Alta Fidelidad. Gardel 2030: ícono y musa, cada década canta mejor
En su flamante nuevo disco que se puede escuchar vía streaming, el performer y cantante de pop electrónico (¿Acá también hay que aplicar esa categoría imprecisa de "urbano"? ¿El heavy metal que era, rural?) Louta, alter ego de Jaime James, hijo de la dinastía De la Guarda, está mirando el futuro. Al menos plantea un escenario de acá a diez años: 2030. Así se llama su colección de diez temas (el formato estándar del viejo y vigente álbum) aunque el arte de tapa que, a falta de formato físico, nos conformamos con ver chiquito, deje un mensaje levemente distópico: la pantalla astillada de lo que podría ser un televisor o una vieja computadora Apple. Louta ha diseñado un personaje que nos recuerda al modelo de la fotografía El jugador, de Marcos López y parece venido de un agujero negro entre los años 40 y 50. No tiene nada que ver con el estilo del trap y el hip hop ni mucho menos con lo que queda de las subculturas exhaustas que alimentaron por décadas al rock y al pop. Louta, peinado a la gomina, chombas de hilo, pantalones altos de vestir, zapatos sin onda es la encarnación de un monstruo: el monstruo normal. Uno que es capaz de reformular la milonga así: "Sangra la vida/y en este intento donde vas/anestesiado y lejos de tu nicho/sangra y en el fondo te hace ruido/la risa quieta del banquero/y el oro muerto del primero/sangra la vida y donde vas/anestesiado…anestesiado". Hay ahí un dramatismo que admite el vínculo directo con el tango pero también con la reformulación tecno-pop que Charly García había hecho en el modélico Clics modernos (1983). Louta no deja dudas de su pertenencia y en el siguiente track estará poniendo, con ese manierismo de los, uf, "cantantes urbanos", un verso preciso como una flecha: "Amame y rómpeme el alma como si cantara una de Gardel/Arma una historia compleja y yo te hago el papel de Javier Bardem". ¿Gardel? Hoy se cumplen 85 años de su trágica muerte en Medellín y acá, en una canción sincopada y electro se lo sigue nombrando. Y cómo no: Louta tiene claro que su genealogía conduce a la primera estrella pop de Sudamérica.
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El mito de Gardel ha excedido el santuario del tango para volverse parte del lenguaje del arte y la música pop de Argentina y Latinoamérica. Hasta que la onda pop no vibró lo suficiente como para sacudir el Río de la Plata nadie lo había tematizado en la pintura realista argentina; nadie lo pintó, bah, porque el arte no se ocupaba de esas cosas antes de 1960. Pero ya para 1965, el muy tanguero Antonio Berni había usado una foto suya en un collage de la serie "Ramona Montiel" y el joven, nada tanguero, David Lamelas explotó su iconografía en una muestra de pinturas que mostraban su rostro deconstruido como si fueran las piezas de un enorme rompecabezas (Galería Lirolay, 1964). En el borde del arte público y la piromanía, Marta Minujín prendería fuego en 1981 una estructura de 17 metros cubierta de algodón que reproducía la imagen del cantor y lo hizo en el mismo lugar del accidente en el marco de la IV Bienal de Medellín. Llamó a la obra "Carlos Gardel de fuego" y estableció un contrapunto con el "Gardel en llamas", un retrato pop rotundo de la colombiana Dora Ramírez de principios de los 70. No fue la única colombiana que se ocupó de pintarlo: Beatriz González (nos debemos una retrospectiva suya en Buenos Aires) ha incluido su estampa sonriente en diferentes obras y soportes. Marino Santamarina se encargó, luego, de reproducir una de sus fotografías más conocidas en paredes del Abasto dándole dimensión de arte mural pero evitando la codificación pop para mantenerlo popular.
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"La foto de Carlitos sobre el comando". Con Invisible, a mitad de los 70, Spinetta puso al morocho del Abasto en esa cumbre del pop lunfardo que es "El anillo del Capitán Beto", entre Piazzolla y Oesterheld. El underground lo usaría para poner en crisis la noción de argentinidad. En clave paródica ("Los Twist, Gardel y Perón", cantaba Pipo Cipolatti asumiéndose parte de una trilogía que irritaba al rockismo) o dedicidamente crítica (la rima "Gardel" y "Mardel" en "Me fascina la parrilla" de Virus) mientras la antitética trova rosarina lo reunía en clave de fantasía trágica, tan Paéz, con Hendrix y Tanguito ("Un loco en la calesita"). El García moderno lo citaría al mismo tiempo como una especie de fantasma transmedia en "Piano Bar": "Rubias de New York, fantasmas de percal/Viudas de neón, amantes de Gardel", lo más parecido a una imagen de pop art desde la cultura rock. Y todavía faltaba el mantra de Luca Prodan para Sumo ("parada Carlos Gardel"), ese estertor donde se describen con objetividad científica los últimos segundos del Abasto tal como se lo había conocido. Después el neorrealismo de fines de los 90 completaría la saga con Los Gardelitos, en una operación de rescate del malevo embalsamado que las luces del centro acaso habían capturado.
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"Amame y rómpeme el alma como si cantara una de Gardel". Es 2030 y el ícono que ningún avión estrellándose contra el suelo pudo sepultar seguirá allí sobre las nubes de la ciudad. "Amame" (Love me do, como el primer disco simple de Los Beatles), el rescate más contemporáneo del mito vía Louta, ya imagina ese escenario en el que su sonrisa es inmune a cualquier metamorfosis distópica de su Buenos Aires querido.