Las máscaras de Antonio Tabucchi
En estos momentos, Antonio Tabucchi, el autor de la novela Sostiene Pereira (sobre la que se basa el film homónimo), es uno de los escritores europeos más celebrados. En este diálogo, se refiere al nacimiento de su admiración por la obra del poeta Fernando Pessoa y a su segunda patria, Portugal; así como recuerda su juventud y reflexiona sobre su obsesión por el tema del doble que lo emparienta con Borges y Cortázar.
Durante mucho tiempo, Antonio Tabucchi fue un escritor casi secreto cuyo nombre era una especie de santo y seña para los amantes de la buena literatura, que se reconocían en cuanto lo mencionaban. Es el autor de libros tan apasionantes como El juego del revés, Dama de Porto Pim, Nocturno hindú (llevado al cine), El ángel negro, Réquiem, La línea del horizonte, entre otros. Esa fama restringida y de prestigio duró hasta que escribió Sostiene Pereira. Desde ese libro, Tabucchi se convirtió en un best-seller, en una celebridad acosada por los medios. Sin discutir el notable valor literario de esta novela, muchos opinan que no es el mejor de sus libros, pero sí el que tiene los ingredientes necesarios para que un público más amplio se haya interesado en él. Se trata de un relato desarrollado de un modo más tradicional en el que no falta una cuota de suspense, ni tampoco una actitud políticamente correcta. Por si fuera poco, Sostiene Pereira fue adaptado para el cine y dirigido por Roberto Faenza. ( el film acaba de estrenarse en Buenos Aires). Pero las circunstancias excepcionales no terminaron allí, la película se convirtió en la última del entrañable actor Marcello Mastroianni, que falleció poco después de ese trabajo conocido en la Argentina póstumamente.
Encontrarse con Antonio Tabucchi en Lisboa es una experiencia privilegiada. Desde su juventud, el escritor italiano ama Portugal. Esa pasión está, desde sus comienzos, marcada por lo literario. Tabucchi empezó a interesarse por ese país a través de un poeta magistral, Fernando Pessoa. Tabucchi fue uno de los intelectuales que más hizo en Europa para que se conociera la obra y la personalidad de Pessoa.Uno podría pensar que, así como Betteredge, el mayordomo de La piedra lunar de Wilkie Colins consultaba el Robinson Crusoe de Daniel Defoe cada vez que debía tomar decisiones importantes porque suponía que allí encontraría las respuestas para sus problemas, Tabucchi recurre a Pessoa en ocasiones semejantes.
En los cuentos y novelas de Tabucchi, Pessoa es un personaje más al que se cita, que uno espera encontrarse a la vuelta de una página, o de una esquina de esa Lisboa que el italiano describe tan bien y que incita a amar.
-Usted quiere que le hable sobre Lisboa. Lisboa es, para mí, sobre todo, los amigos. Aquellos que se quedan, que permanecen, pero también aquellos que ya no existen, su memoria. La memoria de Alexandre, gran poeta anarquista, lleno de resentimiento y ternura con el cual recorrí Lisboa en mi juventud. Alexandre era un bohemio y se conducía como tal. Tenía trabajos temporarios. Durante el día, sobre todo, dormía, y por la noche traducía literatura. Tradujo a Bertold Brecht, Jarry y a Malaparte. Después, a las cuatro de la madrugada, íbamos a cenar a los mercados generales, que entonces estaban en el Campogrande, y allí se comía bacalao con grao. Alexandre me ha dejado una gran añoranza. Vivía en la rua da Saudade. Yo escogía aquella rua para situar la habitación de mi Pereira. Es un homenaje a mi amigo Alexandre, que conocía Lisboa como ningún otro; e Isabel, a la que conocí en tiempos del salazarismo y que desapareció en el misterio; y Ruy, que escribió poemas lindísimos; y Asís, el viejo Asís, al que tanto le gustaba la literatura italiana.
Pero, afortunadamente, hay aún muchos amigos que se quedan, con los cuales vivo mis días de Lisboa. Me gustaría recordarlos, si no a todos, por lo menos a alguno como José, gran escritor que ha escrito la novela más profunda sobre el salazarismo y el machismo portugués y lo ha escrito como una novela policial.
-¿Cuál fue su formación cultural?.
-Mi educación cultural es francesa. Pasé un año en París y vi allí el cine que no se podía ver en mi patria: Renoir, Buñuel. Me acerqué a Dalí, al surrealismo francés, Cocteau, la vanguardia. Y después, la literatura europea, porque yo hablo de principios de los años 60, cuando, en cultura, Italia era un país bastante provinciano.
Literariamente Tabuccchi fue un muchacho que se alimentó, en gran parte, de literatura española. Partió de Don Quijote, y después se interesó por Jack London, por Alicia en el país de las maravillas, por Stevenson y Pinocho; y se fortaleció frecuentando, entre otros autores, a Galdós, Lorca, Borges, Pirandello, Gadda, Sciascia, Pasolini, Svevo, Kafka, Machado...
-¿A qué se debe el interés que manifiesta por las literaturas española y portuguesa?.
-En realidad, mi pasión por Portugal y por Pessoa nació, como tantas otras cosas, de la causalidad. Cuando yo era un estudiante de Filosofía y Letras, me interesaba sobre todo la filología románica y también la literatura española. Pero, durante un verano, viajé a París. Un día, caminando a orillas del Sena, descubrí en el puesto de un bouquiniste, esos libreros de libros usados apostados en los quais, un ejemplar de Bureau de tabac de Fernando Pessoa. Yo no conocía nada de él. Lo compré. En el viaje de regreso a Italia, lo leí en el tren, me entusiasmó y, en cierto sentido, cambió mi vida. resolví cambiar la orientación de mis estudios. Por si fuera poco, también organicé un corto viaje a Portugal. Quería conocer la tierra de ese autor que tanto me había gustado. Y allí me fui con mi coche.
-¿Qué Portugal descubrió?.
-Mi primer contacto con Portugal fue a mediados de los años 60. Era el momento final del régimen de Salazar. Conocí a escritores perseguidos por el régimen y que tenían muchas dificultades. Surgió en mí un sentimiento de solidaridad cómplice hacia todos ellos. Y, desde entonces, fue como si tuviera dos patrias.
-Usted también ha leído mucho a los poetas españoles, como Machado.
-Es cierto, pero mis lecturas profundas no son poemas, sino novelas y cuentos. De formación soy narrador. Me parece que para poesía y prosa hay musas diferentes, aunque esta afirmación es un poco categórica porque lo que se escribe a final del milenio ya no es cuento, poesía o novela sino, como lo llaman, los críticos, texto.
-Un personaje suyo dice que El proceso de Kafka es el libro más valiente que se ha escrito.
-El proceso es valiente porque es más fácil hablar de los vivos que de los muertos. Yo en Réquiem hablé de los muertos como si estuvieran vivos.
-Usted prefiere Flaubert a Stendhal. ¿Por qué?.
-Stendhal es una de las manías inocuas que tengo. Es como el fútbol: si no eres del Madrid, eres del Barcelona. Yo también leo a Stendhal, pero no lo siento como alma gemela. A mí me gusta más Flaubert porque es incapaz de vivir la vida. Stendhal es tan capaz... vivía demasiado intensamente. A Flaubert le gustaba mirar la vida tras la ventana y casi tenía miedo de su amante. Lo siento más próximo. No me gustan las personas demasiado vitales. Me gustan las personas que no se encuentran bien en ningún lugar y cuando se encuentran bien en un lugar querría estar en otro.
A menudo se me dice que, dejando a un lado mi interés por Pessoa, se advierte en mí una particular inclinación por la cultura francesa. Sobre todo me lo dicen quienes se refieren a Sostiene Pereira. En el libro Conversaciones con Antonio Tabucchi, de Carlos Gumpert, ya me he referido a ello. En realidad, en Sostiene he rendido homenaje a una serie de escritores franceses que se comprometieron durante la Guerra Civil española, como los católicos Bernanos y Mauriac. En ese entonces, por ejemplo, la cultura portuguesa estaba muy influida por la francesa. La inglesa no tenía en esa época tanta preponderancia sobre los intelectuales de Portugal. Por eso, Pereira se muestra tan sensible a todo lo francés. Curiosamente él ,que admira a Mauriac y a Bernanos, termina teniendo problemas por publicar autores francesas del siglo XIX, como Daudetcuyos relatos aparentemente tenían poco que ver con la actualidad.
Tabucchi habla fluidamente en francés, por supuesto, en italiano, en español, y ha escrito un libro en portugués. Vive en Italia y en Portugal. Parece pertenecer a dos culturas, sino a varias.
-¿En qué idioma piensa?.
-Soy un esquizofrénico cultural y linguístico. Tengo un alma que frecuenta dos márgenes diferentes de unalengua y esto no se hace sólo con la racionalidad, sino también con el sentimiento. Pero puedo controlarlo muy bien. En una oportunidad, le dije a Gumpert que mi interés por Pessoa está relacionado en parte con el modo en que él se había escindido en varios seres, sus heterónimos, aquellos que escribían otras obras bajo otros nombres y que, sin embargo eran él. A pesar de ello, consiguió en su obra una gran unidad. No cayó en ningún momento en la locura. La fascinación que ejerce sobre mí tiene que ver con esa división.
-Me gusta la manera en que usted se adentra en un país, en un personaje. No tiene nada de intelectual. Por ejemplo, en sus libros da gran importancia a la cocina. Buena forma de penetrar en la cultura de otra nación.
-Por cierto, la comida es una llave mágica para entender y gozar de un país o de un lugar que se desconoce. Lamentablemente ahora se está implantando en Lisboa la nouvelle cuisine, una de las cosas más detestables que existen. Yo prefiero frecuentar las tascas, donde se come encima de un paño de papel que luego se recoge y se tira, donde uno puede comer el conejo como se comía tradicionalmente, las sardinas, la acorda de marisco... En mi casa de Pisa, por ejemplo, cocino. Algunas son recetas inventadas o recreadas, otros son platos que probé y aprendí en mis viajes, no sólo por Europa, sino por Oriente.
-En Pequeños equívocos sin importancia, usted dice: "Sintió vergüenza por no haber conocido el amor". ¿Qué vínculo hay entre esa afirmación y su vida?.
-La conciencia del amor es fundamental para comprender la vida. Por eso no me gustan los santos, especialmente los santos vírgenes. Los considero como marcianos, y tal vez estoy siendo injusto con los marcianos.
-Sus libros, a menudo, se desarrollan en tierras lejanas y hasta exóticas. ¿De qué modo influyen sus viajes sobre su inspiración?.
-Nunca he viajado para inspirarme. Lo he hecho por trabajo. Posteriormente esas experiencias resurgen en la memoria y es entonces cuando pasan a formar parte de un libro. No me atrae lo pintoresco; lo que me hace cobrar cariño e interés por un lugar son las personas que habitan en él.
-¿Cómo es su vida cotidiana ?.
-Cuando me pongo a escribir, me encierro una semana entera sin ver a nadie. Mi mujer me deja provisiones, mis hijos tienen amigos por Portugal. Cuando no escribo, escucho música por la mañana, almuerzo en casa con la familia, visito a un amigo por la tarde y por la noche me gusta ir al cine. También me gusta pasear, quedarme en un café simple donde conozco a personas sencillas. Conversar con ellas, asistir al juego de las cartas. No me gusta jugar, pero sí mirar. Los jugadores son muy celosos pero, como son amigos, me dejan que mire. Yo comento: "Mira, José, hiciste muy mal". José se queda un poco enfadado. "Cállate, Antonio, tú no sabes nada de cartas`. Son jornadas muy tranquilas.
-Usted ha situado sus últimas novelas en Portugal y la mayoría de las otras se desarrollan fuera de Italia. Hace años que no escribe sobre su patria. ¿Por qué?.
-Tengo textos situados en Italia. Piazza d`Italia, por ejemplo. La literatura no tiene cronología. Sobre mis relaciones con el mercado italiano, no estoy dispuesto a hacer sociología barata. Me vine a Portugal y escribí sobre Portugal porque me dio la gana.
-¿Pereira?.
-Pereira es una criatura perfectamente literaria, de invención, y tiene el estatuto de la fantasía, aunque esté situado en un momento histórico muy determinado.
-En Sostiene Pereira se lee: "Qué dura es la vida de los periodistas, sobre todo la de los que no saben nada". Nocturno hindú es consecuencia de un viaje a la India, Dama de Porto Pim, de su paso por las Azores, Requiem habla de sueños y de su Portugal interior. ¿No investigó el mundo periodístico de preguerra en Portugal?.
-Mire, Pereira es un periodista muy particular porque no debe dar información sobre el Gran Premio de Montecarlo o sobre el último terremoto en la India, sino que tiene una pequeña página cultural que trata de literatura y su problema es saber si la literatura puede ser útil desde un punto de vista ético, moral y estético. Una preocupación fundamental. Mi novela tiene un lado político pero no querría que se leyera exclusivamente de ese modo. La vida del escritor, la de un intelectual es meditativa, más que de participación activa. Y Pereira está más cerca de ese tipo de personaje. Sin embargo, se produce en él un cambio muy importante. Cae en el arrepentimiento. Pero no se trata tan sólo de arrepentirse de su desinterés político, sino también, y sobre todo, del existencial. El quisiera haber vivido otra vida, tener otro pasado. Como su conexión con la literatura es tan fuerte, al replantearse su vida, se replantea también la actividad literaria. El lazo entre política y literatura, del que toma conciencia, es tan sólo un aspecto de la transformación que se opera en Pereira.
-Hay unos versos de Drummond de Andrade que usted recuerda a menudo: "No quiero a Häendel por amigo, ni escucho el matinal de los arcángeles. Me basta lo que ha venido de la calle, sin mensajes, y que, como nos perdemos, se ha perdido".
-El poema de Drummond de Andrade tiene que ver con mi poca formación musical, con la educación que recibí desde niño porque crecí en la Toscana, una región riquísima visualmente. Mi formación, mi mundo, está relacionado con la mirada, con los museos, la pintura. Florencia es una ciudad eminentemente visual que forma parte de mi historia. Ese universo de catedrales, de iglesias renacentistas o medievales, influyó en mí más que la música. La emoción estética entra en mí a través de los ojos más que de los oídos. Mi educación musical es tardía y artificial.
-En sus libros, a menudo aparece el tema del doble, uno de los temas caros a Borges, y el del revés de las cosas, ese aspecto nocturno que uno intuye en todo lo que nos rodea. ¿Por qué?.
-En realidad, el doble es un ser que está dentro de nosotros. Todos tenemos la sensación en algún momento de nuestras vidas de albergar no sólo uno, sino muchos otros personajes. Cada uno de nosotros somos muchos. Sin embargo, pareciéramos estar apresados en un dilema lógico, el de la identidad. No podemos ser más que ése que somos. Pero anhelamos ser otros, vivir otras vidas. El artista, el escritor, se lo pueden permitir a través de sus creaciones, de los seres que inventan. Pessoa creó sus heterónimos; esos otros escritores, emanaciones de sí, que expresaban esos aspectos distintos del Pessoa "oficial", es decir de sí mismo, pero, ¿de qué "sí mismo"?.
Esto también está relacionado con el lado oculto, el revés de todas las cosas, esas sombra inquietante que envuelve lo que nos rodea. A menudo, experimentamos esa sensación de que todo lo que vemos y que sentimos, oculta otra dimensión. Es, al mismo tiempo, una región inexplorada, distinta del mundo y de nosotros mismos. Porque sospechamos el peligro que entraña arriesgarse a pasar del otro lado, utilizamos máscaras para transformanos en otros. Cruzamos esa frontera que nos lleva al revés de las cosas, protegidos por máscaras. Lo hacemos en la vida cotidiana, en los carnavales, en el sueño. Nos enmascaramos en palabras, en actitudes, en poses. Hasta en los momentos oníricos, cuando nuestros fantasmas están en libertad, cuando nos perdemos en pesadillas y en ensueños, las fantasías, los temores, los deseos que nos acosan, se revisten de las máscaras de otros rostros para ocultar y, al mismo tiempo, revelar, lo que tanto temor nos inspira.
Esos temas me atrajeron en Borges, pero también en Cortázar.
-Entre las constantes de sus libros se halla la idea del laberinto.
-Sí. Una obsesión compartida con Borges y también con Cortázar. Pero mi idea del laberinto no está ligada tanto a lo espacial, como a la existencia. Las personas que encontramos en nuestras vidas nos marcan y son algo así como cruces de caminos. A partir de esos encuentros, se abren senderos distintos que se multiplican de un modo perturbador. Es inquietante pensar que, por otra parte, cada uno de nosotros es para los demás un cruce de caminos. De modo que las posibilidades de encuentros, de desencuentros, las distintas orientaciones posibles, se vuelven infinitas. Es como si ninguna historia pudiera terminarse, porque, de verdad, todo permanece abierto, en la literatura y en la vida.
Director de la revista española Ajoblanco
Para La Nación-Barcelona, 1997