La Fama
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Una de las formas más antiguas que conocemos de concederle credibilidad a una voz o a un conjunto de voces es ponerle un nombre y convertirla así en persona, en personaje, en alguien. Lo hizo hace más de 20 siglos Virgilio, cuando introdujo en La Eneida un monstruo alado que repetía todo lo que veía y oía, sin importar su procedencia y sin chequear su veracidad. Se llamaba Fama y también Ossa y era hija de Gaia (la Tierra) o de Elpis (la Esperanza). Virgilio la necesitó para su relato sobre el origen mítico de Roma, porque las noticias tenían que circular rápido. Pero la Fama era una verdadera desgracia. Amplificaba los rumores, originaba el cotilleo y transformaba en algo sabido lo que en realidad era enteramente falso. Muchas veces, maliciosamente falso.
No es en absoluto diferente lo que hacemos hoy con las redes sociales. Les hemos puesto este nombre, las hemos convertido en una entidad, en una voz, y les empezamos a creer. Como 20 siglos atrás, y como seguramente venimos haciendo desde la noche de los tiempos, una maquinaria abstracta que puede manipularse con facilidad es hoy una de las voces que imponen la agenda y declaman la verdad. O más bien, lo que esa maquinaria abstracta llamada redes sociales decide que es verdad.
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