
Los museos portátiles
En los tiempos modernos, los libros de arte, verdaderos catálogos de imágenes, se han convertido en objetos de consumo masivo; con ellos, las colecciones viajan y las muestras sean eternas
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Hasta comienzos del siglo XIX, sólo los viajeros cultos y los investigadores tenían posibilidad de confrontar herencias culturales diferentes. La mayoría de la gente nacía y moría creyendo que lo que veía en el pequeño poblado en el que vivía era todo lo que el mundo podía ofrecer.
Esa creencia entró en crisis con la difusión de los descubrimientos de la ciencia y las nuevas aventuras del arte. El museo fue una de las instituciones que permitieron democratizar los conocimientos. Esa invención genial fue acompañada muy pronto por otra innovación: el catálogo de imágenes, el libro de arte.
Desde hace dos siglos, los libros de arte son museos portátiles. Están disponibles a cualquier hora y casi en cualquier circunstancia. Y al permitir confrontar imágenes de épocas y culturas diversas permiten también hacer sensible la prodigiosa diversidad de la aventura humana.
Al comienzo, los libros que reproducían imágenes artísticas solían ser pobres sucedáneos de las obras originales. Ilustrados con grabados o borrosas fotografías en blanco y negro, los primitivos libros de arte daban una pálida idea de la obra a la que se referían.
Poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la impresión a color, el desarrollo de nuevas tintas, de mejores papeles y de máquinas más eficientes permitió dar otro salto esencial: de textos de consulta para especialistas, los libros de arte se convirtieron en objetos de consumo sofisticado para públicos cada vez más amplios. Las sucesivas mejoras técnicas revolucionaron permanentemente el mundo de la edición hasta el punto de que hoy es impensable una muestra de arte sin el catálogo que la documente.
Arte argentino en papel ilustración
Después de un par de años difíciles para la edición de libros ilustrados, en los últimos meses se han publicado valiosos catálogos y libros dedicados al arte argentino. He aquí un breve recorrido por algunos de los más importantes:
- León Ferrari. Retrospectiva. Obras 1954-2004, de varios autores, Centro Cultural Recoleta y Malba, 422 páginas, $ 100. Tan monumental y cuidado como la retrospectiva de Ferrari, este catálogo incluye un texto de la curadora Andrea Giunta, ensayos de artistas-críticos como Luis Felipe Noé y Luis Cammitzer, y de teóricos de la talla de Aracy Amaral y de Néstor García Canclini. También presenta varios textos del propio artista y una extensa cronología. Es un libro fundamental para conocer a fondo la obra de quien está considerado uno de los artistas más importantes que ha dado América latina en el último medio siglo. El catálogo además ya se ha convertido también en obra intervenida y en documento histórico. Ahora, por orden judicial, tiene una faja, que, prácticamente ,sustituye a la cubierta original, en la cual se lee: "Este libro contiene imágenes que pueden herir la sensibilidad religiosa, moral o ideológica del lector". Dentro de dos o tres décadas los historiadores de la cultura tendrán en este libro -y, muy especialmente, en esa faja- una fuente esencial de información para conocer los conflictos que se vivían en nuestra época.
- Informalismo. La vanguardia informalista, Buenos Aires 1957-1965, de Jorge López Anaya, Ediciones Alberto Sendros, 244 páginas, $ 95. Con este libro esencial, aparecido en el marco de la muestra antológica que se realizó en el Mamba hace un par de años, López Anaya logra hacer seductor un movimiento que fue más importante por sus consecuencias estéticas y culturales que por las obras que produjo en su momento. Riguroso, documentado hasta el detalle, el libro es también una historia cultural del Buenos Aires sesentista. A pesar de su corta duración, el informalismo y sus manifestaciones derivadas fue el nido del que salieron artistas de la talla de Kenneth Kemble, Alberto Greco, Luis Wells, Rubén Santantonin y Emilio Renart, entre otros. Porque el informalismo, más que una estética cerrada y una militancia estética, fue la puerta de apertura a las nuevas propuestas, algunas tan intensas e innovadoras como las acciones de Greco, quien hizo de su propio suicidio una obra de arte.
- Pettoruti, de Edward Sullivan y Nelly Perazzo, La Marca editora, 255 páginas, $ 160. Este libro se presentó en el marco de la gran retrospectiva de Emilio Pettoruti (1892-1971) que se realizó en el Museo Nacional de Bellas Artes. Con textos de Mario Gradowczyk y Patricia Artundo, además de Perazzo y Sullivan, el libro reproduce unas 150 obras de este artista que marcó un punto de quiebre en la historia del arte moderno en nuestro país. En las últimas dos décadas la valoración crítica de Pettoruti ha decaído, y los autores de este libro dedican buena parte de sus textos a contrarrestar esta tendencia. Si bien buena parte de la crítica local sigue rescatando su irrupción innovadora en el desactualizado panorama de las artes visuales de mediados de los 20, su producción posterior (especialmente, los cuadros que pinta en las últimas dos décadas, cuando se instala definitivamente en París) ya no entusiasma a los expertos. A diferencia de Lucio Fontana, para quien los jóvenes artistas abstractos de los 40 -como Maldonado, Kosice o Loza- fueron una inspiración esencial, Pettoruti se desentiende de toda innovación estética posterior a las primeras vanguardias del siglo XX. Es ese espíritu tradicionalista el que lo distancia en la valoración crítica de otros pioneros del arte latinoamericano moderno, como Diego Rivera, Tarsila de Amaral o Joaquín Torres García.
- Annemarie Heinrich. Un cuerpo, una luz, un reflejo, de Juan Travnik, Ediciones Larivière, 133 páginas, $ 90. Durante casi cinco décadas fue la retratista ineludible de los principales personajes de las artes y la cultura. Moderna desde el comienzo de su carrera, no se planteó su trabajo como experimentación solitaria sino como una intervención potente en el centro de la industria cultural: las tapas de las revistas más populares contaron durante 40 años con sus imágenes. Las fotografías de Annemarie Heinrich convirtieron a cientos de artistas en íconos de nuestra cultura pop. Este libro, publicado en el marco de la retrospectiva que se brindó en el Centro Cultural Recoleta, es un recorrido por su larga y brillante carrera. Los retratos de Zully Moreno (reproducidos en las páginas 108-109) muestran hasta qué punto la mirada artística de Heinrich fue una intervención decisiva en la producción de la imagen de una diva inolvidable.
- Entre el silencio y la violencia. Arte contemporáneo argentino, de varios autores, ArteBA y Fundación Telefónica, 226 páginas. Catálogo de la muestra que aún se exhibe en el Espacio Telefónica de Buenos Aires. "Entre el silencio y la violencia" es una versión ampliada de la muestra de arte argentino contemporáneo, fundamentalmente en sus vertientes conceptual y política, que la Fundación ArteBA organizó para presentar en Sotheby´s de Nueva York a fines de 2002. Las obras y artistas presentes en la muestra tienen una fuerte impronta del arte de comienzos de los 70, una etapa que en la actualidad es muy citada con liviandad, pero de la que hay poco material teórico serio. De allí la importancia no sólo de la exposición, sino de este catálogo, que además del texto de la curadora, Mercedes Casanegra, contiene ensayos de Oscar Terán (dedicado a la cultura y la política) y Daniel Link (sobre la literatura de la época). El trabajo documental se completa con una importante cronología establecida por Silvia Dolinko y las biografías de los artistas.
A diferencia del museo o de la galería de arte, el libro no logra suplir la experiencia de ver la obra, más aún cuando la misma es una intervención, una performance o una instalación. Pero el libro tiene una posibilidad esencial de la que carece el museo, aun el más rico y mejor dispuesto: está disponible y a mano en cualquier momento. Perdura más allá de la exhibición. Además, por el carácter portátil y acumulativo, permite confrontar varias muestras a la vez, organizar un recorrido temático propio de cada espectador, armar colecciones nuevas de obras nunca puestas en relación. Como quería André Malraux, el museo imaginario de la cultura humana se está haciendo y deshaciendo constantemente en el diálogo que permiten los libros de arte, esos tesoros cada vez más accesibles que hacen de cada lector un nuevo curador.




