Pablo Maurette: “Uno lee para irse y escribe para volver”
El autor argentino, que vive hace veinte años en Europa, presenta este jueves en Buenos Aires su nueva novela, “El contrabando ejemplar”, con la que ganó este año el Premio Herralde; lo personal se funde con lo histórico y lo social a través de un escritor -una especie de alter ego- que retoma un manuscrito olvidado por su mentor
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Buenos Aires es una recurrencia. No es que se proponga escribir sobre ella: dice que, simplemente, le surge de modo natural en sus ficciones, la gran capital argentina como escenario imaginario. Hace poco más de 21 años que Pablo Maurette vive en Europa aunque todos los años regresa a visitar a sus padres y amigos y permanece uno o dos meses.
“Estando acá, si es que vuelvo a vivir alguna una vez, no sé si me saldrá. La escritura es mi forma de volver a la Argentina. Pero siempre es una Buenas Aires inventada, en mis otras dos novelas surgió de forma diferente. En La niña de oro transcurre a fines de los noventa, y en La migración, es una Buenos Aires futurista de 2041. Y ahora, con El contrabando ejemplar, me fui al siglo XVII. Cuando me siento a escribir, Buenos Aires retorna con ansias, pero estoy casi seguro que es la distancia. La inmediatez me haría inventarme otra ciudad”.
Sentado en un bar de Palermo, vestido con una remera estampada con una pequeña ballena a lo Moby Dick, bigote y pelo corto, luce algo desorientado en el diciembre porteño. “Detesto venir para estas fechas, suelo visitar la Argentina una vez por año, pero por julio o agosto. Ahora me está costando arreglar horarios con amigos y familiares, porque estas fechas son caóticas, hace calor, agendas disparatadas y la agitación del cierre de año”, suelta, con tono amable y tranquilo, mientras sorbe agua con gas.
El escritor nacido en Buenos Aires en 1979 obtuvo el 43º Premio Herralde de Novela con su nueva novela, El contrabando ejemplar, dotado de 25.000 euros, que acaba de llegar a las librerías argentinas publicada por Anagrama. La presenta este jueves a las 18.30 en Céspedes Libros (Av. Álvarez Thomas 853), con Cecilia Fanti y Patricio Fontana.

El siglo XVII ya le interesaba desde su trabajo académico –es profesor asociado de literatura inglesa y comparada en la Florida State University–, desde sus notas sobre arte en el periodismo –escribe reseñas de libros y sobre muestras de arte en el periódico italiano La Repubblica–, e incluso como tema lateral en algunos de sus ensayos, El sentido olvidado. Ensayos sobre el tacto, La carne viva y Por qué nos creemos los cuentos. Dice que, entre sus gustos preferidos, le apasiona leer historia y entonces irrumpió, al voleo, una pregunta: ¿Cómo fue Buenos Aires en ese siglo? Y luego: ¿Qué vidas habrían ocurrido en ese bache enorme de la historia argentina, o, mejor dicho, en la prehistoria de una ciudad que todavía no imaginaba que sería la capital de un país?
“Empecé a leer, pero no había mucho. Era algo inimaginable, ese gran espacio de campo, un tapadero de contrabando en el culo del mundo. Pero lo que se me empezó a revelar es que, más allá de ese siglo, Buenos Aires, con sus dos fundaciones y su devenir histórico, fue todo eso durante la mitad de su historia. Antes del Virreinato, era un lugar pobrísimo, donde todo el mundo tenía que delinquir para subsistir. No quedó nada de eso, ni un muro, ni un vestigio. Y eso era muy atractivo literariamente, no era escribir sobre la Roma imperial, casi que había que inventarlo todo de cero. Ese siglo, el XVII, es además donde el mundo cambia notablemente, allí empieza la mentalidad moderna que dio origen a nuestro mundo actual”, cuenta sobre el origen de El contrabando ejemplar. La ficción llega hasta el presente, pandemia inclusive, con el hilo narrativo de la vida íntima de Pablo, una suerte de alter ego que quiere ser escritor y viaja a Madrid a resucitar un manuscrito que dejó abandonado su mentor, Eduardo, viejo amigo de sus padres, especie de falso tío y quien lo inició en la pasión literaria.
Eduardo tenía la misión de crear la “gran novela argentina”, atravesar la identidad de un país, sus derivas y rupturas, sus tramas políticas y tragedias, sus memorias y sus huellas, pero fue tan ambicioso su plan que se perdió en el camino. “Para mí que no tengo hijos todo este deseo está puesto en la literatura”, dice Pablo, el narrador, en un momento de la novela, donde lo personal se funde con lo histórico y social, y la literatura, en tanto artefacto cultural, indaga e inventa aquello que la historia no puede explicar del todo.
Maurette vive en el campo italiano, en las afueras de Florencia. Hay jabalíes y lobos. “Una sola vez los vi. A los lobos”, acota, como al pasar, y dice que es un lugar cómodo para escribir pero cada tres o cuatro días necesita tomarse un tren para ir a la ciudad, donde publica para el diario sobre muestras de arte. A veces también suele ir a Roma. Suerte de pasajero errante, vivió en Inglaterra, en otras partes de Italia, Estados Unidos y España. Hace ocho años que decidió irse a la periferia de Florencia, se casó –con su mujer habla en inglés– y ahora, dice, está terminando la etapa de su vida universitaria como profesor. Trabaja en la Fundación Santa Maddalena, que conoció por una residencia como escritor invitado.
En el medio, a la Fundación se le ocurrió armar una biblioteca, los libros estaban amontonados en un rincón y algo olvidados. Maurette se hizo cargo. La mayoría son textos de literatura, mayormente en italiano y en inglés, donde destacan los libros de los escritores que pasaron por la Fundación en sus más de 20 años de vida. “Soy un custodio de ese archivo. Y además de escribir mis libros, me divierto escribiendo reseñas de libros y coberturas de muestras de arte, son textos cortos en italiano, que publico en el diario. Manejo varios idiomas, pero mis ficciones las escribo siempre en español. Así que con eso me entretengo bastante, la vida en el campo es tranquila pero estamos muy conectados y cerca de las grandes urbes”, dice, aunque sigue manteniendo un vínculo muy fuerte con la Argentina.
En la conversación se cuela la tapa de El contrabando ejemplar, un pulpo gigante que fue unos de los juegos más famosos del Ital Park, una idea de su editora. “Me pareció algo estupendo, porque está esa fijación de lo monstruoso, de lo fantasmagórico, que se impregna en mi novela. De pibe iba mucho al Ital Park, se festejaban los cumpleaños, era una suerte de pequeño Disney argento. Y en la trama surge como una capa más de las tantas voces que se entrelazan en los tiempos expandidos del relato”.
Habla de su madre, doctora en letras, un faro creativo en su vida como cuando lo guio en la lectura de policiales antes de escribir La niña de oro. Como lector, Maurette se asume en deuda con la literatura argentina. Dice que le gusta más lo remoto, no tanto lo actual. Nombra primero a Borges –“una marca indeleble, vuelvo todo el tiempo”–, a María Gainza, al Alan Pauls ensayista, y a novelas sueltas: Los daños materiales, de Matilde Sánchez, Rabia, de Sergio Bizzio, y su favorita, El sueño de los héroes, de Bioy Casares.
“Tengo muchos huecos, hace poco redescubrí a Manuel Puig y me encantó. Soy un lector disperso, hoy me interesa más un escritor exótico que alguien de mi edad o que provenga de mis gustos. Vuelvo a los clásicos, a Flaubert, a Tolstoi. En algún momento me fanaticé con ciertos escritores, como con Georges Simenon, era como leer cómics, libros simples, fluidos. Pero ahora leo una novela de un autor y si me gustó mucho, con con eso ya me alcanza, no necesito leer más de esa persona. Es todo muy antojadizo, claro”, sonríe quien, al recibir el premio en España, dijo que se fue de la Argentina por “hambre de mundo”, pero en los últimos años empezó a sentir lentamente la necesidad de volver, no sabe adónde y a qué, sí en una sensación de mayor reposo.
-Acabas de ganar un premio prestigioso en el campo literario, ¿tenías ilusiones o te sorprendió por completo?
-Es la primera vez que me presento al Premio Herralde, me honra porque en la editorial hay gente que admiro como Javier Marías, Roberto Bolaño, Xita Rubert o Martín Caparrós, y, además, es la primera vez que gano un premio en mi vida. Los premios son arbitrarios y no dicen mucho respecto al talento y a la escritura, pero son una gran ayuda en el sentido de tener más tiempo y disposición para escribir. Empecé a escribir la novela a principios de 2023, fueron dos años de trabajo. Tenía la ilusión de ganarlo, claro, pero la noticia me tomó totalmente por sorpresa. La realidad suele defraudar al soñador, y cuando pasa lo contrario siempre es una sorpresa enorme.
-Como escritor, antes de empezar a publicar ficción [su primera novela fue La migración, de 2020], te moviste en el campo del ensayo y la no ficción, algo que en tus novelas suele estar entrelazado. Uno se pregunta qué es lo que se te vino primero en El contrabando ejemplar: una imagen, una revisión del pasado argentino, un personaje específico o un tono determinado.
-En realidad, El contrabando ejemplar precede a mis otras dos novelas, La migración y La Niña de Oro (2024). Es una idea que tiene muchos años, fue una gestación lenta. Respecto a mi escritura, empecé escribiendo ficción de muy chico pero demoré mucho en publicar, después tuve una vida académica y mi tesis de doctorado lo convertí en un ensayo. Mis primeras publicaciones periodísticas y académicas fueron un modo de darme valor, de mostrarme, de convencerme en ir hacia una escritura más narrativa. Volviendo a El contrabando ejemplar todo nace de esas tres palabras, me gustaba mucho cómo quedaban juntas. Y de un intento de imaginar mi ciudad, Buenos Aires, durante uno de mis períodos históricos preferidos, la primera mitad del siglo XVII. Un capricho, digamos. El proceso de armado fue muy largo. Se fueron sumando personajes, imágenes, mundos (la Buenos Aires del siglo XVII, la Padua barroca, Madrid y Londres en 2005, etcétera), muy lentamente. Y un día se me reveló la estructura, los elementos de la ficción y de la no ficción se entrecruzaron, la narración que pasa de un personaje a otro y se va yendo para atrás en el tiempo para después volver al presente. No siento que haya ruptura con nada de lo que escribí antes, está todo contenido acá.
-En la novela se cuenta sobre un país al margen de la ley, que se hace a imagen y semejanza de Buenos Aires. La Argentina que muere antes de nacer. Esa sensación de que la historia nos pasa por encima.
-El pasado no está muerto, el pasado ni siquiera pasó, algo así dice Faulkner. Es algo que me inspira muchísimo. Imaginar todos los mundos que hubo en un espacio determinado. La calle donde crecí, ¿cómo era en 1635? ¿Y en el año diez mil antes de Cristo, cuando llegaban los primeros habitantes a la pampa? Todos esos mundos pululan, están ahí aunque no los veamos, amontonados. Estamos hechos de todo eso.
-Pablo, el personaje principal, aspirar a ser escritor. “La novela compite con la vida y pierde siempre”, se dice en la novela. Un montaje paralelo entre la vida y la obra, entre lo auténtico y lo falso.
-La literatura y la vida suceden en dimensiones totalmente separadas, pero vecinas. Se tocan, se contagian una de la otra. La frontera entre ambas es una membrana permeable. En el último libro de Karl Ove Knausgaard (“La escuela de la noche”, se llama), que leí con mi novela ya publicada, hay un postfacio donde se habla del tráfico entre ambas dimensiones, vida y literatura, y se dice que es una zona nocturna en la que bandas de contrabandistas van y vienen llevando quién sabe qué. Es maravillosa la imagen, y resume muy bien la idea de base en El contrabando ejemplar.
-La relación de Pablo con Eduardo, su mentor, es el eje central, pero hay un flujo torrencial de tiempos, viajes, ciudades y personajes como Teruca, Mendes, Malaspina, la tía Chiquita y tantos más que irrumpen y desaparecen, dejan su huella pero la narración se desvía, un relato dentro de otro relato y así sucesivamente…
-Claro, porque todos los personajes son narradores. Todos cuentan la historia de su vida porque la biografía, o la autobiografía, es el origen de la literatura. El viajero que vuelve y cuenta lo que vio. Me gustaba que cada voz se tocase con la siguiente, como en una carrera de postas. Hay momentos cuando ni siquiera yo sé quién está narrando. Ese convivir de tantas voces y tantos tiempos quizá tenga que ver con una cierta ansiedad de sacar todo, una urgencia un poco infantil de exhibir todo porque quién sabe si mañana vamos a estar acá.
-Entre esos tiempos surge la pandemia, algo que hoy parece olvidado y hasta aburrido. ¿Qué te interesó concretamente de eso?
-La pandemia fue algo completamente excepcional que vino y se fue. Me gustaba la idea de que apareciese como contexto, pero nada más que eso. Nada de problematizar la pandemia, hablar de ella, de las polémicas que generó, etcétera. No. Simplemente un trasfondo. Consagrarla como un capítulo de la historia con principio y fin. Sé que hubo gente que la pasó realmente mal, sobre todo en la Argentina. Personas muy cercanas a mí para quienes el encierro obligatorio fue atroz. Y lo sentí en el alma por ellos. Yo tuve suerte, sin embargo, tengo recuerdos entrañables de ese tiempo también, escribí dos libros, leí muchísimo, vi muchísimas películas, estreché el vínculo con mi mujer hasta lograr una intimidad maravillosa. Puede que el recuerdo cálido y estimulante de esos años me haya ofrecido un contexto propicio para la fantasía.
-La política es otro núcleo. Lo siniestro, el poder, las resistencias y la violencia a lo largo del tiempo. La épica triste de la Argentina, algo así como una gran crónica de la derrota, o más bien, me parece, de las derrotas.
-La política, como la historia, son meras herramientas narrativas. Una paleta de colores para pintar los personajes. La conversación sin fin entre un peronista y un gorila es como esos diálogos anónimos que nos llegaron del medioevo, “Coloquio entre un judío, un cristiano y un mahometano”, algo así. Y la pregunta de Vargas Llosa… cuándo se jodió X… entendida como un ejercicio de arqueología. La obsesión con determinar el momento exacto en que empezó el declive de algo, un país, una relación de pareja, una amistad, tal vez sea también una forma del pensamiento mágico: creer que si identificamos el instante preciso del giro hacia la decadencia podremos revertir el proceso. Pero, claro, no hay instante preciso, todo está en declive desde que nace.
-La frase “La literatura no existiría de no ser porque hubo gente que viajó, volvió y contó lo que vio” resulta icónica a medida que se desenvuelve la trama. En esto de sentir la escritura como algo móvil, sensación que acompaña también a los personajes.
-Sí, es una novela sobre vidas en tránsito, para citar el título de un libro buenísimo de Lucas Mertehikian sobre la historia del pasaporte. Se puede leer también como una novela de viajeros y exiliados, de los que se quedan y de los que se van. Viajar con el cuerpo, pero también viajar con la imaginación, desde luego. La lectura es una forma de viaje. Uno lee para irse, dice Proust. La palabra que usa es muy linda. Dice: “On cherche à se dépayser en lisant”. Dépayser tiene un sentido más contemporáneo, que es “desorientar, perturbar” y uno arcaico que es sacar a alguien de su país, de su “zona de confort” como se dice ahora. Uno lee para irse y escribe para volver. La escritura es el retorno de ese viaje que es la lectura.
-Un personaje dice: “Pero escribirlo me hace sentir que no estoy solo. Ya sé que nadie lo leerá, pero está escrito. Es inmodificable”. Y después: “¡Cuánto aprendí del mundo y qué poco sobre mí!”. Me gustó ese nexo de lo perpetuo con lo incierto de la escritura, de la disociación entre experiencia y narración.
-El personaje Eduardo nunca se reconcilia con la idea de que la frontera entre vida y escritura es porosa. Sólo puede estar de un lado o del otro, por ello es que nunca escribe la novela. Cuando se muda a Madrid la vida le sonríe, es feliz por primera vez y se dedica a escribir. Borges decía que la felicidad es un fin en sí mismo, no necesita de nada más, no hace falta escribirla. Creo que se equivoca. Se puede escribir desde la felicidad. De hecho, todo buen libro nace de un entusiasmo y de un optimismo, de una fe en la capacidad de expresión y transmisión, que no me cuesta definir como felicidad. El Eduardo madrileño es una manifestación de esa falsa disyuntiva: o se vive o se escribe. Pero el escritor es anfibio, habita ambas dimensiones al mismo tiempo. No está nunca del todo en una o en la otra. Esa cosa vampírica del escritor que está siempre a la pesca de ideas, imágenes, frases para sus libros.
-Por último, tu escritura se puebla de ensayos, de artículos periodísticos, de ficciones anfibias. ¿Cómo conviven en vos?
-Siento que está todo conectado. Lecturas nuevas inspiran clases, libros, artículos, reseñas. La ficción fue siempre mi gran amor, desde pibe, aunque me costó mucho llegar a publicar una novela porque no encontraba una voz que me gustase. Tengo muchísimos cuentos, un par de novelas cortas, una novela larga que no pienso publicar. La nota periodística, el paper académico, el ensayo fueron maneras de ir probando voces distintas, como un largo proceso de afinación. Respecto de los géneros, creo que son más una cuestión de editores y de libreros, y de críticos, para separar el producto libro y venderlo, para analizarlo y discutirlo. Desde el punto de vista de la escritura, cada libro impone su forma. El contrabando ejemplar es lo que yo quise y pude expresar en la forma en la que esto fue expresado.
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