Poeta en Buenos Aires
Una novela, basada en una sólida investigación histórica, recrea la estadía porteña de Federico García Lorca, traza un notable fresco de época y explora cuestiones de género
El otro amor de Federico
Por Reina Roffé
Pocos artistas españoles fueron tan queridos y aclamados en la Argentina como Federico García Lorca. Más allá de las reticencias que -desde la Generación del 37- España, como matriz cultural, inspiró a buena parte de los sectores ilustrados y las clases altas, la figura de Federico (y con él, una imagen de otra España posible) se impuso prácticamente a todos. De ese gran amor correspondido se ocupa la novela de Reina Roffé, El otro amor de Federico, que integra una sólida investigación histórica y literaria a una escritura capaz de vuelo poético y profundidad reflexiva.
Roffé, argentina radicada en Madrid desde hace años, autora de conocidas obras narrativas como La rompiente (1987), y también de ensayos biográficos como el dedicado a Juan Rulfo (2003), despliega aquí una propuesta de vasta envergadura, que implica, entre otras cosas, trazar un amplio fresco de la vida cultural porteña durante los casi seis meses ( entre octubre de 1933 y marzo de 1934) enque Federico García Lorca se hospedó en Buenos Aires y estrenó, con éxito memorable, sus obras de teatro.
La foto de tapa es, en ese sentido, muy fiel al objetivo: Lorca en el centro, rodeado de los protagonistas de la vida artística y literaria de la ciudad. A ellos se agregan, dentro del libro, aún más nombres y presencias, hasta conformar una lograda y compleja galería de retratos cuyo punto de convergencia es la figura del poeta andaluz: de Pablo Neruda a Oliverio Girondo, de Norah Lange a Roberto Arlt, de Alfonsina Storni a Jorge Luis Borges o el gallego Blanco Amor, de Carlos Gardel y Discepolín a César Tiempo. Prácticamente no falta ningún personaje de los que compusieron en esos años iniciales de la "década infame" una verdadera constelación de talentos, cuyo brillo contrastaba con la sordidez del horizonte político.
Pero la novela no se limita al friso: dos voces, dos personalidades, son minuciosamente trabajadas, unidas por una tercera, escucha y amanuense. Por un lado Cesca (Francesca Vallmajor Francis), un personaje sin preciso referente histórico pero muy verosímil, que desde las primeras líneas de la novela irradia una intensa seducción ("Todo se replegaba a su paso como la crisálida del gusano de seda que se cierra en un capullo"). Por el otro, la voz de Lorca, que se manifiesta en una serie de cartas pensadas (y no enviadas) para quien fuera la mujer más influyente de su vida: doña Vicenta Lorca, su madre. En el centro, la narradora, que -muchos años atrás- planea escribir un libro sobre el poeta y para ello entrevista repetidamente a Cesca, la gran "amistad amorosa" de Federico en Buenos Aires, aquella con quien fantasea, por momentos, en hacer una vida en común, con hijos y un lugar respetable en la sociedad. Roffé sale airosa, tanto en lo que respecta al considerable desafío de crearle una convincente voz íntima a un escritor de la jerarquía de Lorca como en la construcción del personaje femenino: una mujer secreta y libre, nacida en España, pero habitante aquerenciada de Buenos Aires, capaz de una mirada a la vez crítica y amante hacia el poeta, pero también hacia la Argentina.
La historia de Lorca, con sus pasiones intelectuales y carnales, su alegría carismática y su melancolía subterránea, es uno de los ejes temático-narrativos, que nos remonta a su infancia provinciana en una imborrable Andalucía y a sus relaciones de amor-odio con personalidades notorias (Dalí, Buñuel). Se despliega una amplia mirada sobre la posición de género: no sólo en cuanto a la homosexualidad que atormenta a Lorca porque resulta fuente de marginación y de exclusión, sino también en lo que respecta a la condición (en buena parte marginal) de las mujeres mismas, por quienes siente una empatía visceral y a las que es capaz de comprender y retratar como pocos.
Buenos Aires y sus habitantes son el otro eje de un relato que también se interroga continuamente sobre las contradicciones y perplejidades de los porteños y de los argentinos en su conjunto, así como celebra uno de sus dones magníficos: la amistad "que se crea, como una obra de arte, contra el otro, cruel y desatinado mundo real".
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