
La belleza no es cuestión de peso
Daniel Veronese golpea al espectador en sus prejuicios en la obra que dirige en el Teatro La Plaza, con grandes actuaciones
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No es cierto que todos los cuerpos sean iguales. Los medios de comunicación y ciertas modas han decretado que hay cuerpos de primera y cuerpos de segunda. Los de primera, tal como nos muestran las revistas de actualidad, la televisión y buena parte del cine, son los físicos delgados, bien torneados y con algo de glamour . Los de segunda, sin duda, están representados por los obesos y por todo aquel que no se acerque a la perfección de plástico que imponen las tendencias. De más está decir que el noventa por ciento de los habitantes del planeta figura en el rubro "imperfectos", grupo integrado también por cualquiera que haya pasado los treinta años, tenga algunos kilos de más, canas, calvicie o no presente rasgos de la belleza edulcorada dominante. No es políticamente correcto decirlo, pero la discriminación a los gordos es un hecho que se percibe diariamente. De ahí que poner en escena Gorda , de Neil LaBute, con dirección de Daniel Veronese, resulte un acierto. Y lo es por muchos motivos.
Hay quienes piensan que los obesos no tienen sexo ni posibilidades amorosas, ni siquiera deseos e ilusiones como cualquier hijo de vecino. ¿Alguien vio algún teleteatrocon dos protagonistas obesos? ¿Imagina el lector Romeo y Julieta interpretada por dos gorditos enamorados? No, claro que no, aunque curiosamente Shakespeare nunca escribió que los actores tenían que ser jóvenes, bellos y delgados. Tampoco dijo que Hamlet debía ser buen mozo. Y sin embargo, los arquetipos de esos personajes ya están instalados en el imaginario colectivo de una determinada manera y es probable que lleve siglos cambiarla.
Daniel Veronese proviene del teatro de vanguardia. Sus trabajos sobre Chejov han sido excelentes. El paso al Teatro La Plaza podía resultar un fracaso. No porque se trate del llamado teatro comercial, que puede ser malo o bueno, sino por la exigencia de éxito que impone el circuito. Sin embargo, el director, lejos de amedrentarse y sin construir en el espacio nada que se parezca a su veta experimental, golpea al espectador en sus prejuicios y en su manera de mirar el mundo. Y lo hace, sobre todo, en una escena memorable. Es aquella en la que aparece Elena en la cama con Tomás. Elena, el personaje de la excelente actriz española Mireia Gubianas, es obesa y tiene celulitis. Tomás, otro admirable trabajo de Gabriel Goity, es su novio y disfruta con ella. Cuando Elena aparece en el escenario en ropa interior, entre el público surge un murmullo ahogado. Los espectadores parecen preparados para ver otro tipo de cuerpos en situaciones amorosas. No obstante, a sala llena y al final, esos mismos espectadores aplauden de pie y emocionados. ¿Qué ocurrió? Algo bastante simple: los imperfectos somos mayoría. Con más o menos kilos, con arrugas, con carnes flácidas y ya lejos de la adolescencia y sus ostentaciones, una actriz valiente, en la piel de un personaje encantador, luce su cuerpo en el escenario para afirmar que hasta la mediocridad tiene fecha de vencimiento. Esa mediocridad, tan bien encarnada por Juana, una tilinga, una boba escapada de un manual de primeras idioteces encarnada correctamente por María Socas, es la que legisla sobre cómo deben ser los cuerpos para ser aceptados en sociedad.
El caso de Nacho, el personaje más siniestro de la obra, es distinto. Muy bien interpretado por Jorge Suárez, Nacho es el personaje que más hace reír al público. Ahora bien: ¿de qué se ríe la gente? ¿De textos como el siguiente: "No nos gustan los diferentes: los gordos, los putos, los ciegos. Los viejos me dan asco"? Este parlamento, que podría haber sido dicho por Hitler, aparece en boca de un oficinista, un porteño medio, común y silvestre. Tenía razón Primo Levi cuando escribió: "Los monstruos existen pero son poco numerosos para ser verdaderamente peligrosos; los que son verdaderamente peligrosos son los hombres comunes".
A unas pocas cuadras de distancia, en el Multiteatro, otro director de vanguardia se anima con el circuito de la avenida Corrientes. Se trata de José María Muscari, el mismo que hizo un buen trabajo en Fetiche y que ahora estrenó En la cama , una obra que no es más que un compendio de lugares comunes sobre el sexo, la infidelidad y los conflictos de pareja. Lo curioso es que el campo intelectual lo perdona porque es Muscari. Si este mismo espectáculo lo hubiese hecho Gerardo Sofovich, harían cola para pegarle. Como se trata de un director "prestigioso", cierta crítica busca en vano en el escenario algo que se parezca al buen teatro. Sin ir más los lejos, los desnudos de Viviana Saccone y Mónica Ayos en este espectáculo pueden aumentar la venta de entradas, pero nadie se animaría a afirmar que tienen alguna justificación dramática. Mireia Gubianas, en cambio, en ropa de playa y en una escena que no debe contarse, nos enseña a todos que la belleza no es cuestión de peso. La hermosura no está en los cuerpos; está siempre en la mirada del otro.No es cierto que todos los cuerpos sean iguales. Los medios de comunicación y ciertas modas han decretado que hay cuerpos de primera y cuerpos de segunda. Los de primera, tal como nos muestran las revistas de actualidad, la televisión y buena parte del cine, son los físicos delgados, bien torneados y con algo de glamour. Los de segunda, sin duda, están representados por los obesos y por todo aquel que no se acerque a la perfección de plástico que imponen las tendencias. De más está decir que el noventa por ciento de los habitantes del planeta figura en el rubro "imperfectos", grupo integrado también por cualquiera que haya pasado los treinta años, tenga algunos kilos de más, canas, calvicie o no presente rasgos de la belleza edulcorada dominante. No es políticamente correcto decirlo, pero la discriminación a los gordos es un hecho que se percibe diariamente. De ahí que poner en escena Gorda, de Neil Labute, con dirección de Daniel Veronese, resulte un acierto. Y lo es por muchos motivos.
Hay quienes piensan que los obesos no tienen sexo, ni posibilidades amorosas, ni siquiera deseos e ilusiones como cualquier hijo de vecino. ¿Alguien vio algún teleteatro con dos protagonistas obesos? ¿Imagina el lector a Romeo y Julieta interpretada por dos gorditos enamorados? No, claro que no, aunque curiosamente Shakespeare nunca escribió que los actores tenían que ser jóvenes, bellos y delgados. Tampoco dijo que Hamlet debía ser buen mozo. Y sin embargo, los arquetipos de esos personajes ya están instalados en el imaginario colectivo de una determinada manera y cambiarla es probable que lleve siglos.
Daniel Veronese proviene del teatro de vanguardia. Sus trabajos sobre Chejov han sido excelentes. El paso al Teatro La Plaza podía resultar un fracaso. No porque se trate del llamado teatro comercial, que puede ser malo o bueno, sino por la exigencia de éxito que impone el circuito. Sin embargo, el director, lejos de amedrentarse y sin construir en el espacio nada que se parezca a su veta experimental, golpea al espectador en sus prejuicios y en su manera de mirar el mundo. Y lo hace, sobre todo, en una escena memorable. Es aquella en la que aparece Elena en la cama con Tomás. Elena, la excelente actriz española Mireia Pubianas, es obesa y tiene celulitis. Tomás, otro admirable trabajo de Gabriel Goity, es su novio y disfruta con ella. Cuando Elena aparece en el escenario en ropa interior, entre el público surge un murmullo ahogado. Los espectadores parecen preparados para ver otro tipo de cuerpos en situaciones amorosas. No obstante, a sala llena y al final, esos mismos espectadores aplauden de pie y emocionados. ¿Qué ocurrió? Algo bastante simple: los imperfectos somos mayoría. Con más o menos kilos, con arrugas, con carnes flácidas y ya lejos de la adolescencia y sus ostentaciones, una actriz valiente, en la piel de un personaje encantador, luce su cuerpo en el escenario para afirmar que hasta la mediocridad tiene fecha de vencimiento. Esa mediocridad, tan bien encarnada por Juana, una tilinga, una boba escapada de un manual de primeras idioteces interpretada correctamente por María Soccas, es la que legisla sobre cómo deben ser los cuerpos para ser aceptados en sociedad.
El caso de Nacho, el personaje más siniestro de la obra, es distinto. Muy bien interpretado por Jorge Suárez, Nacho es el personaje que más hace reír al público. Ahora bien: ¿de qué se ríe la gente? ¿De textos como el siguiente: "No nos gustan los diferentes: los gordos, los putos, los ciegos. Los viejos me dan asco"? Este parlamento, que podría haber sido dicho por Hitler, aparece en boca de un oficinista, un porteño medio, común y silvestre. Tenía razón Primo Levi cuando escribió: "Los monstruos existen pero son poco numerosos para ser verdaderamente peligrosos; los que son verdaderamente peligrosos son los hombres comunes".
A unas pocas cuadras de distancia, en el Multiteatro, otro director de vanguardia se anima con el circuito de la calle Corrientes. Se trata de José María Muscari, el mismo que hizo un buen trabajo en Fetiche y que ahora estrenó En la cama, una obra que no es más que un compendio de lugares comunes sobre el sexo, la infidelidad y los conflictos de pareja. Lo curioso es que el campo intelectual lo perdona porque es Muscari. Si este mismo espectáculo lo hubiese hecho Gerardo Sofovich, harían cola para pegarle. Como se trata de un director "prestigioso", cierta crítica busca en vano en el escenario algo que se parezca al buen teatro. Sin ir más los lejos, los desnudos de Viviana Saccone y Mónica Ayos en este espectáculo pueden aumentar la venta de entradas, pero nadie se animaría a afirmar que tienen alguna justificación dramática. Mireia Gubianas, en cambio, en ropa de playa y en una escena que no debe contarse, nos enseña a todos que la belleza no es cuestión de peso. La hermosura no está en los cuerpos; está siempre en la mirada del otro.




