Florencio Molina Campos: a 130 años del nacimiento del popular pintor que le dijo “no” a Disney
Sus obras alcanzaron la masividad a través de los míticos almanaques de la firma Alpargatas y llegaron a ser admiradas por figuras como Marcelo T. de Alvear, Nelson Rockefeller y Walt Disney
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Como en los célebres almanaques de Alpargatas en los que retrató la cultura gauchesca de antaño, los días corrieron en el calendario y se volvieron años, décadas, un siglo y más hasta cumplirse hoy el 130 aniversario del nacimiento de Florencio Molina Campos (1891-1959).
El tiempo transcurrido invita a una revalorización de una obra que es testimonio iconográfico fundamental de la argentinidad y la tradición campera. La vida del gaucho se enmarca en sus cuadros de cielos altos y horizontes bajos a través de escenas entrañables, con humor, originalidad y acento en los rasgos característicos del quehacer de los paisanos.
Con sencillez experta y meticulosidad, el artista pintó las pampas solitarias de comienzos del siglo XX y a sus gentes dentro de un volumen de obra “incomensurable”, de “más de mil y menos de diez mil” creaciones, según calcula hoy su único nieto, Gonzalo Giménez Molina, al frente de la editorial Molina Campos Ediciones y cotitular mayoritario de los derechos sobre su obra.
“Yo no hago más que expresar la realidad, exagerando ciertos rasgos de personas y animales. Pinto al gaucho, el que he visto en años lejanos, cuando aún existían verdaderos gauchos, porque los conozco y los comprendo. Dentro de poco, aventados por el progreso y el cosmopolitismo, será tarde para copiarlos del natural”, decía el pintor y dibujante costumbrista en 1951. Su técnica, aclaraba, reparaba en eliminar todo lo que recargara el cuadro u obscureciera su sentido. “El gaucho, al verse representado así, se reconoce, nunca lo muestro en situaciones arbitrarias”, decía.
Las escenas campestres de Molina Campos llevadas a los almanaques llegaron masivamente a los hogares de todo el país, constituyendo la base de una pinacoteca popular argentina sobre soportes masivos y no tradicionales. El artista alcanzó asimismo la proyección internacional tras sus años vividos en Estados Unidos y sus exposiciones por distintos destinos de Europa. Con raíz en lo ‘nacional’, Molina Campos llegó a Disney, donde se negó a participar en los proyectos que se le ofrecían tras ver alterados en los dibujos varios elementos identitarios del folklore local. El artista también dijo “no” a Nelson Rockefeller cuando éste le pidió que retratara a los cowboys americanos, argumentando que, por no sentirse capaz de captar su esencia, consideraba que lo estaría “estafando” de aceptar el encargo.
A pesar de la popularidad alcanzada por el artista, no hay en la actualidad en la ciudad de Buenos Aires un espacio donde poder ver sus obras. Y las disponibles en el Museo Nacional de Bellas Artes no están en exposición. Para contemplar parte de su legado, hay que dirigirse al Museo Las Lilas, en San Antonio de Areco. En tanto, el Museo Florencio Molina Campos, inaugurado a finales de los años 70 en Moreno y perteneciente a la fundación homónima -creada por su viuda, María Elvira Ponce Aguirre-, se encuentra desde hace años sin obra del pintor y a punto de ser trasladado a un nuevo inmueble que también se ubicará en Areco, lo cual generó un gran malestar en los vecinos de Moreno por la pérdida de un elemento patrimonial icónico de esta localidad.
Almanaques que hicieron historia
Nacido en Buenos Aires de familias ilustres, de estancieros y militares, y formado en los más prestigiosos colegios de la época, Molina Campos pasaba de chico sus vacaciones en las estancias familiares en los Pagos del Tuyú y Entre Ríos. Fue entonces cuando empezó a dibujar el campo. Tras la muerte de su padre en 1907, trabajó en reparticiones públicas y empezó a pintar con frecuencia. Fundó luego una consignataria de hacienda con amigos, fue socio de la Sociedad Rural y se casó con María Hortensia Palacios Avellaneda, con quien tuvo a su única hija, Hortensia Molina, conocida como “Pelusa”.
Por problemas en los negocios, se fue a trabajar una finca de quebrachales en el Chaco santiagueño, donde conoció la bravura del trabajo rural. “Esas vivencias, entreveradas con los recuerdos de la infancia, reafirmaron el respeto que sentía por los paisanos y por su trabajo, sentimiento que impregnó todos sus cuadros”, señalan sus herederos.
De vuelta en Buenos Aires, retomó la pintura. A los 35 años expuso por primera vez en un pequeño stand que montó en La Rural, donde conoció al entonces presidente Marcelo T. de Alvear, que se convirtió en un gran admirador de su obra y en uno de sus mentores. En 1927, en una muestra realizada en Mar del Plata, conoció a su segunda mujer, Elvira Ponce Aguirre, que lo acompañaría toda su vida.
En 1931, realizó su primera muestra en Europa, en París, y se publicó su primer almanaque para Alpargatas con reproducciones de 12 obras suyas en tono caricaturesco sobre los personajes de la pampa y el diario trajinar de los peones, imitando su lenguaje, ademanes, indumentaria y faenas. Los almanaques constituyeron un hito en la historia publicitaria de la Argentina. Se editaron desde 1930 a 1936, de 1940 a 1945 y se hizo una reedición en 1961 y 1962. Debido al suceso Molina Campos, en 1935 la compañía advertía: “Este calendario es una obra de arte y por lo tanto será de aquí a algunos años de mucho valor; cuídelo no doblándolo de ningún modo”.
Alpargatas, y también Minneapolis Moline, empresa de maquinaria agrícola norteamericana que realizó almanaques con sus pinturas entre 1944 y 1958, editaron millones de ejemplares que enviaban a todo el mundo, además de los que se colgaban en los hogares argentinos, pulperías y almacenes. Estas reproducciones constituyeron la obra más difundida del artista.
Los motivos de su negativa a trabajar con Disney
Hacia los años 40, el pintor viajó a Estados Unidos para estudiar animación becado por la Comisión Nacional de Cultura. Fue entonces cuando, interesado por sus obras, Walt Disney lo contrató como asesor técnico de películas de dibujos animados ambientadas en la Argentina. La compañía realizó tres cortos con referencias locales: Saludos amigos, El gaucho reidor y Goofy se hace gaucho, donde el icónico personaje animado aparece en la piel de un cowboy americano comparándose con el gaucho argentino.
Al detectar distorsiones en el contenido de los films (un gaucho vestido de cowboy con el Pan de Azúcar detrás o el sonar de una cueca chilena), “fruto de una mirada poco conocedora del campo argentino”, el pintor renunció. “Esta actitud suya no se hizo pública, por lo que el artista recibió la reprobación de los críticos que lo juzgaron duramente en el convencimiento de que el contenido y el arte de las películas habían contado con su aval”, señala la familia. En una carta de 1942, el artista explica lo sucedido: “me mostraron – en “rough”- una película (Flying gauchito) que adolecía de los defectos consiguientes de una ejecución improvisada, sin más elementos que los que pudieron captar en su breve permanencia en Argentina, mis prints de los almanaques de Alpargatas y cierta información oficiosa obtenida aquí. Les hice notar ciertas situaciones inaceptables y me contestaron que no era posible realizar modificaciones, que demandaría gastos. Le hice la reconvención al propio Disney de por qué no me llamó antes, a la que no supo qué contestar. En realidad, y no quiero hacer un juicio temerario, han esperado que yo encontraría todo bien y que daría mi consentimiento, sin objetar nada”.
Cuentan su familia que Molina Campos nunca hizo fortuna. “En dos oportunidades al menos pudo haber contado con mecenas importantes, Walt Disney -que llegó a visitar su rancho Los Estribos, en Moreno- y Nelson Rockefeller, pero en las dos ocasiones declinó por principios”. Pese a ello, el último de ellos terminó integrando el Club Molina Campos creado en Washington en 1952 que reunía a los admiradores del artista.
El carismático pintor se convirtió durante los años en que vivió en Estados Unidos en una suerte de embajador cultural argentino. Es así como se lo puede ver en fotos de la época junto a Charles Chaplin -con quien compartió un palco-, Bob Hope, Rita Hayworth, Rachmaninov y hasta enseñándole a bailar el malambo a Fred Astaire.
Su legado, hoy
La Fundación Florencio Molina Campos -creada por iniciativa de su viuda Elvira Ponce- y Gonzalo Giménez Molina, único nieto del artista y fundador, junto a su madre Hortensia “Pelusa” Molina, de la editorial Molina Campos Ediciones, difusora de su obra, son los titulares de los derechos sobre las obras del pintor.
El Museo Florencio Molina Campos de Moreno se acondicionó sobre un edificio donde el artista nunca vivió. Sí lo hizo en un rancho de la localidad, declarado patrimonio municipal. De concretarse el traslado de la institución a Areco, habrá en esta última localidad dos museos dedicados al artista, lo cual algunos de los allegados a su obra cuestionan ante la falta de un centro de mayor difusión dedicado al pintor en Buenos Aires. Sobre ello, opina Gonzalo Giménez: “Buenos Aires tiene barrio coreano, armenio, chino, pero no una zona emblemáticamente asociada a la cuestión criolla. En Mataderos, el mercado de hacienda se va. Siempre reivindicamos un espacio, complementado con una muestra itinerante que llegue a ciudades y pueblos chicos, para que la gente de campo del interior, los trabajadores rurales a los que mi abuelo visibilizó en sus cuadros, tengan la posibilidad de recibir una prolija muestra, pero no se logró” por falta de voluntad política.
“Los artistas plásticos no son de consumo popular, Molina Campos, sí. Y su obra está velada y circunscripta a poca gente”, insiste su nieto, quien además menciona la ingente cantidad de admiradores, pero también de imitadores y falsificadores, de la obra de su abuelo. “Él jamás se imaginó que lo iban a querer falsificar o imitar, entonces nunca llevó un registro de obra ni las numeró”, dice de quien pintaba “de forma innata, sin haber estudiado nunca, y de memoria, sin modelo vivo, en base a los recuerdos de una época”.
Molina Campos se entregaba a la pintura “básicamente de noche, escuchando música en su estudio”, e incorporando lo que en fotografía se conoce como contrapicado. “Miraba a los personajes desde abajo por el tremendo respeto que sentía por el hombre de trabajo, por esas manos toscas y esas caras duras”, relata el nieto de quien dio vida con el pincel a personajes como los gauchos Tiléforo Areco, central en sus ilustraciones; El Taura, también reflejado en varias de sus obras, Eleuterio Gaitán o el capataz don Celesto Aguilera.
A finales de los años 50, el artista construyó una escuela en terrenos de su propiedad en Moreno, donde dio clases junto a su esposa a niños de la zona. Florencio Molina Campos murió en Buenos Aires el 16 de noviembre de 1959, dejando varios proyectos sin terminar. Sin embargo, el pulso de su tiempo sigue latente en sus representaciones rurales, donde las horas transcurren entre ‘chinas’ que cocinan para peones que juegan al truco al finalizar la jornada, paisanos que duermen la siesta sobre carros pasteros o sus caricaturescos caballos de ojos saltones que galopan audaces al caer la tarde por las llanuras.
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