Mercedes Güiraldes: "Escribir fue algo catártico"
En Nada es como era, su primer libro, la editora apostó a convertir en literatura el diagnóstico y el tratamiento de su cáncer; la enfermedad como vía de conocimiento
La lista de autores editados por Mercedes Güiraldes (Buenos Aires, 1965) es apabullante. Incluye nombres como los de Adolfo Bioy Casares, Angélica Gorodischer, Abelardo Castillo y Ana María Shua. En los últimos años, se sumaron los de Pedro Mairal, Fabián Casas, María Martoccia, Esther Cross. Desde los primeros años 90, cuando empezó a trabajar en Emecé, hasta hoy, su tarea consecuente y delicada se mantuvo a la sombra.
Seis años atrás, Güiraldes tuvo un diagnóstico médico que cambió su vida. Afectada por un cáncer de mama, debió iniciar un tratamiento difícil, que le provocó dolor e ira, aunque a la vez le abrió un camino de conocimiento tan impensado como profundo. Nada es como era (Tusquets), su primer libro, se asemeja a una hoja de ruta por esa senda en que la enfermedad, en cierto modo, la acompañó. Presa de su cuerpo durante el tiempo que le dio pelea al cáncer, Güiraldes encontró en la escritura un poder sanador, si bien no de la enfermedad, sí de la angustia que acarrea. Su testimonio, que se lee como una intriga laberíntica que transcurre por clínicas, bares del barrio de Belgrano, la intimidad de su hogar y los recodos de una conciencia atribulada, es un modelo de esa literatura que dosifica recursos de la ficción con la narración de circunstancias reales, cuya tradición la autora, graduada en Letras, descendiente directa de Ricardo Güiraldes y editora experimentada, conoce bien.
-¿Habías llevado un diario durante el proceso de la enfermedad?
-Desde mi primer diagnóstico hasta el final de la parte más intensa del tratamiento, fui tomando apuntes de las cosas que sentía y que pensaba, como una manera de ponerle palabras a eso que me rebalsaba. No era un diario, apenas notas que tomaba en libretas que tenía siempre a mano. También tomaba notas de textos que leía o testimonios que escuchaba por ahí. No creía que se pudiera convertir en libro, eso vino después, cuando empecé a recuperarme. También después de muchas lecturas de testimonios similares al mío, algunos en forma de libro, otros directos o de Internet.
-¿La escritura tuvo un sesgo catártico o curativo?
-Una vez le escuché decir a Santiago Llach que toda la literatura es autoayuda. Yo suscribo eso. Para mí leer es a la vez una forma de salir de mí y, a la vez, de entrar en mí por otro camino. Pero en los momentos más difíciles de la enfermedad, como en otras ocasiones de la vida, no podía leer, y eso me preocupaba mucho. Por suerte y gracias a Proust, recuperé la lectora en mí. Empecé a leer de nuevo como una posesa, en especial historias de experiencias límite. En un momento dado en mi terapia psicoanalítica empezó a aparecer la idea de que yo también podía escribir mi historia con el cáncer, y que esa historia podía encontrar un lector. Escribir fue una experiencia catártica, de gran alegría: mientras escribía no me veía a mí misma como una persona enferma. Me sentía más viva que nunca.
-¿Qué cosas eran importantes durante el tratamiento?
-El amor y el apoyo de los demás, de mis seres queridos y de gente que se cruzó circunstancialmente en mi camino, está en primer lugar. Lejos. Pero también era importante la palabra autorizada de médicos, de especialistas, de terapeutas, de otras personas que habían atravesado experiencias similares. Yo estaba ávida de esa palabra, que a veces podía ser un festival de aliento y esperanza, y otras veces podía ser demoledora.
-¿Cómo ves tu trayectoria en el mundo de la edición y qué cambios notables se dieron en esa área?
-Mirando para atrás, me doy cuenta de que ser editora fue un aprendizaje de años. Mi trabajo consiste en buscar, recibir y evaluar textos de todo tipo, género y procedencia. Hoy tengo la sensación de que el mundo de la edición es mucho más abierto, más desprejuiciado: cualquier "cosa" puede convertirse en libro y encontrar su lector. Mi libro tal vez sea un ejemplo. Hace veinticinco años un libro sobre el cáncer habría sido tabú para una editorial; hoy ya no lo es.
-¿Qué respuesta tuviste de las personas involucradas en la historia, como tus hijas, tu marido y tus amigos?
-Mi marido y mis hijas todavía no leyeron el libro entero, pero leyeron muchos fragmentos. Ellos están bastante expuestos en esas páginas y es comprensible que tengan sus prevenciones, aunque yo trato de convencerlos de que no son necesarias. Mis amigos, en especial mis amigas, hicieron lecturas atentas y amorosas, y después me hicieron unas devoluciones conmovedoras. Pero son lecturas de gente que me conoce y que estuvo cerca de mí durante todo el proceso. Veremos cómo se lee entre quienes no me conocen.
Cinco libros de experiencias límite
Biografía de mi cáncer
Patricia Kolesnicov
(Sudamericana)
En esta crónica, una de las primeras editadas en el país, la autora repasa la lucha personal contra los prejuicios y temores que el cáncer despierta no sólo entre quienes lo padecen.
Nada se opone a la noche
Delphine de Vigan
(Anagrama)
La historia familiar, la pesquisa tras la muerte de su madre y el carácter verdadero al que puede aspirar la escritura se imbrican en esta novela que explora los vínculos afectivos, así como los alcances de la literatura.
Mi libro enterrado
Mauro Libertella
(Mansalva)
Integrante de una familia de escritores, el autor cuenta, años después de la muerte de su padre, el proceso doloroso de esa pérdida.
También esto pasará
Milena Busquets
(Anagrama)
A través de la historia de Blanca, la autora española exorciza la tirante relación con su madre, la cautivante y al parecer despótica editora y narradora Esther Tusquets.
Ante todo, no hagas daño
Henry Marsh
(Salamandra)
El libro de Marsh, neurocirujano, reúne anécdotas dramáticas, hilarantes y tiernas sobre el vínculo entre el médico que fue durante muchos años y sus pacientes.
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