa General Belgrano, aparece Santos Gourmet, tostadero de café con elaboración a la vista y degustación obligatoria. Si no lo encuentra, hágale caso a su olfato y déjese guiar por su riquísimo aroma a café tostado.
Muy cerca, Santa Rosa, aunque menos lucida, también tiene una historia que contar. Su época de esplendor pasó, pero su poder de seducción está en el río, a despecho de los balnearios repletos en verano y que en invierno quedan vacíos para la contemplación de los huraños. El hotel Yporá, en donde nos hospedamos, recopila largas historias de resonantes nombres como el de Eva Duarte, que hacen de él un lugar digno de conocerse.
La Vieja Capilla de Santa Rosa de Lima, reconstruida en 1877, aporta a su vez un toque de color al trazado urbano. En contraposición a los preceptos germanos, impera el criollismo en la cocina, como el delicioso Facón ?plato con distintos cortes de carne y verduras a la parrilla, ensartados en un facón y presentados en forma de brochette? en La Pulpería de los Ferreyra.
Santa Rosa constituye otra escala obligada en el viaje hacia el sur cordobés; es el último lugar en donde se puede encontrar una estación de servicio, así que llene bien el tanque porque lo más lindo está por venir.
Retomamos la ruta hasta Santa Mónica, pasando rápidamente por La Vaquita, restaurante de comida casera en donde fuimos tentados por el Tallarin Party, tallarines caseros con seis tipos de salsa distintas. Gracias a las indicaciones de Vilma y Sergio, sus propietarios, pudimos reconocer que el camino a El Mosquito era, de los tres que se bifurcan frente al monolito, el de la derecha. Nos adentramos así en camino de ripio que se supone será arreglado para el rally, pero que a nuestro paso lo encontramos en muy mal estado. Por este motivo, si llueve, pregunte bien antes de aventurarse.
Las distancias aquí parecen dilatarse; siete kilómetros significaron para nosotros más de media hora de viaje. Habíamos cruzado un vado y cuando creímos que nos habíamos pasado, otra vez se abrió el camino. Lo tomamos a la izquierda y a mano derecha encontramos la tranquera de El Mosquito, el emprendimiento de Markus y Veselka ?suizo él, húngara ella? que, enamorados de Córdoba y de su gente, se mudaron a Amboy hace ya cuatro años. Aquí esta pareja se dedica a fabricar licores y aguardiente. Empezaron destilando cedrón, espirituosa que hoy exportan a Suiza, y se enorgullecen al decir que "como el mosquito, sus productos pican".
Amboy es un pueblito de 190 habitantes, fue uno de los primeros que tuvo Córdoba y el mayor asentamiento comechingón. Entre sus pintorescas y fascinantes fachadas seculares y una capilla jesuítica del 1600, conocimos a Daniel Álvarez. Es paleontólogo oriundo de Nono, y llegó hace tres años para hacerse cargo del Museo Dr. Dalmacio Vélez Sársfield. "Acá es todo anecdótico", nos contaba Daniel, quien, debido a la falta de presupuesto construyó él mismo una cajonera para guardar restos fósiles. El pueblo, habitado en su mayoría por inmigrantes españoles ?muchos de ellos son Álvarez? e italianos, se junta a diario en el comedor El trepa, donde Daniel fue muy bien recibido de entrada: "¡Otro Álvarez!".
El teléfono llegó hace apenas 12 años. Lo curioso es ver en el museo los viejos teléfonos donados pero nunca usados por su gente. La sede es un viejo almacén de ramos generales, las salas están estrechamente vinculadas al pasado provincial y nacional. Además de fósiles y vestigios arqueológicos, hay una sala dedicada a Dalmacio Vélez Sársfield, creador y redactor del Código Civil Argentino.
Fuera del pueblo, cruzando el arroyo, aún perduran unas imperdibles pinturas rupestres.
Yacanto y más allá
Elija su propia aventura. Esa fue la sensación que tuve al abrir el mapa. En Yacanto crecen caminos como ramas. Cada bifurcación está superpoblada de carteles con flechas que resultan muy pintorescas pero indescifrables.
A modo de introducción es importante recordar que la última estación de servicio se encuentra en Santa Rosa de Calamuchita, así que no olvide llenar el tanque antes de salir. Luego puede detenerse en Yacanto y almorzar en Doña Custodia, comedor que lleva el nombre de su dueña y cocinera que "a ojo" nos preparó unas riquísimas truchas y un delicioso flan casero. Listos para nuestro primer destino, nos adentramos en el ripio.
Camino Cerro Los Lineros
Nos dirigimos hacia el Cerro con la esperanza de poder ascender los primeros 30 km habilitados para un auto mediano sabiendo que, debido al mal estado de los caminos y las posibles nevadas, los últimos 12 km sólo eran factibles en 4x4. A tres kilómetros y medio de Yacanto, visitamos las Cabañas Rivendel donde, atendidos por su dueño, pudimos conocer el lugar, su gran restaurante de comida internacional ?en manos de su hijo, que es chef? y su proyecto de incorporar un área de spa y una pileta climatizada para mayor confort de sus huéspedes.
Unos metros más adelante se halla Altos del bosque, encantadora casa de té ?y cabañas? con muebles diseñados y construidos en molle y algarrobo por el artesano Tito Romano. Extraordinarios. Mientras Elbio nos relataba la vida de estas cabañas, construidas por él mismo, Adriana nos deleitaba con tortas, dulces caseros y tés de todo tipo. Aconsejados por su gente, tuvimos que suspender nuestro ascenso al cerro por mal tiempo.
San Miguel de los Ríos
Cruzamos el vado para encontrarnos con Marga y Marco Moreno, de la Hostería San Miguelde los Ríos y el restaurante La Mora, en lo que fuera un territorio jesuítico. Por eso las paredes de adobe de un metro de espesor, marco histórico para la comida gourmet estilo campo que sirven. Al calor del hogar se sucedieron los relatos de Marco, un tanto sonrojado por su pasado de actor publicitario y muy orgulloso en su actual rol de chef. De allí pasamos a la cava, con una apreciable selección de vinos nacionales. La Mora ?con helipuerto privado? se presenta como un espacio ideal para paladares no conformistas.
Subiendo el cerro, pasamos la noche en Serranías del Tabaquillo, complejo de cabañas construido hace cuatro años. En medio de un espeso y bellísimo bosque de pinos cayendo sobre el río, las cabañas despuntan a considerable distancia entre sí. Cada una es dueña de un paisaje particular y cuenta con todos los detalles para garantizar una agradable estadía. Natalia y Guillermo, originarios de San Isidro, cambiaron de ámbito en busca de un nuevo estilo de vida. Nos recibieron en su casa mientras preparaban fideos caseros para la cena. La charla se llenaba de risas cuando alguno de sus tres hijos se incorporaba a la conversación. Panqueques y dulces formaron parte de una filosófica sobremesa que superó la medianoche y que nos juramos repetir. Con gran personalidad, Serranías se postula como un lugar ideal tanto para disfrutar en pareja como en dulce montón familiar.
Hacia el Durazno
El camino fue una sucesión de paisajes magníficos. Los carteles de un haras ?llamado Paso del Sauce, en la estancia privada El Brinco? nos distrajo y sin quererlo, de pronto estábamos allí, rodeados de espléndidos caballos árabes en un universo completamente nuevo e inesperado. Nos bajamos tímidamente del auto ?no estábamos en un centro turístico? y hacia ellos caminamos. Unos minutos más tarde apareció Hernán, quien muy amablemente nos presentó a dos especímenes sin igual; el haras suele ser visitado por compradores y amantes de esta raza de caballos, pero nosotros no éramos ni lo uno ni lo otro, así que después de un par de fotos debimos despedirnos.
De vuelta al rumbo original, cruzamos el río Durazno y pasamos por las Cabañas Kalahuasi, enmarcadas al borde del curso fluvial. En el camino nos encontramos con Daniela ?dueña de unas cabañas vecinas que llevan su nombre? y fue gracias a su buena guía que llegamos, por un sendero, hasta los secretos cajones del río, principal atractivo del lugar.
La noche anticipaba su aparición en el ripio hacia Pinar de los Ríos. Nuestra travesía terminó cuando no hubo más senda que inspeccionar. Pinar de los Ríos concluye en un camping y una estancia llamada La Florida. Y debido a que muchas veces es en el silencio donde uno se escucha, descubrí que aunque el camino sea siempre el mismo, la aventura de descubrirlo siempre es nueva.
LA RUTA del GOURMET
Es un emprendimiento creado por Marco Moreno ?representante de La Mora? y Roal Zuzulich ?Alta Gracia Golf Club? que propone conocer los lugares a través del paladar, con productos de calidad y de sello artesanal y nacional. El itinerario gourmet parte de Córdoba ciudad rumbo al sur y toca Villa General Belgrano, Santa Rosa y San Miguel de los Ríos, con diferentes paradas. Las nuestras se cumplieron en: Dvino (ver Agenda); Estancia del Rosario, alfajores cordobeses, dulces y escabeches; Alta Gracia Golf Club, cocina mediterránea; Santos Gourmet, tostadero de café; La Pulpería de los Ferreyra, cocina criolla; El Mosquito, destilería artesanal; La Mora, comida de campo.
Por Josefina Pasman
Fotos: Julián Shebar
Publicado en Revista LUGARES 101. Julio 2004.