Entrar al Centro Cultural Islámico Rey Fahd es más fácil de lo que cualquiera podría suponer. Sobre la avenida Bullrich, entre Cerviño y Libertador, la puerta principal tiene una reja con traba manual, una garita y un detector de metales.
Avisado de antemano de la visita de LA NACIÓN, un empleado de seguridad nos invita a esperar mientras se comunica con Firas Elsayer, el encargado de Relaciones Públicas. Todo sin tensión, registros tediosos, ni controles exhaustivos. Entonces llega un hombre de rasgos árabes que habla castellano con naturalidad, saluda extendiendo la mano –sin beso– y nos invita a recorrer aquella edificación del barrio de Palermo que intriga a los porteños desde hace casi vente años. Son las 17.30 de un miércoles cuando empezamos a dilucidar qué hay dentro de aquel gigante de 11 mil metros cuadrados ubicado en un predio de 33 mil.
Inaugurado el 25 de septiembre del año 2000, el Centro Cultural Islámico "Custodio de las Dos Sagradas Mezquitas" Rey Fahd se empezó a construir en 1996, cuando el entonces príncipe heredero de Arabia Saudita, Abdullah Ibn Abdulaziz, colocó la piedra fundamental. Con una inversión de 20 millones de dólares, es el centro islámico más grande de Latinoamérica. Fue diseñado por el estudio árabe Fayez pero la construcción estuvo a cargo de la empresa argentina Riva y asociados. Del corte de cinta participaron los tres presidentes democráticos de la época: Raúl Alfonsín, Carlos Saúl Menem y Fernando De la Rúa.
"Se edificó con material local, pero los obreros fueron instruidos por expertos en la confección de los arabescos. Muchos de ellos hoy son parte del staff de mantenimiento", asegura Firas mientras caminamos por un patio con fuente de mármol octogonal en el centro. El piso es de mosaicos y por todos lados hay columnas bicolor con arcos de medio punto. "La decoración es arabesca en metal, cemento y yeso. Todo tiene el mismo patrón, típico de la cultura islámica andalusí e inspirado en la mezquita de Córdoba, en España. Se podría haber elegido alguna de Arabia, India o África, pero optaron por la andaluza como signo de unión entre los dos pueblos, por los siete siglos de presencia árabe en la península ibérica", apunta Firas.
Después de dejar el patio central, a la derecha, hay una sala que anticipa la entrada a la mezquita propiamente dicha. Sobre las paredes hay estantes para dejar los zapatos, y en el centro, una mesa con café y dátiles que nadie toca. "Hoy, por el paro de trasporte, tenemos sólo el diez por ciento del total de fieles y visitantes que suelen venir en Ramadán", señala Firas, mientras dos televisores proyectan en silencio imágenes de la peregrinación a La Meca, ciudad sagrada del Islam.
"Acá tenemos seis horas menos que en Arabia Saudita. Y lo que ves ahora pasa en todo el mundo, con las 170 millones de personas que profesamos la fe islámica. Es decir que 1 de cada 6 habitantes de esta Tierra hoy hace ayuno y tiene la mirada puesta en La Meca", revela. Al lado del televisor, los carteles están escritos en árabe. Y no existen en castellano muchos de los fonemas que Farid esboza al saludar a sus correligionarios.
- ¿Qué implica estar en Ramadán?
- Es un período que dura del 4 de mayo al 4 de junio. Es el cuarto pilar del Islam. Consiste en hacer ayuno durante todo el día. Desde el crepúsculo hasta el ocaso, nos abstenemos de comer, beber, tener relaciones maritales y algunas otras prácticas. Lo hacemos con la sincera intención de ofrecernos a Dios. Seguimos las oraciones de siempre, pero además se adicionan plegarias nocturnas que se hacen en comunidad para que tengan mayor grado de recompensa.
ALFOMBRAS, PEREGRINOS Y DÁTILES
Entre fieles que vienen y van, para pisar la mezquita nos sacamos los zapatos. Pero antes, Firas nos muestra unos lavatorios, que son para hombres y mujeres, por separado. Hay bancos de mármol, canillas y carteles con explicaciones. "Para que la oración sea válida nos lavamos el rostro, la boca, las manos y los brazos, hasta los codos. Además, nos frotamos la cabeza y el cabello", apunta sobre el rito que también se practica en las otras dos grandes mezquitas de la ciudad de Buenos Aires.
Dentro de la mezquita el suelo está cubierto por una alfombra muy bien mantenida. Hay dos filas de hombres que se arrodillan, se agachan y se levantan. Además, al fondo a la derecha, encontramos un cubículo enrejado con mujeres y niños. "Abajo hay capacidad para 1500 personas rezando en simultáneo. Arriba entran 500, pero solo mujeres. Ellas pueden venir abajo, pero prefieren orar arriba para no estar expuestas por los movimientos", señala Firas. Además apunta que la alfombra con arabescos y la araña de cristal son lo único made in Arabia del centro.
El reloj marca las 17.52 cuando el sol baja y desde los altoparlantes se anuncia en árabe la ruptura del ayuno. Algunos de los fieles salen para servirse café y dátiles, en la antesala. Otros siguen rezando. La mayoría se dirige al comedor. Allá vamos. "No llegamos con hambre a esta primera comida del día porque el cuerpo hace autofagia: elimina los excesos y usa las reservas de energía. El ayuno es fantástico para la salud", asegura Firas, mientras avanzamos por el patio. Y luego detalla: "Alrededor de 250 personas por día rompen el ayuno en la mezquita en Ramadán. Por eso tenemos un presupuesto especial que envía el Custodio de las Dos Sagradas Mezquitas, Salman bin Abdulaziz Al Saud. Ofrecemos gratis un breakfast, que no es un desayuno, sino una cena completa".
En dirección a la calle Cerviño, y camino al comedor, vemos otro gran edificio a la izquierda. "Acá funciona un colegio mixto de 250 alumnos, que está abierto a la comunidad. De hecho más del cincuenta por ciento de los alumnos no profesa la fe islámica, ni es de origen árabe. Tiene jardín de infantes y primario. Lo eligen muchos vecinos de la zona por sus valores (respeto y hermandad), además del nivel académico", detalla Firas. En el mismo sector están las cocheras subterráneas, para ochenta vehículos.
Y mientras en el comedor se sirven comidas típicas, otra pantalla muestra imágenes en vivo desde La Meca. Según cuenta, en los años ochenta tenía capacidad para 1.5 millones personas. Hoy recibe a cerca de 3.6 millones peregrinos. Y con la obra que está en marcha, se estima que en 2030 podrá albergar a 6 millones de fieles. Visitarla es uno de los cinco pilares del Islam.
- ¿Qué dicen los censos sobre la comunidad islámica en la Argentina?
- No hay estadísticas precisas. Sin embargo, sí hay certeza de que hasta los años treinta (hace casi 90 años) había unos tres millones de musulmanes en nuestro país. Muchos llegaron de Siria y Líbano, después de la Primera Guerra Mundial. Y la comunidad árabe era la tercera, después de la italiana y la española. Ahora vienen muchos musulmanes del sudeste asiático y otros de Senegal (se estima que hay 5000 en la ciudad).
- Un colegio, la mezquita… ¿qué más ofrece el centro islámico?
- Es un lugar para fieles, pero también para visitantes. Tenemos un museo, biblioteca, cursos de idioma y más de 2.500 visitantes por semana en visitas guiadas. Son sin reserva y sin costo. La información está en la web. Para quienes practicamos la religión, puede funcionar como club pero sin membresía. Venimos a hacer nuestras oraciones. En Ramadán, desde las cinco de la mañana, además de la la oración del ocaso, la lectura del Corán u otras plegarias. El centro está abierto todos los días del año, las 24 horas.
LEJOS DEL CONFLICTO
De vuelta en dirección a la mezquita, se levantan dos minaretes de 37 metros de altura. Firas apunta que en la antigüedad desde allá arriba el mohsin llamaba a los fieles para cumplir con las cinco oraciones prescriptas. Agrega que para la religión islámica Dios no tiene una imagen. Es el creador y su expresión está en el arte, la arquitectura y lo que revela en el Corán. Son alrededor de las 19.20 cuando, de nuevo, desde los altoparlantes convocan a la oración.
Firas revela que quien guía el sermón desde el púlpito es el Imad Sheikh Abdullateeff Alotaibi. Pero además, nos presenta al señor Naief Alfaeem, subdirector del centro. "Es uno honor contar con ustedes aquí, distinguidos huéspedes", proclama el Imad al terminar, cuando se acerca a saludarnos.
Y nos invita a pasar a una carpa dónde nos sirven un café (de aspecto claro porque son granos sin tostar, con cardamomo y azafrán) con dátiles, que funcionan de "copetín" previo a una cena con hummus, kebbe, shifa, entre otras delicias y postres de hojaldre. No hay alcohol, sí gaseosas.
"La cultura islámica y la argentina comparten valores como la hospitalidad, la familia y la amistad", asegura Naief Alfaeem alrededor de la mesa, siempre en árabe y traductor de por medio. La charla versa entre la pasión común por el fútbol, las bondades de la comida peninsular y las costumbres que resultan similares entre las dos naciones.
Nos entrega un paquete de dátiles, obsequio del rey Salman bin Abdulaziz Al Saud, según reza en el paquete. Y antes de despedirnos, el subdirector del centro lamenta "que el terrorismo haya ensuciado de tal manera la fe islámica. Nosotros no somos nada de todo lo que expresan aquellos que causan el mal