1
La carrocería: una historia llena de aciertos
A Vicenzo Lancia se lo considera el gestor del invento
1 minuto de lectura'
Cuando Henry Ford construyó, en 1908, el famoso Ford T, la carrocería se convirtió en un hecho industrial. Pero fue sólo después de la Primera Guerra Mundial que aparecieron las limosinas con el conductor instalado en el interior de un habitáculo cerrado y protegido así de la intemperie.
La introducción de las carrocerías obtenidas por el estampado en frío de las chapas sucesivamente soldadas y pintadas con pistola, llevó a un notable crecimiento de los vehículos que se conducían desde dentro.
En Estados Unidos, el coche se convirtió en medio de transporte para las masas y por lo tanto producido en nivel industrial. Diferente fue el caso del Viejo Continente, donde después de la Primera Gran Guerra, la producción de coches estaba todavía supeditada a conceptos y técnicas constructivas artesanales anteriores a la guerra.
El padre del invento
Fue un europeo, Vicenzo Lancia, el que supo dar una solución totalmente nueva a la carrocería. En 1922, el italiano presentó en los salones del automóvil de París y Londres una de las obras maestras del genial constructor de Turín: el Lambda.
Para aumentar la rigidez del chasis, Lancia ideó una estructura encajada, que no se limitaba sólo a la base, sino que seguía por todo el chasis hasta crear una especie de cáscara alrededor de los pasajeros.
Los elementos de la estructura estaban revestidos de paneles que constituían la verdadera carrocería. Este vehículo tuvo un increíble éxito de público y fue producido desde 1922 hasta 1931 en nueve series con un total de 12.350 ejemplares.
Con aroma francés
En 1925, otro genial constructor, André Citro‘n, dio un empujón más con el Tout Acier B12, (en francés, todo acero B12), un coche con carrocería en chapa estampada y fijada rígidamente al chasis, llamada luego carrocería monopieza.
Citro‘n mejoró la idea en 1934, con el Traction Avant, en el que el bastidor tradicional ya no existía y sus funciones de resistencia se confiaban a la carrocería: había nacido el monocasco.
Por María García de la Torre
