
Murió Franklin G. Rawson Paz, un periodista íntegro y ejemplar
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Fue periodista de un modo estricto, íntegro, quizás hasta absorbente. Era como si estuviese en la naturaleza de las cosas que Franklin Guillermo Rawson Paz -fallecido ayer en esta ciudad, a los 63 años- hubiera asumido con una entrega absoluta y ejemplar la condición de periodista profesional, entendida como rasgo propio de una época cuyas nuevas perspectivas y necesidades habían dejado atrás los antiguos condicionamientos que definieron la actividad de informar.
Llevado sea por la vocación o por las circunstancias, aquello había sido algo muy temprano, muy precoz, en El Flaco como para que, al cabo de los años, tuviera sentido preguntar por la causa de esa opción de vida. Tampoco él -modesto, respetuoso, infinitamente reservado en medio de su cordialidad- habría de comentarlo, de querer dar indicios acerca del camino seguido y que con el tiempo lo llevaría a ser prosecretario general de Redacción de LA NACION.
A los 18 años ingresó como aspirante en la agencia Telpress, en tanto ensayaba todavía imprecisos desvelos estudiantiles desgranados sucesivamente en las carreras de Ingeniería y de Derecho. Cuatro años más tarde era ya jefe del turno noche y en 1960 se sumó al viejo diario El Mundo, donde cumplió esa ineludible etapa callejera que acredita toda trayectoria periodística plena. Los trastornos protagonizados por azules y colorados, la elección presidencial de 1963, la crónica parlamentaria, los asuntos municipales, el pulso de la Universidad, completaron una formación que, en origen y como suele ocurrir con los periodistas formados en el ámbito de las agencias noticiosas, apuntaba, sobre todo, a la administración de informaciones enviadas por corresponsales.
Pero este antecedente le posibilitó, a la vez, una muy anticipada experiencia como jefe y organizador periodístico, en la que si es valioso lo que se escribe no lo es menos lo que se hace escribir y lo que se edita. Tanto se destacó en esa tarea múltiple que en 1967, al sobrevenir el cierre de El Mundo y cuando aún no tenía treinta años, era ya prosecretario y jefe de noticias.
Rawson Paz ingresó en LA NACION en abril de 1968 y un año y medio después ocupaba la segunda jefatura de Cables. En 1971 era jefe de Gobierno y Fuerzas Armadas; cinco años más tarde fue promovido a prosecretario y en 1978 a secretario de Redacción, cargo con que ejerció las funciones de jefe general de Información, sucesión de ascensos culminada en 1982 al ser designado prosecretario general de Redacción.
Entretanto, otra vertiente venía a complementar su perfil periodístico y es esta última, posiblemente, la que habría de significar su principal aporte al desarrollo que colocó a LA NACION en una posición de primerísimo plano en cuanto a la eficacia de la renovación tecnológica aplicada al periodismo. Rawson tenía -y esto hasta un nivel francamente anecdótico- una enorme facilidad para la técnica inmediata, la de arreglar teléfonos, reparar enchufes o hacer funcionar una cerradura.
Fue, en consecuencia, un muy competente tallerista en los años del plomo, la morsa y el interlineado, y, a su turno, recibió con curiosidad y entusiasmo los primeros anuncios de que todo iba a cambiar merced a los prodigios de la electrónica. Conoció las computadoras iniciales y se enfrascó en cuestiones de diseño, fotografía, diagramación, fotocomposición, aquí y en cursos y seminarios hechos en los más variados países.
Resultaba natural, pues, que desde 1980 actuase como representante de la Redacción en la entonces incipiente división técnica encargada de transformar los procedimientos de producción. Poco a poco, a los pormenores de la información y de la edición, su interés fue sumando áreas como el control de calidad y la reorganización de las estructuras de la empresa periodística. Entretanto, tuvo participación decisiva en un esfuerzo extraordinario -y ciertamente fructuoso- para recuperar el tiempo inevitablemente perdido en la hora de salida del diario, tras la adopción generalizada de la impresión en frío.
Era un hombre cálido y tímido, introvertido y lleno de comprensión hacia los problemas ajenos, en especial los de sus subordinados. Actitudes, solidaridades y un invariable decoro que era como una forma de cortesía amistosa, no serán olvidados por quienes se acercaron a él en el ajetreo del periodismo; tampoco quedará arrumbado el recuerdo de tantas guardias con largas conversaciones, con reflexiones agudas y profundas, enlazadas a un análisis interminable y reiterado de cómo habían sido tratados los temas de la jornada pasada. En los últimos años se ocupó de los pasantes que vienen a completar estudios, cometido en el que volvió a desplegar esa dedicación ilimitada que estaba en su índole.
Nacido en febrero de 1938, deja dos hijas, tres nietos y amigos innumerables y nostálgicos, faltando entre sus bienes sin duda reconocimientos, porque como apenas hablaba de sí algunos de sus pasos por el mundo casi se desconocen, tal la intervención que tuvo, a comienzos de los años 70, en El Burgués, revista de profundización ideológica, en la que por vez primera se le expusieron entre nosotros al gran público ciertas perspectivas liberales que años más tarde habrían de tener notable difusión.
Pero ésta no es sino una observación buena para ilustrar que se van con Franklin Guillermo Rawson Paz algunas memorias que él hizo poco y nada por preservar. Se va, también, como al descuido, parte de sustancias y sentimientos, de un estilo vital que dio su sello a LA NACION en el transcurso del último tercio del siglo XX.
Ayer, a las 19, se hizo un minuto de silencio en la Redacción de LA NACION, en su memoria.
Sus restos serán sepultados hoy, a las 10.30, en el cementerio Parque Memorial, de Pilar.





