Mi travesía de 2500 kilómetros por el Amazonas
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El siguiente relato fue enviado a lanacion.com por Ladislao Cazes. Si querés compartir tu propia experiencia de viaje inolvidable, podés mandarnos textos de hasta 5000 caracteres y fotos LNturismo@lanacion.com.ar
Era fines de mayo y en vez de estar estudiando para mis primeros parciales universitarios me pasaba horas girando alrededor del mundo a través de Google Earth: buscaba en dónde podía caer.
Fue así que, volando con el mouse, me topé con una extensa mancha verde atravesada por centenares de canales marrones. Acto seguido, levanté el celular y le escribí a mi amigo Iván: ‘‘¿Vamos al Amazonas?’’.

Tres meses después, nos encontrábamos aterrizando en la ciudad peruana de Iquitos con la única certeza de que, en 20 días, debíamos llegar al pueblo de Santarém o perderíamos nuestro avión de regreso a la Argentina. Solo 2500 kilómetros de selva y río nos separaban de nuestro objetivo.
Esa misma tarde en la que llegamos a Iquitos nos dirigimos al puerto para intentar conseguir algún barco que nos acercara a la triple frontera entre Perú, Colombia y Brasil.
Después de charlar con algunos locales conseguimos que una lancha nos llevara en un viaje que, nos dijeron, duraría 15 horas.
Al día siguiente, nos embarcamos en esta larga lancha que frenaba todo el tiempo en pequeños pueblitos (a veces eran solo una casa) en los que bajaba o subía alguna persona. 400 kilómetros después, llegamos a la ciudad colombiana de Leticia, lindera con los otros dos países sudamericanos.
Shopping de hamacas
Allí nos encontramos con el pequeño hostel Leticias Guest House que, para nuestra sorpresa y en medio de tanta selva, se encontraba repleta de europeos.
Hablando con algunos, nos dimos cuenta que la mayoría andaba en busca de algún chaman que les diera de probar ayahuasca, una potente bebida herbal alucinógena.
A esta altura, si bien nos habíamos acercado un buen trecho, todavía nos faltaban unos cuantos kilómetros por cubrir. Nuevamente nos acercamos al puerto y compramos por unos 40 dólares cada uno (con todas las comidas incluidas), un lugar para colocar hamacas entre los barrotes del Itupiranga II.

El problema era que en nuestras mochilas no habíamos empacado ninguna hamaca. Lo que pudo parecer un problema se convirtió en una divertida mañana de visitas a negocios en busca de lo que, durante cinco días, sería nuestra cama.

A bordo
Al día siguiente abordamos el barco, colgamos nuestras hamacas y zarpamos. Todavía no sé bien qué hicimos durante esa travesía. Tengo la tenue sensación de simplemente haber estado acostado, mirando la selva, leyendo y durante la noche, contra la baranda del barco que daba al río, charlando con un polaco y otro argentino sobre la vida.
El Itupiranga II se desplazaba muy lento, apenas ganándole al empuje contrario de la corriente. Fueron días calmos, surreales, parecidos a los que Joseph Conrad narró en su estupenda novela: El corazón de las tinieblas y que funcionaría como inspiración de Francis Ford Coppola para su célebre película Apocalypse Now.
Entre ríos
1500 kilómetros después desembarcamos en la ciudad de Manaos. Si el Amazonas de por sí ya es húmedo y caluroso, el cemento de la ciudad multiplicaba la sensación de agobio.
A pesar de esto y en vez de refugiarnos en la sombra, salimos a recorre el mercado de pescados, descripto por blogs de viajeros como único en el mundo. A la tarde, visitamos la colonial plaza histórica y más tarde volvimos al puerto, con el objetivo de conseguir otra barcaza que nos acercara a Santarém.
Conseguimos un boleto para el día siguiente, en un barco mucho más grande que el Itupiranga. Ese trayecto fue distinto al anterior. El río a esa altura ya era mucho mas ancho, por lo que la selva quedaba lejos.


Saliendo de Manaos tuvimos la suerte de ver el cruce de aguas entre el río negro y el Amazonas. Por varias cuadras, estos dos ríos con agua de distinta densidad y temperatura se encuentran, pero no se mezclan, creando un extraño fenómeno: un río de dos colores.
Apenas dos días después, llegamos al pequeño pueblo de Santarém. Nos recibió un raro evento evangelista, en el que un orador predicaba en portugués a los gritos. Nuestro vuelo de regreso a Buenos Aires no era hasta dentro de cuatro días, y sin mucho más que ver, partimos al día siguiente en un colectivo hacia el asentamiento de la selva que está adentro de Alter do Chao.
A este lugar lo llaman "el caribe del Amazonas", aunque no por sus all inclusive, sino más bien por sus playas deshabitadas de agua verdosa y transparente.
Finalmente, nos pasamos los últimos días caminando por enormes costas de arenas, habitando los atardeceres y celebrando estar vivos.

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