Mucho, breve y muy bueno
GUERRA CONYUGAL Por Edgardo Russo (Adriana Hidalgo editora)-203 páginas-($ 14)
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ALGUNOS elementos podrían confabularse para que una novela tan singular como Guerra conyugal pase inadvertida: es breve, se lee de un tirón y, pecado estimado capital, fue escrita por un autor argentino. Es también, engañosamente ligera, decididamente corrosiva y, lo que no es poco, divertida. Si Edgardo Russo (Santa Fe, 1949) se llamara, por ejemplo, Hanif Kureishi y su novela, Intimidad , no correría esos riesgos. De más está decir que ambas hipótesis (la falta de interés o el cambio de identidad) serían injustas. En primer lugar, porque hay en este libro, a pesar de su aparente llaneza, apuestas arriesgadas; en segundo, porque sólo podría haber sido escrito en nuestro país.
Como subraya con acierto Elvio Gandolfo en uno de los textos que acompañan la edición, se trata de una sarcástica novela picaresca sobre los tiempos que corren. Guerra Conyugal enumera las desventuras de un poeta e intelectual de provincias que intenta sobrevivir a duras penas en el caótico marasmo de Buenos Aires. Entregado a los placeres del vodka con limón y a la inútil corrección de un poemario (que da el título a la novela), es inopinadamente contratado para escribir un libro sobre Malvinas -o, para ser más precisos, sobre el hundimiento del Sheffield- mientras hace algunos pesos escribiendo textos de conferencias para un amigo. Tiene también que lidiar con el fantasma de su ex esposa, que quedó en Santa Fe, con la licencia de un trabajo universitario que pretende renovar eternamente y con un único saco (prestado). El proyecto por encargo, que se sospecha absurdo desde un principio, naufraga, no sin que antes el depauperizado protagonista obtenga un viaje a Londres, todo pago, para realizar entrevistas. Finalmente encontrará trabajo como asesor en otra editorial, que lo envía a su vez a Nueva York para comprar los derechos de las entrevistas de Paris Review .
La trama propiamente dicha es apenas el delgado hilo sobre el que la narración hace equilibrio. Porque es en sus márgenes y trasfondos, en el corazón de sus digresiones, donde se urde este roman á clef . Detrás de la máscara del protagonista que se entrega a los versos, no es difícil imaginar al propio Russo, poeta tan parco como preciso - Reconstrucción del hecho , Exvotos -, editor y antólogo. Esta primera novela de un poeta es, no obstante, todo lo contrario de un texto atrofiado de adjetivos, grandes pasajes líricos o ampulosidades estentóreas. Russo es un narrador certero, impiadoso, lacónico, dueño de frases filosas, secas como las de un policial. Y, sin embargo, hay un barroquismo oculto en esta prosa de apariencia desnuda. Sin que el lector lo note, las palabras pueden distorsionarse, surgen neologismos insólitos.
Guerra conyugal tiene también (y esto abre abismos entre este texto y una simple picaresca costumbrista) una estructura impredecible. Por ejemplo, en sus páginas se desperdigan poemas y versos del autor. Las alusiones o citas de otros escritores (Rilke, William Burroughs o Allen Ginsberg) son legión. Un artículo periodístico convive con el delirante primer capítulo destinado al libro sobre el Sheffield, que se transforma en un análisis de los orígenes de la violencia en la Argentina. Las declamaciones etílicas de Estanislao del Campo alternan con cartas de amigos o con la reproducción de poemas ajenos (e.e. cummings o la versión italiana de un poema de la ex mujer).
Las aventuras del narrador están siempre en primer plano, pero es en ese original collage donde la textura de Guerra conyugal se abre y se repliega. Las citas permanentes, que en otros textos podrían terminar en el hastío, surgen aquí al descuido, asociadas con naturalidad a las reflexiones del personaje. Dan lugar a sorpresas continuas: "Bajando por la escalera me resonaba el haikú: ÔOh, Caracol,/escala el Fujiyama/pero lenta, lentamente." Pero lo que da el tono definitivo a Guerra conyugal es su sentido del humor, cáustico, artero. Una cohorte innumerable de personajes secundarios, ridículos y creíbles, atraviesa sus páginas. Como paisaje de fondo, hormigueante, una sociedad donde se palpa una paranoia absurda, atravesada por tensiones centenarias y recientes. Militares inmersos en intrigas que se parecen a molinos de viento, un cineasta y un editor pintorescos, una mujer que le escribe poemas desaforados a su amante, anónimos que se cuelan bajo la puerta. El Buenos Aires de este texto (aunque también son visitadas Bahía Blanca y Santa Fe), colmena en que deambula el protagonista, es un panóptico, real o imaginario, donde gobiernan el caos, la deriva, la inercia. Son 203 páginas de formato pequeño. No es fácil hallar otra novela que, con semejante economía de medios, logre condesar tanto en tan poco espacio.




