La ayuda llegó a una biblioteca de Luján
Durante dos años será subsede de la Universidad Nacional de San Martín, a cambio de un subsidio
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La Universidad Nacional de General San Martín y la empresa petrolera Total Austral resolvieron dar ayuda a la Biblioteca Furt, que, con más de 40.000 volúmenes, es una de las más importantes colecciones privadas de la Argentina y del continente.
Una carta publicada en La Nacion alertó sobre el riesgo que corría ese acopio de cultura al no contar con ningún apoyo oficial y ver cada vez más comprometido su mantenimiento.
La casa de altos estudios bonaerense firmó un contrato para que la biblioteca funcione como subsede de la universidad durante dos años, a cambio de un subsidio, mientras que la petrolera ha obsequiado una computadora que permitirá informatizar el contenido bibliográfico, lo cual se hacía hasta ahora en forma manual.
La universidad, además, contempla la posibilidad de editar el Archivo Alberdi –documentos personales y más de 7500 cartas del autor de las Bases, nunca publicados–, que figura entre los materiales americanos más valiosos del patrimonio.
La colección, en la que desde 1957 se destacan incunables, códices y antifonarios y piezas únicas en el mundo, se mantiene a duras penas con lo recaudado por las esporádicas visitas de estudiosos y universitarios extranjeros.
La biblioteca forma parte del casco de la estancia Los Talas, situada a pocos kilómetros de la ciudad de Luján. La construcción colonial, de comienzos del siglo XIX, muestra desde hace un tiempo síntomas de un creciente deterioro en techos y paredes, que pone en riesgo el reservorio.
A la muerte de su propietario, Jorge Martín Furt, en 1971, la biblioteca había alcanzado una formidable dimensión en calidad y cantidad, al punto de requerir la edificación de cuatro salas temáticas, especialmente diseñadas para su mejor conservación.
Con el mismo fervor se hizo cargo de ella su hija Etelvina, de 69 años, junto con su esposo, Ricardo Rodríguez, de 71, que expresó: “El convenio con la universidad permitirá al menos pagar la luz y el teléfono, y la computadora será de enorme utilidad”.
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La primera sala, además de textos generales sobre la explotación agropecuaria, almacena el detallado archivo de la actividad rural de Los Talas. Partes diarios, recibos, descripción de útiles, existencias y movimientos representan un perfecto modelo de manejo de las estancias argentinas en el siglo XIX, por lo que es materia de consulta en la elaboración de tesis y doctorados.
Otra sala está dividida en dos partes: la primera contiene diccionarios, enciclopedias, diarios y publicaciones periódicas de todo tipo. La segunda exhibe una vastísima serie de literatura latinoamericana y argentina en primeras ediciones (Borges, por ejemplo), historia, geografía y ciencias naturales y la correspondencia de Mitre, Vélez Sarsfield, Sarmiento o Mariquita Sánchez, entre otros.
La tercera sala la conforman libros extranjeros, entre los que sobresalen los clásicos griegos y latinos, además de autores franceses, italianos, españoles y del resto de Europa. La última alberga el mayor tesoro de la colección, en la que se hallan muchos textos que no existen en ningún otro lugar del mundo. Es la denominada Biblioteca Antigua, con libros publicados a lo largo de 600 años, entre 1200 y 1800.
Asombran los antifonarios (compendios de salmos y cánticos), uno de los cuales, de 1500, mide 80 por 50 centímetros; un códice de 1222, en pergamino (tipo de obra característico de los monasterios medievales) o un incunable de 1487, “La summa angelica”, de Angelus de Clavicius, escrito en latín a dos columnas por página.
Los textos de este recinto –capaces de suscitar una justificada veneración– superan el millar y medio, con algunos autores de los cuales hay varias obras, como Tácito, Euclides, Séneca, Gracián o Petrarca.
Entre libros, huéspedes y estudiosos
Etelvina y Ricardo Rodríguez se las arreglan prácticamente solos con la nutrida biblioteca, cuyos ficheros son de cuño artesanal. “La crisis también llegó aquí. La actividad del campo, de 800 hectáreas, hace tiempo que da más pérdida que ganancia. Y los impuestos son cada vez mayores”, dice él.
Por eso, ha sido siempre quien se ocupa de la “higiene librera”, que se prolonga a lo largo del año: limpieza, aireación, empapado con nafta blanca y secado de los libros al sol, además de tratamiento con trementina si aparece un temible enemigo, la polilla. “Da vergüenza: deberíamos contar con un equipo de secado”, se lamenta.
¿Surgió alguna vez la idea de vender? Etelvina Furt contestó que ambos han vivido amando los libros y que nunca se les ocurriría hacer algo así. Explicó que cuando advirtieron el peligroso deterioro de los centenarios techos y paredes, y que las finanzas no alcanzaban, tomó “la decisión de hacer cualquier cosa”.
“Abrí la casa, di hospedaje y cocino para los visitantes. Pero aparecen sólo por períodos, o sea que es un ingreso esporádico”, agregó Etelvina.
Las tarifas para la estada de becarios y estudiosos van desde 30 hasta 100 pesos por habitación, incluidas las cuatro comidas. El costo es mucho menor para universitarios o secundarios locales. “Pero si viene alguien que carece de medios, igual ponemos a su disposición lo que busca”, advirtió.
Más conocida en el extranjero que en nuestro país, diversos organismos culturales y de enseñanza europeos o norteamericanos, como la Universidad de Princeton (Nueva Jersey), suelen efectuar consultas sobre material existente en la biblioteca o respecto del viaje de estudiantes. Por ejemplo, el especialista en bibliografía renacentist Roger Chartier no deja de visitarla cuando viene a la Argentina.




