Leonardo Padura en Argentina. “Ninguna isla es totalmente una isla”
De visita en Buenos Aires para presentar su nueva novela, el escritor señala que “al Estado cubano le faltó la voluntad política de pedir disculpas a artistas e intelectuales” por las persecuciones y censuras
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“Son dos novelas al precio de una”, bromea el escritor cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955), recién llegado a Buenos Aires para presentar su nuevo libro, Personas decentes (Tusquets). Relato policial protagonizado por el detective Mario Conde (jubilado y en acción) y ficción histórica basada en un caso real se dan cita en estas dos tramas ambientadas, respectivamente, en la primavera de 2016 (durante la visita del expresidente estadounidense Barack Obama, los Rolling Stones y las hermanas Kardashian a la isla) y en 1910, cuando el paso del cometa Halley provocó primero pánico y luego una decepción extraña en una sociedad en crecimiento, y cuando tuvo lugar el asesinato de Alberto Yarini Ponce de León quien, pese a que fue el proxeneta más célebre de la historia de Cuba, convocó a multitudes en sus funerales.
“Ya tocaba volver a la Argentina -dice durante la entrevista con LA NACION en un hotel céntrico-. Después nos vamos a Montevideo, y a Valparaíso y Santiago de Chile a seguir la gira por el Cono Sur, luego de tres años sin viajar, porque con la pandemia todo se paralizó. Con la novela anterior, Como polvo en el viento, hicimos la presentación vía internet y celulares”.
El autor, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, cuenta que, cuando empieza a escribir una novela, lo primero que hace es preguntarse para qué va a hacerlo. “Mi intención era hablar de un fenómeno y de un personaje que fueron muy tremendos en la historia reciente de Cuba, ese momento de represión cultural de los años 1970, que se lo llama el quinquenio gris o, mejor, la década negra de la cultura cubana, y la figura del censor, el verdugo, el represor que yo no había tratado en mis libros de manera directa aunque sí de manera indirecta, en Máscaras, donde se cuentan los efectos de esa censura en los personajes”.
Debido a la pandemia, el proceso de escritura fue diferente esta vez. “Terminé de revisar Como polvo en el viento a principios de 2020; se publicó en agosto y luego hice la promoción entre septiembre y octubre -recuerda-. Y a mediados de octubre no tenía nada que hacer, ni podía viajar. Cuando miramos con cierta perspectiva la manera en qué pensábamos y sentíamos en ese momento, vemos cuánto ha cambiado. Con mi esposa teníamos intención de viajar a España, pero para hacerlo era necesario un permiso especial que te permitía salir de Cuba, pero no podías regresar hasta que se abrieran de nuevo las fronteras. Estábamos viviendo un momento fuera de la lógica. Hay lógicas a las que uno se adapta; por ejemplo, en Cuba durante muchos años no podías viajar o necesitabas una carta de invitación para hacerlo. Era una lógica que habíamos asumido. Hace más de diez años se puede viajar con más libertad, aunque conseguir la visa sigue siendo complicado. Pero la pandemia cambió muchas reglas de juego, y es peligroso cuando a los poderes, por miedo, se les entregan prerrogativas sin discutirlas y sin tener la posibilidad de protestar”.
-Esta novela la escribió entonces durante el bienio pandémico.
-No suelo escribir una novela cerca de la otra; la experiencia me dice que si lo haces de alguna manera sigues escribiendo la misma novela. Una novela implica la creación de un mundo donde tiene que haber una lógica, donde viven unos personajes en esa lógica y en ese contexto, como si fueran personas, y hay toda una serie de relaciones que dan verosimilitud a sus actos. Tú como escritor tienes que vivir dentro de ese mundo y cuando terminas la novela tienes que salir de esa lógica y entrar en otra aunque transcurra en la misma época, en la misma ciudad. Pero los personajes, la trama y los conflictos cambian. La anterior y está están tan cerca una de otra porque no podíamos viajar.
"La pandemia cambió muchas reglas de juego y es peligroso cuando a los poderes, por miedo, se les entregan prerrogativas sin discutirlas y sin tener la posibilidad de protestar."
-Algunos críticos españoles la consideran la mejor de la serie del detective Mario Conde.
-No lo sé, pero siempre digo que cada novela que he escrito es la mejor novela que he sido capaz de escribir en ese momento, y que si no es mejor no ha sido por falta de esfuerzo sino por falta de talento. Soy muy respetuoso de mí mismo y de mis lectores. Fácilmente, podría escribir una novela de doscientas cincuenta páginas por año; mis editores la publicarían, se venderían treinta mil, cuarenta mil o cincuenta mil ejemplares, pero no tendría sentido para mí si no implicara un reto, un intento de crecimiento respecto de la anterior.
-¿Cómo vivió usted esa “década negra” de la cultura cubana, con persecuciones y censura a grandes artistas?
-Era muy joven en esa época. Estaba terminando mis estudios preuniversitarios y empezando a estudiar en la universidad. Entro en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana en 1975 y me gradúo en 1980 como filólogo. Conde lo dice en algún momento de la novela: vivimos en esa época un momento de mucho júbilo porque la juventud es jubilosa. Si hacíamos un trabajo productivo, recogiendo tabaco por ejemplo, aquello se convertía en una fiesta, y si estábamos en el campamento de los varones, nos escapábamos para ir a ver a las muchachas; convertíamos todo eso en una alegría propia de la juventud. Sin conciencia ni información de lo que estaba sucediendo en otros contextos del país. El contexto general era la sovietización de las estructuras políticas, económicas y sociales cubanas.
-Y el de la cultura.
-En el mundo de la cultura cubana posterior a la revolución ocurren varios fenómenos importantes. Primero, la creación de instituciones culturales que resultaron claves para el desarrollo de la sociedad: el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, la Imprenta Nacional, una gran campaña de alfabetización. Esa voluntad cultural estaba acompañada de una política que dirigían personajes que venían del antiguo Partido Comunista cubano, un partido prosoviético y proestalinista con ideas sobre la cultura soviéticas y estalinistas. En los años 1970 esta política se impone a partir de acontecimientos que ocurren a finales de los años 1960, el más conocido y que todavía resuena es el caso Padilla [por el escritor y catedrático Heberto Padilla]. Por cierto, se acaba de estrenar un documental en el Festival de San Sebastián de Pavel Giroud sobre Padilla, que parece que es muy interesante. A partir de ahí se hace un congreso en 1971 del que sale la política del “parametrafio”, que fijaba ciertos parámetros a intelectuales, docentes y gente con alguna participación en la esfera cultural pública. Si eras homosexual, si tenías creencias religiosas o si tenías lo que se llamaba “problemas ideológicos”, no podías ser profesor ni representativo de la cultura cubana. Ahí se marginó a muchos intelectuales y profesores. Te voy a decir solamente dos nombres que cualquier lector más o menos enterado los habrá escuchado: Virgilio Piñera y José Lezama Lima.
-Ambos aparecen mencionados en la novela.
-Dos de los grandes escritores de la literatura cubana y de la literatura en lengua española del siglo XX. Virgilio es muy conocido en la Argentina por su estancia en el país, vivió diez años aquí. Después fueron rehabilitados. Es el típico proceso de las políticas culturales de los países socialistas: la condena y la rehabilitación. Lezama Lima muere en el 76 y Piñera en el 79 sin que se volvieran a mencionar sus nombres por años. De Lezama salió una noticia en el periódico de apenas ocho o diez líneas, anunciado su muerte. De Piñera ni recuerdo eso. Nosotros, los jóvenes, estábamos viviendo en esa misma sociedad, y no había difusión de esos procesos. Eso se vuelve a rescatar en los años 1990 y principios de los años 2000. En 1995 escribo la novela Máscaras, que trata esa cuestión y es la primera que publica Tusquets luego de que ganara el Premio Café Gijón.
-En Personas decentes, el personaje de la escritora Natalia Poblet parece verdadero.
-Así como Reynaldo Quevedo, el censor, es la síntesis de varios personajes reales, ella es la síntesis de varios artistas que fueron perseguidos. Es una síntesis que traté incluso de que tuviera un carácter más universal, por eso la pongo en diálogo con la poeta rusa Anna Ajmátova, porque este fenómenos de la marginación de los intelectuales se repitió en todas los países del socialismo real.
-¿Hubo en su país asesinatos de censores y verdugos como el que narra la novela?
-Que yo sepa no. La historia policiaca de la novela es un ajuste de cuentas desde la literatura con respecto a todo ese proceso, porque creo que ha faltado una voluntad política de pedir perdón a artistas e intelectuales por algo tan lamentable por parte del Estado cubano y sus instituciones. Por eso está esa trama policial tan dura.
-¿Y la historia de Yarini?
-Me atengo a una cronología histórica bastante estricta en la que aparece toda una serie de acontecimientos de esa época, como la cercanía del cometa Halley en 1910 y que según los adelantos científicos de ese momento fue la primera vez en la historia que se tuvo la percepción exacta del riesgo que significaba. Parece que fue una de las veces en que estuvimos más cerca del apocalipsis. Se vivió una locura universal y eso se refleja también La Habana, que vivía una locura económica, política y social en los años posteriores a la independencia y a la segunda intervención militar norteamericana en la isla, y cuando la figura pública más conocida de la ciudad era un proxeneta que además tenía ambiciones políticas. Escribí la novela para tratar de averiguar quién fue en verdad ese personaje tan contradictorio, peculiar e hiperbólico, muy difícil de definir. Su entierro fue multitudinario, el más grande de la época republicana de la isla. Se había convertido en una presencia dominante en La Habana, siendo un proxeneta.
-¿La gente lo sabía?
-Lo sabía. Él tenía sus burdeles en el barrio de San Isidro. Pero no podía ser un proxeneta cualquiera; tenía que ser un personaje con una proyección personal y política mucho más compleja. Lo ayudó mucho el hecho de ser un hombre de familia aristocrática, con una educación esmerada en colegios norteamericanos, con modales y facilidad de palabra, elegante y con un discurso patriótico en un momento de vacío nacional. Ustedes en la Argentina lo saben: en América Latina somos especialmente sensibles a los discursos populistas, y Yarini parece que lo tenía.
-¿Cuál es la conexión entre ambas historias?
-Una es quién escribe la historia de Yarini; el lector sabrá. Y hay una conexión conceptual que para mí es muy importante: ver dos momentos de gran euforia de la sociedad cubana reflejados en la ciudad de La Habana, porque quería que fuera una historia muy habanera además de policial, y que después esa euforia se desvanece. En el caso de la historia de principios del siglo XX, hubo una riqueza que tuvo que ver con la presencia norteamericana en Cuba, un momento de mucho esplendor de la ciudad. También en 2016 había gente en Cuba con negocios e iniciativas con la esperanza de la apertura de relaciones con Estados Unidos. El gobierno cubano tuvo temor de que tantos cambios provocaran una desestabilización no programada y después en 2017 llegó la presidencia de Donald Trump y cerró cualquier posibilidad de acercamiento.
-¿Trump es responsable de la falta de diálogo entre Cuba y Estados Unidos?
-Volvió al lenguaje anterior a Obama, e incluso a niveles muy bajos de las relaciones entre ambos países. Obama no fue a Cuba y no hizo lo que hizo porque quería que el gobierno cubano prosperara; él quería cambiar la situación. Y vio que para cambiarla había que cambiar la política, porque la política anterior había fracasado. Si la política de Obama hubiera prosperado, hubiera ayudado a cambiar radicalmente a la sociedad cubana. Pero Trump le devolvió al gobierno cubano la posibilidad de la trinchera, reforzó la política del bloqueo y la aumentó con infinidad de medidas.
-También se insinúa la amenaza del narcotráfico.
-Donde hay turismo, hay droga, pero la gran diferencia con otros países de la zona es que en Cuba los niveles de violencia son mucho menores porque existe droga pero no existe el narcotráfico. No tenemos los niveles de violencia que hay en Honduras, El Salvador y México.
-Su novela se publica en medio de un contexto de censura y persecución a artistas en Cuba.
-La política cultural de la Revolución cubana no ha variado en lo esencial. Ha tenido momentos más trágicos como en los años 1970 y otros de una mayor liberalidad. En los años 1990 fue muy importante la apertura de espacios de expresión. Hasta ese momento, toda la producción cultural cubana encontraba respuesta en las instituciones de la isla. Se hacían películas, se publicaban libros, se estrenaban obras de teatro. Con la crisis de 1990 ese contexto cambió por completo porque se acabó el dinero. Y los artistas cubanos empiezan a sacar sus obras fuera de Cuba, a España, Estados Unidos, Colombia. Y los escritores empezamos a publicar en otros países; mi primera novela, Pasado perfecto, sale en México. Todos los que pudieron insertarse en circuitos extranjeros lo hicieron y eso creó un espacio de mayor libertad. A la vez, con el recambio generacional la gente empezó a empujar los techos de tolerancia y se pudieron decir muchas más cosas. Mis novelas, hasta la antepenúltima, se han publicado en Cuba y han circulado, pero la anterior no ha salido porque no hay papel. Acá hay crisis de papel pero allá directamente no hay papel.
-¿Su obra es muy leída en Cuba?
-Mis libros tienen una alta demanda en Cuba. Este libro nuevo cuesta aproximadamente 23 euros en España y unos 25 dólares en la Argentina [$ 4200 en librerías locales], lo que representa el salario de un mes de una persona en la isla. Hay que hacer ediciones especiales para Cuba, y siempre lo hacemos, con una cantidad de ejemplares que no satisfacen la demanda. Pero hay factores que cambian las políticas culturales y la relación entre el consumidor de cultura y el creador: hay mucho gente que la distribuye a través de las redes, que son un espacio de creación, difusión y debate que no existía antes, y que no puede tener todo el control que el gobierno quisiera. Esta novela salió al mercado el 31 de agosto y el 1 de septiembre ya había una copia pirata y los lectores cubanos la están leyendo. Cuando yo quise leer en los años 1970 las novelas de Guillermo Cabrera Infante tuve que buscar a alguien que me las diera forradas en papel de periódico para que nadie viera qué estaba leyendo. Hoy en día en los teléfonos celulares se leen las novelas. La circulación de información es mucho más abierta. Como el sistema político y socioeconómico es el mismo en Cuba hace sesenta años, se tiene la percepción de que nada ha cambiado pero la sociedad cambió, inevitablemente. Ninguna sociedad puede permanecer ajena a los cambios y ninguna isla es totalmente una isla.
-¿Pero cómo ve la persecución a los artistas cubanos hoy?
-Hay artistas que por su labor social y política han sido reprimidos, como Luis Manuel Otero Alcántara, pero desde el gobierno han sido más cuidadosos a la hora de aplicar una política abiertamente represiva contra distintas manifestaciones. Te pueden censurar. Nunca ha dejado de existir la censura pero los niveles de represión se han ido modificando con los tiempos.
-¿Cuál es la situación de las mujeres en Cuba y cuánto incide allí el movimiento feminista?
-Si hay un sector social en Cuba que tenido la mayor posibilidad de recibir beneficios, ese ha sido el de las mujeres. Por eso en Cuba prácticamente no ha habido movimiento feminista. Me horroriza cuando me dicen que en países de Europa las mujeres ganan menos que los hombres; eso en Cuba no existe. La mayoría de los profesionales son mujeres, hace años que más del 50 % de las matrículas universitarias son de mujeres, aunque no ocupen los grandes cargos políticos. Y también en el mundo del arte. Cuando me preguntan cómo veo la literatura cubana que viene detrás de mí, siempre digo que en el terreno de la novela las tres más interesantes son mujeres: Wendy Guerra, Karla Suárez y Ena Lucía Portela. Eso nunca había pasado en la historia de la literatura cubana. Existe el machismo cultural cubano que es parte de una idiosincrasia.
-En la ficción histórica de su nueva novela las mujeres son las víctimas.
-Ahí entro en un mundo muy complejo que es el de la prostitución. La perspectiva ética que traté de darle a esa cuestión, y por eso la novela se titula Personas decentes, quería que fuera comprensiva y no compasiva. Ninguna mujer es puta porque haya nacido puta: la sociedad la lleva a buscarse la vida con los recursos que tenga. Que una mujer se prostituya por las razones que fuera no la hace indecente. Las hemos catalogado así durante siglos sin tener una comprensión real de por qué se prostituyen.
-¿Qué es ser hoy una persona decente?
-Los contextos en que viven las personas a veces las fuerzan a cruzar determinados límites éticos o legales, que no son lo mismo. A veces se puede hacer algo que es ilegal pero no indecente. Los que marcan la legalidad en una sociedad son los aparatos de poder y la decencia es decisión de las personas. Los límites legales y éticos no se corresponden. En esta novela, algunos personajes defienden la decencia en un sentido caballeresco, casi quijotesco. Quería ver estas coyunturas en un contexto como el cubano actual en el que a veces, para sobrevivir, las personas tienen que hacer cosas que no son correctas o legales, pero son necesarias en términos existenciales. También hay actos legales que, vistos desde otra perspectiva, son indecentes, como los del censor que les roba sus pinturas a los artistas.
-¿Es usted como Mario Conde un pesimista histórico?
-Uno trata de ser lo más positivo posible para poder seguir viendo el mundo con colores amables, pero cada vez más el mundo se pinta con colores oscuros y uno no sabe cuál va a ser el futuro de la humanidad. Eso me lleva a ser bastante pesimista. Leí en los libros de Yuval Noah Harari que las guerras en Europa se habían acabado y que solo serían a través de los mercados, pero hoy estamos viendo en Ucrania una guerra física, con misiles, cohetes, balas y granadas, y estamos abocados en otra gran crisis económica global y una crisis alimentaria, cuando el mundo tiene todas las condiciones para que toda la humanidad pueda vivir bien, decentemente, dignamente. Los políticos son incapaces de instrumentar las estrategias para que la humanidad tenga un respiro gracias a los avances tecnológicos y científicos. Si la pandemia de coronavirus hubiera ocurrido en 1980, hubieran muerto millones de personas; ocurrió afortunadamente en la tercera década del siglo XXI y en un año se lograron vacunas que pararon la pandemia. Hemos logrado esto de manera tan eficiente y satisfactoria, y ahora que empezó a ceder la pandemia se desata una guerra. ¿Adónde va el mundo? Cuesta mucho trabajo ser optimista.
Para agendar
Leonardo Padura conversará sobre su nueva novela este jueves, a las 19, con la periodista Hinde Pomeraniec, en la Sala Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.