El germen de las ideas
Casi cuatro décadas después de que Víctor Grippo vinculara la energía vegetal a la conciencia, la galería Van Riel exhibe los bocetos que dieron origen a sus obras: sencillos dibujos en lápiz sobre papel, que expresan la fuerza de un artista genial
"El tiempo no es un objeto, sino una idea. Se extinguirá de la mente", dice Kirilov. La cita del personaje de Dostoievski acompaña una instalación de Víctor Grippo: son cuatro papas unidas por cables a un medidor de energía en el que los números se suceden, condenados a desaparecer. Como nosotros.
En un intento por desafiar ese destino inevitable, Nidia Olmos está a punto de abrir una fundación que lleva el nombre de quien fue su marido y acaba de rescatar del olvido viejos bocetos de este artista genial, para exhibirlos junto con otras obras en la galería Van Riel. Son dibujos en lápiz y tinta sobre papel, en los que Grippo sembró sus ideas. Germinaron en su casa-taller de Juncal 2170, donde pasaba sus días sentado en un modesto banquito verde, pensando, conversando, creando. Y echaron raíces profundas en la historia del arte argentino.
Eso fue hace mucho tiempo. Hace casi cuatro décadas creó su Analogía I , la primera instalación con papas que vinculó la energía vegetal a la conciencia, en medio de la densa atmósfera de 1970. En ese momento la obra pasó casi inadvertida, salvo para los entendidos, y durante años Grippo fue un artista de culto; hoy se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes, a cuyo patrimonio pertenece.
Aun así, tal vez sea difícil para muchos asimilar que una galería de arte exhiba planos de circuitos eléctricos o del mecanismo de un encendedor. Hay que saber mirar, en la mayoría de los trazos, el valor histórico de esos juegos de Grippo con la transmutación, los símbolos alquímicos, el peso, el equilibrio y el tiempo. Sin embargo, la simplicidad y la poesía de algunos de ellos bastan para demostrar su capacidad de conmover. Por ejemplo, el que representa un banco elevándose y una piedra cayendo, junto a la siguiente frase: "Es una llama que enciende mi alma. Si no es amor, amor será".
Paulina, la hija de Nidia, colgó esas obras en la misma galería donde el artista participó de una exposición en 1981, junto con otros colegas como Enio Iommi. "Si bien entonces estaba representado por Ruth Benzacar, Grippo tenía una relación de respeto mutuo con mi padre, Frans -recuerda Gabriela Van Riel-. Y una noche, en una muestra, me dijo que algún día le gustaría hacer algo con nosotros."
Ese día llegó casi siete años después de su muerte y cuatro luego de la retrospectiva que realizó el Malba en homenaje a una carrera que incluyó importantes exposiciones en varios países de América y Europa, así como el Gran Premio de la Bienal de San Pablo, que ganó en 1977 junto al Grupo de los 13. El mes pasado, en el Centro Cultural Recoleta, se exhibieron fotografías del edificio donde vivía y del interior de su taller, tomadas por Oscar Balducci y Gian Paolo Minelli.
Esta última exposición y la de Van Riel señalan "el tiempo en el cual se comienza a difundir más allá de un pequeño círculo no sólo el modus operandi -la modalidad de trabajo-, sino también el modus vivendi de este artista singular. Para él, ambos modos eran las dos caras de un Jano bifronte", destaca la historiadora de arte Mercedes Casanegra, autora del texto del catálogo.
Y agrega: "Grippo decía que la Argentina era «un país de laboratorio». Y así vivía en su casa-taller, como un artista-científico-pensador, con una concepción micro-macrocósmica de la existencia. Le gustaba mucho cocinar, presenciar el proceso a través del cual un alimento se fundía con otro para formar algo nuevo. Le fascinaba que esa energía fuera absorbida por el cuerpo y siguiera transformándose, una idea que atravesó toda su obra. La papa y el poroto le interesaban especialmente, por ser productos latinoamericanos que conquistaron el mundo."
Mientras planea abrir el taller a los investigadores, Nidia Olmos recuerda con nitidez ese "ida y vuelta continuo" de Grippo entre la hornalla siempre encendida y sus mesas de trabajo repletas de herramientas, una de las cuales perteneció a Leopoldo Marechal.
"Era muy noctámbulo, le gustaba crear en soledad -dijo a adn cultura-. En silencio o escuchando música clásica, muy bajita. Y aunque era retraído para los encuentros sociales y se hizo fama de hosco, tenía el don de la conversación y un sentido del humor exquisito. Cuando yo volvía de trabajar en la escuela, me recibía con un mate en una mano y el otro brazo estirado; me ofrecía unas tostaditas muy saladas, que hacía para levantarme la presión. Las llamaba las «levantaviejas»."
En ese clima de fusión entre arte y vida nacieron las Mesas de trabajo y reflexión que presentó en la Quinta Bienal de La Habana, en 1994. En todas ellas hay una frase, y una de ellas comienza así: "Sobre esta tabla, hermana de infinitas otras construidas por el hombre, lugar de unión, de reflexión, de trabajo, se partió el pan cuando lo hubo; los niños hicieron sus deberes, se lloró, se leyeron libros, se compartieron alegrías. Fue mesa de sastre, de planchadora, de carpintero. Aquí se rompieron y arreglaron relojes [...]".
Uno de los sueños de Grippo, justamente, era que se recuperara el amor por los oficios; ese diálogo entre el hombre y la herramienta que se produce "en el largo proceso de modificación de la naturaleza". "Quizás en algún momento -escribió en 1976-, el esfuerzo sostenido y concertado mejore al hombre y la sociedad, y nuevamente sea válida la coincidencia entre arte y trabajo, en un único ritual humano."
© LA NACION
FICHA
Víctor Grippo. Modus operandi - Muestra ecléctica.
En
Van Riel
(Juncal 790, PB), hasta el 13 de diciembre.
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