Un bello misterio escrito con pincel
Federico Andahazi se refiere en esta entrevista a su cuarta novela, El secreto de los flamencos (Planeta), en la que recrea el mundo de los pintores renacentistas y convierte las técnicas de producción de colores en el centro de una historia de envidias y espionaje
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La mañana es soleada, como de bronce abrillantado. Hay en el éter restos de amarillo napolitano, uno de los colores que dominan El secreto de los flamencos , la nueva novela de Federico Andahazi. Contra su inveterada costumbre, Andahazi ya está de pie. Solía quedarse trabajando hasta las cuatro, hasta las cinco de la madrugada, pero sus hábitos de escriba sufrieron una mutación irrecuperable: es padre de una rubia beba de cinco meses, de nombre Vera, y de noctámbulo pasó a hombre diurno. "Ahora soy una persona perfectamente civilizada", sentencia, acotando que los alcances de la experiencia son mucho más profundos y enriquecedores que la inevitable permutación horaria. O que el trabajo ("grato, aunque agotador") de presentar un nuevo libro.
Andahazi, que con El anatomista alcanzó en 1997 la repentina estatura de best seller vernáculo (y, acto seguido, internacional), enfrenta un desafío: la llegada a librerías de su cuarta novela en un país que, admite con indignación pero sin desaliento, poco tiene que ver con el que fue. Con una tirada de 14.000 ejemplares, El secreto de los flamencos -cuyos derechos de traducción ya están siendo negociados- seguramente será un modesto epifenómeno en esta crítica era de ventas discontinuas. Tal vez no sean muchas copias en comparación con años más opíparos: Las piadosas (1998), la segunda novela de Andahazi, tuvo una primera edición de 60.000; El príncipe (2000), la tercera, de 40.000, pero la cifra no deja de ser significativa.
El secreto de los flamencos es un retorno a la pura ficción histórica, muy alejado de las implicaciones políticas contemporáneas de El príncipe , que no fue muy bien recibida por la crítica local y que el autor reivindica con orgullo ("Admito que es una novela muy propia, pero al menos puedo decir que lo que finalmente ocurrió ya había sido dicho allí. Espero que no se sigan cumpliendo mis profecías, que no lleguemos al apocalipsis"). Los flamencos de marras no designan a las rosáceas aves zancudas sino a los naturales de Flandes. Y más precisamente a sus pintores, como lo delata el magnífico retrato debido a Roger van der Weyden que ilustra la portada. Y el secreto en cuestión no es uno, sino que son muchos, aunque adquiera preponderancia la misteriosa producción de un óleo que permite lograr colores inimitables y un aún más misterioso "color en estado puro". Ese secreto flamenco (que ostentan los ascéticos hermanos Van Mander) tiene su espejo en el formidable talento de los artistas florentinos (representado por el más lúbrico maestro Francesco Monterga y discípulos) para realizar perspectivas y escorzos, virtud de la que los flamencos justamente carecen. Entre esos dos polos de talentos artísticos se teje una historia de intrigas que evoca de manera oblicua las novelas contemporáneas de espionaje y arrastra en su vendaval amores y odios. Situada en el corazón del Renacimiento y con fondo de Ponte Vecchio y canales de Brujas, trae a la memoria el clima de El anatomista , que monopolizaba el hoy célebre (gracias a esa obra) Mateo Colón, descubridor del centro de placer femenino.
Esta coincidencia en el tiempo -y el similar, laborioso trabajo de documentación aparejado- no es interpretada por Andahazi como un retorno a las fuentes. En su opinión, El anatomista fue su novela díscola, la que en gran medida se oponía a todo lo que había escrito hasta aquel momento. "Mis fuentes las encuentro en mis cuentos. Me parece que esos son mis orígenes. El anatomista surgió del azar de encontrarme, al consultar bibliografía para una historia contemporánea, con la historia de Mateo Colón. Lo que me preguntaba en aquel momento era cómo contar una historia que transcurriera en el siglo XVI. Las piadosas (cuyo protagonista es John Polidori, secretario de Byron a orillas del lago Leman) se emparienta con El anatomista en cuanto al tema, pero en lo que concierne a la prosa está mucho más cerca de los cuentos."
Los motivos para volver a embarcarse en las distantes aguas del Renacimiento y en una prosa más clásica no responden esta vez al azar, sino a una deuda pendiente. Así como su padre es poeta (actividad que el hijo nunca se atrevió a desarrollar), su abuelo, Bela, fue en su Hungría natal un reconocido pintor posimpresionista que, reza la leyenda familiar, compartió en París, a principios del siglo pasado, un atelier con Picasso.
"La novela, para un autor, nunca es en términos subjetivos exitosa. Es hija de alguna frustración. El secreto de los flamencos de alguna forma viene a llenar un vacío en mi relación con la pintura. En el fondo me habría gustado ser pintor. De hecho estudié pintura en mi infancia y en mi adolescencia. Pero a partir de cierto momento me prohibí esa actividad."
El secreto de los flamencos , cuenta Andahazi, fue imaginada como una novela visual, más una sucesión de pinturas que un relato. De ese proyecto quedaron como resabio, acaso, los títulos de cada capítulo (azul de ultramar, amarillo de Nápoles, verde de Hungría, etc.) y la idea cumplida de que cada color domine la escena que le fue atribuida. "Si cabe la metáfora -define el autor-, mi intención era pintar una novela."
Pero pintar una novela, podría decirse en aras de la simetría, es también narrar con pinceles diversos. "Situarse en la narrativa desde la pintura permite una serie de reflexiones en torno a la literatura misma. ¿Cómo puedo pensar una narracion desde la pintura? Inmediatamente se cae en la cuenta de que fue la primera forma de narración. De hecho para la Edad Media, la pintura, que era tan importante para la iconografía religiosa, tenía una función narrativa y pedagógica."
Pero más allá de los matices de su textura, detrás de las marcas pictóricas de El secreto de los flamencos hay una trama con mucho de mecanismo de relojería, una trama poblada por personajes variopintos y vueltas de tuerca que la acercan a un policial de época, colorido, si no negro, con algunas mechas de erotismo.
Andahazi asegura que la malla argumental que sostiene la novela -las envidias entre flamencos y florentinos, las redes de espionaje- está perfectamente documentada. Y que él investigó y se documentó en múltiples sentidos (su mujer, pintora como su abuelo, lo ayudó a recordar detalles técnicos que no recordaba con precisión), pero que lo más delicado es no caer en la sobreabundancia de datos, en el floreo inane. Masaccio o Piero della Francesca, personajes dignos de una novela propia, aparecen nombrados, pero en un respetuoso segundo plano.
"En el libro, por ejemplo, aparece descripto minuciosamente cómo era un taller de la época, su distribución, las herramientas que se utilizaban. Eso es muy interesante porque hay herramientas que uno supone muy antiguas y en realidad son muy modernas, y viceversa. El aerógrafo se supone que es un instrumento de los años setenta y el fumino que figura en El secreto de los flamencos no era otra cosa que un aerógrafo de aquellos tiempos."
La armazón de la novela consiste así en un ajustado equilibrio entre argumento, investigación y libertad imaginativa. Pero cuando se le pregunta por el modo en que fue construida, y en particular por las dificultades que puede haberle acarreado el verdadero, oculto héroe de la novela (nombre que omitimos a imitación de las críticas de cine, donde contar el final es un pecado mayor), Andahazi sorprende con circunspección filosófica: "Yo creo que toda novela está escrita en algún lugar antes de escribir la primera palabra. Está en el orden de aquello que Platón llamaba la rememoración. Me da cierta tranquilidad al sentarme a escribir creer que esa novela ya está escrita en alguna parte. Me agradaría decir que, siguiendo ese hilo, uno ya tiene cierta cantidad de novelas escritas, en algún lugar, para el resto de su vida. Esta novela, por ejemplo, la pensé completamente antes de empezarla. Cuando le puse punto final me di cuenta de algo: era exactamente lo que quería escribir."



