
Memoria de la bohemia
PAGINAS ESCOGIDAS Por Peter Altenberg (Grijalbo-Mondadori)-232 páginas-($ 20)
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UN "anarquista exquisito", un "aristócrata interno", un "artista, es decir, un mediador entre el hombre y la naturaleza": no son pocas las aproximaciones que permiten la singularísima vida y la obra del vienés Peter Altenberg (1859-1919). Genio de café, poeta metido a filántropo, "pregonero en el parque de atracciones de la vida" y escritor tardío -su primer libro, el inolvidable Como yo lo veo , lo publicó a los 37 años-, Altenberg inspiró a Arthur Schnitzler, Franz Kafka, Anton von Webern, Alban Berg (creador de las Altenberg-Lieder), Thomas Mann, Arnold Schönberg y Rainer Maria Rilke, entre otros.
Poco traducido al castellano, Altenberg fue una figura central en la Viena que se preparaba para la caída del imperio austro-húngaro. Páginas escogidas , que compila fragmentos y estampas de cada uno de sus libros (desde Cómo yo lo veo hasta El ocaso de mi vida , de 1919, y los Papeles póstumos , de 1925), se destaca entre el torbellino de novedades editoriales porque reúne por primera vez en castellano los mejores escritos de un autor tan extraordinario como heterodoxo. Con un pie en Lichtenberg y otro en Robert Walser, Altenberg propone aforismos y postales, crónicas e impresiones de la vida vista desde la mesa de un café. "Se trata de extractos" -define- "extractos de la vida. La vida del alma y del día con sus azares y avatares, concentrada en dos o tres páginas, despojada de todo lo superfluo, como la carne de vaca cocinada en una cacerola". Antimoderno ("el progreso consiste en saber detenerse con humildad ante la perfección insuperable"), poeta de la belleza femenina y prócer del "vivir artísticamente", su mirada de café combina monólogos interiores que anticipan los logros estilísticos de Schnitzler en La señorita Elsa (1923), con intuiciones freudianas más morales que psicologizantes ("educar a un ser humano significa saber convertir sus cosas sexuales en anímicas").
De todas maneras, en aquellos "tiempos de guerra... del alma", su mayor preocupación, destino y filosofía fue el cuerpo femenino, al que consideraba la mejor memoria fisiológica del deber humano de parecerse a Dios. Bajo esta convicción, en más de un texto se reconoce como el tipo de persona a quien, en sus relaciones con las mujeres, le resulta "difícil encontrar el límite exacto entre la impertinencia y la adoración".Actrices, cantantes, camareras y hasta niñas de doce años como mucho fueron sus excusas para amar la belleza y no tanto el amor. "¿Amor? ¡Morfina para la enfermedad del vacío químico, soporte para una tambaleante autoestima, hábil falsificación de balances por parte de bancarrotistas psíquicos y locura de la médula espinal!", apunta. Una de las víctimas de esa cosmovisión sexual fue el arquitecto Adolf Loos, su mejor amigo junto a Karl Kraus (la tumba del escritor, en el cementerio central de Viena, es obra de Loos, y Kraus fue el orador de su entierro). En una carta de amigo fiel y desesperado, Loos recuerda que a Altenberg no le alcanzaba con reprocharle la fuga (con él) de dos de sus chicas preferidas: "Quiere matarme y anda con una pistola por ahí. No lo he visto, pero la gente tiene miedo.Dicen que está totalmente loco".
Con razón o sin ella, ésa no fue la única oportunidad en que la sociedad de la época tachó a Altenberg de loco. El, por su parte, aclaraba que su vitalidad e independencia llamaban la atención "y precisamente hay que llamar la atención para que los otros se percaten de lo estúpidos que han sido hasta ahora y de que persisten en la intención de serlo por mucho tiempo". Lúcido y brillante, llegó un momento en que no pudo más y efectivamente se volvió loco. En 1910 dejó su célebre habitación en el hotel Graben y desde entonces deambuló por hospitales psiquiátricos, crisis maníaco-depresivas y laberintos de alcoholismo (¡justo él, quien vio que "el alcohol es una navaja de afeitar en manos de un niño y un acero de Toledo, un arma de la vida en manos de un hombre sabio y maduro"!). En 1918 sobrevivió a la gripe española que mató a Egon Schiele para morir un año después, delgado y sombrío como las figuras de Schiele, entre el olvido y el inocultable desprecio burgués.
Según Robert Musil, fue "el mejor poeta de fin de siglo", capaz de "marcar el tono de la juventud de la época", junto a Baudelaire, Huysmans y Dostoievski. Por elegancia y misticismo ("Dios piensa en los genios, sueña en los poetas y duerme en las demás personas"), sólo es comparable a los húngaros Gyula Krúdy o Bela Hamvas, el notable y casi desconocido autor de Filosofía del vino . Pero Altenberg es único. Empeñado en encontrar el "estilo telegráfico del alma", construye pequeños bosquejos, diálogos o aforismos por donde se pasea un modelo de arte cuya misión ética reclama lo que cada hombre tiene de divino. "Quiero que estas palabras adornen mi lápida: amó y vio", escribe en Lo que me trae el día (1901). Y un destino similar es el que el poeta pretende para la feliz inteligencia de sus lectores.
Bohemio que vivía de sus artículos sobre los teatros de variedades o gracias a lo que conseguía por sus charlas en los cafés, el poder de su épica de la belleza femenina y su electrizante pensamiento antimaterialista, antiutilitarista y antiburgués ("en cuanto a las cosas del alma, el único principio consiste en carecer de principios") se mantiene intacto. O al menos lo suficiente para convencer de que "es preferible morir de diarrea que de estreñimiento. ¡Quien no lo entiende, es que todavía no entiende nada de nada!".




