En Río Negro, aún luchan por recuperar las pérdidas de animales tras el drama del volcán
“Veíamos que se venía una nube negra que parecía agua”, dice Néstor Nahuelfil, un productor rural de Mamuel Choique, para explicar lo poco preparados que estaban todos para las cenizas que empezaron a caer alrededor de las seis de la tarde, en junio de 2011. “Ya habíamos escuchado por la radio que se había reventado el volcán Puyehue pero nunca esperás a que llegue a vos”, agrega. Su casa, en medio del campo y a 215 kilómetros de Bariloche, se cubrió de golpe.
Al otro día, amaneció todo despejado. El campo estaba tapado de cenizas – en algunos lugares se acumularon hasta 30 centímetros - y los animales, desorientados. "Arriar a los animales era una pena porque comían pasto lleno de ceniza. Fue impresionante. Al tercer día empezó el viento y perdimos todas las ovejas. No se veía nada. Había que salir de noche, a las 5 de la mañana que era cuando calmaba el viento para encontrar a los animales. Seis meses estuvimos así", recuerda Nahuelfil.
Margarita Varnes, comisionada de Laguna Blanca, un paraje más cercano a Bariloche pero sobre la ruta 67, también recuerda el viento. Y después, la oscuridad. "Los chicos tenían que estar con barbijos y antiparras en la escuela. Hubo que salir a ver cómo estaba la gente en el campo", dice.
Ese día Marcelino Garcés estaba trabajando en una estancia en El Cóndor. Alrededor de las 3 de la tarde, el cielo se cubrió de negro. "Empezó a caer ceniza con arena y no sabía qué hacer. Me metí en el puesto y miraba desde adentro. Las semanas posteriores fueron complicadas, se taparon los mallines con arena y enflaquecieron mucho los animales", cuenta.
Las consecuencias de ese desastre natural, todavía se sienten hoy en la economía local y en la vida de las"Fue un antes y un después. Era vivir entre las cenizas. Hubo gente que se fue, cerró sus campos, se murió la fauna y lo único que quedaron fueron algunas ovejas", explica Franca Bidinost, extensionista rural de INTA Bariloche. Los efectos se sintieron en todo el ecosistema: la flora, la fauna, el aire y el suelo. Las cenizas fueron perjudiciales para la agricultura, las plantas y los animales.
Las primeras en morirse fueron las crías. Las ovejas intentaban alimentarse del campo y se hinchaban por la ceniza. "Adentro se les formaba una especie de bola de cemento y se morían", explica Marisa Pérez, secretaria de la Cooperativa Ganadera Indígena. Corrieron la misma suerte el resto de la fauna del lugar como las chivas, los conejos, los choiques y hasta las abejas. Además, todos sufrieron la falta de agua.
El 4 de junio de 2011, las cenizas del volcán Puyehue cubrieron gran parte de la provincia de Río Negro, afectando principalmente la zona de Ingeniero Jacobacci, Bariloche, Villa La Angostura y San Martín de los Andes. Fue una erupción que empezó en Chile y se estima que fueron expulsadas cien millones de toneladas de cenizas, arena y piedra pómez. El 13 de junio, el gobierno declaró la alerta agropecuaria para las provincias de Neuquén, Río Negro y Chubut.
Esmir Anaya vive en Ojos de Agua. Esa semana estaba en Jacobacci por el nacimiento de su segundo hijo. Cuando volvió, los animales se estaban muriendo. "No nos dejó casi nada. Fue el golpe más duro que tuvimos. Tomé todos los trabajos de changas que habían para poder sobrevivir", cuenta. Hoy, tiene 150 animales, entre cabras y chivas.
El problema fue que los campos de la zona ya venían soportando seis años seguidos de seguía, y el combo con las cenizas fue mortal. Esta fue la segunda cachetada que muchos no pudieron soportar, y tuvieron que abandonar sus campos.
"Cuando llegó el verano la situación fue peor porque no había agua. No se salvó casi ningún animal y también eso tuvo impactos en la salud. Fue una situación catastrófica en relación al despoblamiento. La economía ya era insostenible", agrega Bidinost.
Para Rubén Huentemil, como para muchos peones que no eran dueños de animales, las cenizas fueron sinónimo de desempleo. "En esa época estaba trabajando en un campo en Clemente Onelli y se quedaron sin hacienda. Así que nos echaron a todos y me tuve que ir al pueblo, a Jacobacci, a aprender el oficio de albañil", cuenta.
Su padre, que tenía un campo en Ojos de Agua, sólo pudo salvar a 15 ovejas y 25 chivas. "Acá mató todo. Mi viejo tuvo que aguantar como pudo", agrega.
La tragedia climática afectó principalmente a los pequeños productores, los más vulnerables porque viven del pequeño número de animales que tienen. Esta vez, muchos no tuvieron "espalda" para aguantar.
"La zona de Jacobacci y la línea sur fueron de las más afectadas. Los productores no son de capitales grandes, los animales murieron de flacura y no se pudieron usar para nada. En el campo todavía hay cenizas, movés un poco la tierra y aparece. En el verano cuando corre viento se oscurece todo", explica Enrique Pedraza, vecino de Ojos de Agua.
La Cooperativa Ganadera Indígena de Jacobacci aglutina a pequeños productores de la zona y tiene un termómetro bastante ajustado de lo que fue enfrentar esa crisis. "La mayoría tenían en promedio 400 cabezas, y algunos se quedaron con 20. En 2010, habíamos comercializado 110.000 kilos de lana y en el 2011, fueron 30.000. Eso nos da la pauta de la cantidad de animales que se perdieron", dice Edgardo Mardones, presidente de la entidad.
Miguel Cárdenas es un pequeño productor que integra esta cooperativa y vive en Anecón Chico, a 90 kilómetros de Jacobacci. Recién ahora siente que se está levantando de esa catástrofe. "No conozco ningún productor al que no se le hayan muerto los animales. Fue algo que nos tocó vivir y nos marcó, pero esperamos poder resurgir y levantarnos", cuenta. Él, junto a sus dos hermanos, están tratando de reflotar el campo que era de su madre y tienen 350 animales. "No es que esto ya pasó y se olvida. Vamos ver qué sucede con esta zafra. Todo depende del clima", agrega.
Impacto anímico
El impacto también fue anímico. Los productores se deprimieron al ver enterrado el trabajo de toda su vida. Esto es lo que le pasó a Julio Pedraza, que no sabía cómo iba a poder seguir manteniendo a su mujer y a sus dos hijos. "Cuando se te muere un animal, el campesino sufre por dentro. Piensa: ¿qué hago ahora con tan pocos animales? Y creí que no me iba a quedar ninguno. Yo ya era un hombre grande que no podía aprender otro trabajo", dice hoy en la cocina de su campo en Ojos de Agua.
Por eso, desde las entidades, como INTA, lo prioritario fue la contención. "La gente estaba muy triste. Lo productivo pasó a un segundo plano. Ahora están bastante mejor de ánimo aunque los sistemas productivos no estén de todo resueltos", aclara Bidinost.
Cómo salir adelante
Los pobladores de la zona lo vivieron como un apagón, en todos los sentidos. Ante la situación de emergencia, el Estado y las organizaciones sociales se organizaron para dar respuesta inmediata: evacuaron pueblos enteros, realizaron tareas de limpieza de cenizas y llevaron agua.
Recién unos meses después, cuando las personas pudieron retomar su rutina, empezaron a pensar diferentes soluciones desde lo productivo. La familia de Enrique Pedraza, se quedó con 60 ovejas y decidieron llevarlas, junto a un grupo de productores, a la localidad vecina de Valcheta. Y las salvaron.
"Nos quedamos casi un año allá pero no pudimos sacar nada de plata durante muchos años porque el objetivo era no perder todo. Sobrevivimos con la lana y yo hacía aparte algunos trabajos de albañilería", explica.
Julio, su papá, en 1982 también casi se queda sin animales. Así que estaba acostumbrado a perderlo todo y salir a flote. Esta vez, fue con la ayuda de su hijo. "A él se le ocurrió la idea de hacer un gallinero y estuvimos comiendo pollos durante dos años. Y así pudimos reservar los pocos animales que teníamos. Después hicimos un invernadero, y teníamos para comer", dice Julio.
Desde la Nación, el gobierno de la provincia de Río Negro, INTA y la Secretaría de Agricultura Familiar, decidieron enfocarse en proyectos de repoblamiento de animales, de acceso al agua y en mejorar los precios.
Virginia Velazco, extensionista rural de INTA Jacobacci, cuenta que desde 2011 hasta ahora, se enfocaron en trabajar con las cooperativas, las comunidades indígenas y los grupos no formales en proyectos de repoblamiento de animales porque la mayoría había perdido el 70% de su stock.
"Hubo una iniciativa muy interesante que fue aportar ovejas madres con la obligación de devolver corderos para que después fueran entregados a otros pobladores. Lo que pasa es que son campos muy sensibles y para que haya una buena recuperación, no se pueden exponer a sobrepastoreo porque sino se desertifican. Por eso, el proceso fue muy lento", explica Luis Di Giácomo, Ministro de Gobierno de Río Negro.
A la Cooperativa Indígena Ganadera, la estrategia que más le funcionó fue el repoblamiento con cabras criollas, financiado por el Ministerio de Desarrollo Social, y fue dirigido a las familias que lo habían perdido todo. Ellos fueron los primeros en recibir animales para salir adelante.
"En 2015, con el apoyo de la provincia, pudimos llegar a más familias. Hoy tenemos cerca de 90 bajo este programa de repoblamiento de cabras criollas que trajimos del norte neuquino, que son rústicas, y que soportan las inclemencias del tiempo como las cenizas y la sequía", cuenta Mardones. Este proyecto lo llevaron adelante con el acompañamiento técnico del INTA y de la SAF.
A partir de 2017, también con aportes de la Nación y la provincia, pudieron repoblar los campos con animales ovinos, que era más difícil porque las pasturas todavía no estaban buenas. "Nos estamos recuperando de a poco pero la familia del productor se dividió porque él se quedó solo en el campo, y sus hijos se fueron al pueblo. Y estamos viendo que esa generación se perdió y es muy difícil generar acciones para que quieran volver", agrega Mardones, preocupado por el futuro del campo.
Otro de los problemas a encarar fue el de la falta de agua. "Por la sequía en los lugares en los que el agua nunca había sido un problema porque tenían mallines o aguadas, de repente ya no tenían más agua. Encaramos un montón de proyectos, más al sur en donde hay vertientes o mallines, donde gracias a perforaciones de 10 metros ya se consigue sacar agua. En la zona norte, hubo que hacer perforaciones de 100 metros con maquinaria más grande", cuenta Velazco.
También se puso el foco en mejorar la comercialización de la lana, el pelo y la carne, para obtener mejores precios y que los productores pudieran evitar el mercachifle, que es un comerciante que pasa por sus casas a comprarles la lana a precios más bajos, y a venderles mercadería a precios más altos.
Desde INTA Bariloche, Bidinost señala: "El principal trabajo fue desde lo poquito que quedó, y con las cooperativas y las comunidades indígenas nos enfocamos en la organización de la venta y en la comercialización. Desde acopiar el producto, hasta ordenarlo para que valga distinto. Y pelear por el precio que tiene a nivel internacional. Esa fue la primera vuelta que le encontramos".
La producción de los últimos años fue creciendo lentamente, en gran parte gracias a los programas de repoblamiento de las ovejas, y las perspectivas a futuro son positivas. “El precio de la lana es bueno y la recuperación de la ganadería es muy importante. Las exposiciones rurales lo están mostrando”, concluye Di Giácomo.
Otras noticias de Pobreza
Más leídas de Comunidad
“Es gratificante poder guiarlos”. Es sorda y está al frente de un aula con 15 adolescentes
“Darme una ducha caliente era mi sueño”. Tiene 19 años, creció sin un baño y vendió sus cuadros para poder tener uno
“Trabajo de mozo porque no me alcanza”. 700.000 adultos mayores pasaron a ser pobres en los primeros seis meses de Milei
"Se asombran con el agua caliente". Renunció a una multinacional y creó un proyecto que ya le cambió la vida a miles de familias